Antes del futuro
El futuro no existe, se hace al andar, o se deshace, a veces para siempre. Pero cuando juntamos el petróleo con el fisco, lo menos que podemos hacer es admitir que el futuro nos alcanzó y sólo queda la fase final de convertirnos unos a otros en alimento básico para los sobrevivientes. Así de grave y ominoso amanece el panorama, presentado este viernes por Reforma para 2017, que nos lleva a (re)descubrir las enormes fallas geológicas de la industria nacional que, sin embargo, subsana a costos crecientes la debilidad ingente del aparato fiscal del Estado, cuya imaginación se ausentó tal vez para siempre al calor de los tumbos finales de la "administración de la abundancia".
Los episodios que relatara el licenciado Antonio Ortiz Mena sobre las repetidas frustraciones de sus planes de reforma fiscal son ya legendarios, como lo es la figura misteriosa del gran economista británico Nicholas Kaldor, cuyas propuestas duermen aún el sueño de los justos. Pero vale la pena volver sobre ellos tan sólo para confirmar que lo que el país vive es más serio y grave que la mera constatación de la inepcia hacendaria. De leyenda semirrural a leyenda urbana, y ahora a tragedia inminente.
Como ha insistido David Ibarra, la realidad es que las elites del dinero y la riqueza se han negado secularmente a contribuir para el mantenimiento y la reproducción de la base material y social que es la suya pero también de México. Ahora lo hacen de nuevo, apenas obtenido el "triunfo" sobre los bárbaros, escudados en los descuidos repetidos de la "hacienda profunda" que el ingenio de unos cuantos fiscalistas renovados no pudo contrarrestar.
El desenlace de esta jornada está cerca, pero lo que se dejó atrás fue la posibilidad de que el Estado en su conjunto abordara su hueco central y envenenado (su fragilidad financiera y la contrahechura de los impuestos a la renta que son la base de todo Estado moderno), para entonces empezar a acometer en serio la gigantesca tarea de saldar la deuda social acumulada y llenar las enormes grietas que en infraestructura física y humana nos han dejado dos décadas de estancamiento estabilizador. Lo que nos queda es la rapiña del federalismo salvaje sobre lo que vaya quedando del recurso enterrado en los pozos que se agotan irremisiblemente.
La proyección de la producción de crudo a 2017 puede parecer lejana y reversible, si se adoptan estrategias agresivas para la exploración. Lo que ya está a la vuelta de la esquina es la escasez de gasolinas y, supongo, de derivados, que anuncia Adrián Lajous en Nexos de agosto. Consecuencia directa de la obsecuencia del Estado ante los dictados miopes del mercado mundial, y en consonancia con la renuencia secular de sus clases dirigentes a contribuir, se pospuso una y otra vez la construcción de refinerías, se hicieron malos arreglos y enmiendas de estas estructuras y ahora amenazamos al mundo con volvernos, primero, importadores crecientes de gas y productos refinados, para acabar poniendo de cabeza el mercado internacional de crudo cuando el futuro de la carencia absoluta toque a la puerta. No en balde en Estados Unidos se revive la idea, acuñada desde la presidencia de James Carter, de ponernos bajo la mira de la seguridad nacional... estadunidense.
Las cuentas del fisco para hacer de México país posible no alcanzan, incluso después de que la ya tristemente célebre CETU vea la luz. Cargado de rechazos empresariales airados y de críticas jurídicas y constitucionales pertinentes y hechas a tiempo, el ingenioso impuesto de "control e inducción" parece vivir sus últimas horas, antes de que entre el cuchillo parlamentario y nos ofrezca un nuevo desfiguro. Su utilidad de arranque pudo haber sido mucha, como propusieron varios curiosos abogados de oficio de Hacienda, pero su debilidad política, aparte de su discutible eficacia intrínseca, están ahora ante la opinión pública y las fracciones legislativas. Y de ahí no hay escape.
Begin the beguine? Tonada gozosa, que para nosotros se ha vuelto himno fúnebre.