Usted está aquí: miércoles 1 de agosto de 2007 Política Gracias al sida, Sarkozy abraza a Khadafi

Arnoldo Kraus

Gracias al sida, Sarkozy abraza a Khadafi

Los finales felices tuvieron que ser, en un principio, historias de infelicidad. De no ser así, no sería posible hablar de felicidad. La alegría podría vivirse también si llega porque la razón preponderó sobre el absurdo. De no ser porque se habla de vidas humanas, no deja de ser "un poco" absurdo el júbilo que se vive tras la finalización del affaire de las cinco enfermeras búlgaras y del médico de origen palestino, detenidos en Libia hace más de ocho años, acusados por contagiar deliberadamente con el virus de la inmunodeficiencia humana a 438 niños en el hospital pediátrico de Bengasi.

Absurdo es una palabra pequeña y una sensación corta para (intentar) describir los sucesos libios aupados por las figuras bienhechoras del matrimonio Sarkozy. Cecilia, convertida en hada madrina, logró abrir las puertas de las celdas, no sólo para que los rehenes regresarán a la vida, sino, más bien, y sin duda ésta es la razón más importante, para que su marido Nicolas pisase al día siguiente Libia y se pudiese retratar con Muamar Khadafi, sin ser blanco de las organizaciones no gubernamentales que velan por los derechos humanos. La suerte de los implicados es la necesidad de Sarkozy: requiere garantizar el abastecimiento de hidrocarburos.

El acuerdo logrado por los gobiernos de Libia y Francia, y por los miembros de la Unión Europea, pone de relieve lo sabido y consabido: en muchas ocasiones la justicia otorga a los derechos humanos la altura que merecen y a las personas su calidad de seres humano sólo cuando otros detonantes de tipo económico o político se tornan imprescindibles. Es por eso que las noticias que vituperan la figura de Cecilia Sarkozy, al hablar de "misión cumplida" o de "final feliz", transitan entre lo barato, lo denigrante y lo absurdo. Me repito: si no es porque hablamos de seis vidas, el suceso libio rebasa todos los significados del absurdo.

Además de la foto que se tomó Sarkozy, la Unión Europea se comprometió con el gobierno libio a "facilitar el más amplio acceso a sus mercados a los productos agrícolas y pesqueros libios, a proporcionar ayuda y financiación a la arqueología en Libia, a montar un dispositivo de vigilancia terrestre y marítima de la emigración ilegal, a dar becas a los estudiantes libios en todos los campos del conocimiento, y a entregar visados de libre circulación a ciudadanos libios".

La negociación entre los europeos y los libios se comprende porque se rescatan vidas, pero debe leerse como otra de las caras duales y nauseabundas de la política. Libia regresará "un poco" al mundo "gracias" al sida. El suceso libio pone en evidencia cuán frágil es la política y cuanta mentira -y mierda- es necesaria para que el globo terráqueo siga girando. Como en otras ocasiones, el peso y la verdad de las enfermedades ponen en evidencia las caras ocultas de la política y las invenciones de los políticos.

Aunque la ética no es en la actualidad la mejor bandera de la medicina, tampoco lo es la amoralidad; baste reflexionar en los políticos para entender los significados de la amoralidad. Imposible pensar que los actores del suceso libio hayan infectado voluntariamente a los niños con el virus de la inmunodeficiencia humana. La ciencia se ha encargado de demostrar lo contrario.

En 2003, cuatro años después del suceso, Luc Montagnier, uno de los codescubridores del virus del sida, se trasladó a Libia para analizar el caso y consideró que la infección se produjo de forma accidental debido a las deplorables condiciones de higiene del hospital. Tres años después, en 2006, la prestigiada revista científica Nature informó que el virus se encontraba en el hospital antes de 1999, fecha en que se detiene a las enfermeras búlgaras y al médico palestino. A pesar de las opiniones científicas, el personal sanitario fue sentenciado en dos ocasiones a la pena de muerte.

La sinrazón de las autoridades libias de condenar a personal extranjero debe entenderse como una mea culpa difícil de reconocer. La falta de salubridad de sus nosocomios, en un país rico en petróleo, es sinónimo de injusticia; las infecciones y muertes de sus niños son el resultado de la falta de atención al rubro de la salud. Culpar a extranjeros de las enfermedades propias es buena pócima para acallar la opinión pública (si es que ésta existe en un país tan tiranizado como Libia).

Las rocambolescas palabras que ensalzan la acción de Cecilia Sarkozy tienen valor porque se salvaron seis vidas y porque los niños libios contarán con recursos económicos para continuar su tratamiento. No valen, porque la historia, desde el inicio, es un periplo donde prevalecen lo absurdo y la injusticia. Valen porque finaliza el sufrimiento de enfermeras y médico. No valen porque Europa se arrodilla sólo cuando las cuclillas importan más que el absurdo.

 
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