De ricos y riquezas
Luego de 10 años los mexicanos recuperaron el ingreso que tuvieron en 1994. En ese año, los famosos “errores de diciembre” provocaron una crisis que redujo el PIB en 6.2 por ciento. Más grave fue la reducción del ingreso de las familias: cayó 28 por ciento en 1995 y 1996. Al mismo tiempo, los grandes ricos mexicanos multiplicaron brutalmente su patrimonio, apareciendo en los primeros lugares entre los más ricos del mundo. En esta década México mostró al mundo su enorme desigualdad, muy superior a la que registra la información sobre distribución del ingreso que proviene de la Encuesta Ingreso-Gasto de los Hogares que, pese a eso, muestra una situación muy concentrada.
Un ejemplo ilustrativo de esta increíble concentración es la riqueza de Carlos Slim. Desde que se ubicó en los primeros lugares de la lista de Forbes se informa trimestralmente de la evolución de su situación patrimonial. Sabemos que actualmente su riqueza alcanza 60 mil millones de dólares, lo que equivale a 660 mil millones de pesos que comparados con el valor del PIB en 2006 (9 billones 155 mil 450.3 millones) significa 7.2 por ciento. Esta riqueza se ha generado principalmente en México, con una vieja técnica: construyendo monopolios. Las empresas de Slim están en telecomunicaciones, minería, construcción, hoteles, banca, aerolíneas, refrescos, tiendas departamentales, tabaco, bicicletas, ferrocarriles, banca e imprenta.
Se trata de empresas que venden lo que producen en nuestro país. Tienen una relevante participación en el mercado, lo que les permite fijar sus precios de acuerdo a su fuerza monopólica. Esos precios están frecuentemente por encima de los internacionales, lo cual indica que se apropian de parte del excedente generado en las empresas que les compran. Por esto crecen mucho más que la economía. En realidad, ellos crecen y la economía no. Es la trampa de la desigualdad: a mayor nivel de concentración monopólica, menor crecimiento de la economía y, en consecuencia, mayor pobreza. Para conservar esta situación requieren controlar el funcionamiento gubernamental: capturan al Estado para seguir operando.
Slim no es el único caso. Hay un marcado predominio de pocas empresas en la telecomunicación, en la industria cervecera, en la banca, en el comercio de autoservicio, en el departamental, en los seguros, en farmacias, en la producción de harina de maíz, etcétera. Esas empresas funcionan fijando precios por encima de los internacionales, apropiándose de riqueza generada en las empresas que les compran sus productos o servicios. Su crecimiento se basa en restar capacidad de acumulación a todos sus compradores para quedárselo ellas. En cada uno de esos sectores existe un magnate que aparece entre los más ricos, que es miembro del “grupo Forbes”. Su fortuna sumada equivale a casi la séptima parte de la riqueza nacional.
En general, son ostentosos, compran inmuebles lujosos en otro país y no reconocen que su riqueza se generó en México. Las cabezas de estos grupos tienen inversiones en el exterior. Han comprado empresas nacionales y extranjeras y también se han asociado con grupos poderosos para ampliar su participación en el mercado mundial. La globalización les ha funcionado perfectamente. Se han asociado también con políticos relevantes a cambio de mantener la gobernabilidad. Son ellos los que dicen que no hay más camino que el que hemos seguido casi 30 años y que continuaremos los próximos cinco.
Así las cosas, es claro que su vertiginoso crecimiento se ha logrado a costa del crecimiento de la nación, lo han hecho obligando a que el gobierno los proteja. Sin embargo, también es claro que la situación es cada vez menos sostenible: México pierde competitividad vertiginosamente, su dinamismo está frenado por la desigualdad, seguirá expulsando trabajadores a Estados Unidos, aunque cada vez menos lo lograrán.
El Estado, el capturado por ellos, será crecientemente incapaz de gobernar al país, de garantizar el estado de derecho, cuestionado diariamente por los cárteles. La democracia, lograda por generaciones de mexicanos que lucharon por terminar con el régimen de partido de Estado, no podrá conducir las diferencias políticas y sociales que existen en la sociedad. Pese a todo, el país seguirá generando riqueza, pero no servirá para mejorar la calidad de vida de la población. Sólo les servirá a ellos.