Usted está aquí: jueves 9 de agosto de 2007 Cultura Unipersonales

Olga Harmony

Unipersonales

Con textos del estadunidense Chuk Palahmiuk y la española Angélica Lidell, Marco Vieyra elaboró un monólogo (unipersonal les dicen ahora) en el que Mía, la protagonista narra sucesos de su vida, de su amor por los padres que apenas ha conocido y el rechazo del hombre que le dijo que lo único que deseaba en la vida era no volverla a ver y después vomitó. Esto último, especie de leitmotiv en lo que ella misma dice a su otro burdo pretendiente, es lo que precipita su larga exposición en A-mar en fuga, en la que narra sucesos felices de su infancia y su desespero actual, con gracejadas tales como que su siquiatra se suicidó. Temor a la vida y temor a la muerte, el deseo de desprenderse de todo en una sociedad consumista, de enajenar el alma de un cuerpo que lo traiciona y variados consejos para amar y soportar la existencia, así como para enriquecerse, se van entretejiendo en esta historia, a veces con los saltos naturales en una dramaturgia que toma textos de autores tan diferentes y distantes como éstos, pero que de todas maneras van narrando una vida y un personaje verosímiles que pasan por diversas emociones. Yo le reprocharía al creador del espectáculo que en el programa de mano no acredite la autoría de los textos que emplea.

Más interesante que textos y dramaturgia es la escenificación. Con un telón de fondo que muestra un cielo azul con algunas nubes, un baúl del que saldrán los elementos escenográficos, una pecera dentro de una jaula que pende del telar y un pequeño recipiente con algún líquido, se encuentra la actriz, Isabel Piquer, sobre el baúl y sosteniendo con las piernas tensas una escalera durante las tres llamadas. Se incorpora, empieza su monólogo, lo va desarrollando mientras utiliza lo que saca del baúl para construir la escenografía. Encaja la escalera extensible y luego su gemela, ambas en los costados del baúl, hace pompas de jabón con el líquido del pequeño recipiente y un secador de pelo, sube, baja, se encarama y, siempre, se dirige al público como si se confesara. El mejor efecto que logra Vieyra -con el diseño físico de Eleno Guzmán, sea eso lo que fuere- en este montaje-instalación es el de los paraguas con el interior pintado de cielo azul y nubes, cuando la proyección del telón de fondo ha desaparecido que muestra el revés de un mundo y su espacio en el que la actriz, que tiene alas pintadas en la blusa, se sumerge como en un sueño, como si volara, como si fuera el suicidio que tantas veces ha diferido y al que siempre hace referencia. Isabel Piquer, aparte de su belleza física, muestra un gran dominio de la expresión corporal y transita de la gracia de muchas de sus frases a la desolación que la embarga, a pesar de recuerdos felices, y que la hace deplorar la inanidad de su vida.

Con otro unipersonal, que se presenta en un café y bar de la colonia Condesa, volvemos a saber del talentoso tijuanense Edward Coward aunque esta vez, quizás por tratarse de su primera obra, carece de esa visión tierna hacia sus personajes que Coward lanzó sobre sus personajes en otras obras. Sirenas es un irreverente pleito que Julieta, la sirena, tiene con Dios -o mejor dicho con Jesús, a quien siempre llama Chucho- por la expulsión de que fue objeto su especie del arca de Noé y que lanzó a todas las sirenas, de las que es representante, al mar y por diferentes rumbos, siempre acosadas, siempre desdeñadas hagan lo que hagan. De más está decir que es una áspera denuncia de todo lo que representa el rechazo al otro, probablemente con hincapié en la homofobia, todo trabajado en una amplia metáfora que es lo que la sirena narra y que resulta muy cómico y desenfadado, sin dejar traslucir ninguna clase de amargura: las mejores sátiras son así, aunque la dramaturgia de Coward todavía no había alcanzado la madurez de sus textos posteriores.

Con el extravagante vestuario diseñado por Erica Cerdeña y el no menos extravagante maquillaje de Pilar Boliver, el actor travestido Carlos Valencia, dirigido por Emmanuel Márquez, se muestra como un auténtico showman al hacer su relato, increpar alguna vez a alguien del público, cantar y bailar -a pesar de lo estorboso de su cola de pez que se asoma por debajo del vestido- las canciones con música original y letras de Irving Flores y Arinda Caballero. El espectáculo ha corrido mundo y lleva aquí una buena temporada. Esperamos la próxima obra de Edward Coward, que se nos dice que se presentará pronto después de un largo silencio.

 
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