Usted está aquí: lunes 30 de julio de 2007 Deportes Triunfan sin cortar orejas Montoyita y El Rifao, la gente aborreció al nuevo "juez"

El empresario Víctor Curro Leal, gravísimo en España, aquejado de pancreatitis

Triunfan sin cortar orejas Montoyita y El Rifao, la gente aborreció al nuevo "juez"

El picador Delfino Campos, ovacionado

Nuevo éxito de la banda musical

LUMBRERA CHICO

Ampliar la imagen Manuel Rocha El Rifao mató a Coplero sin faena **** Jesús Villaseca Manuel Rocha El Rifao mató a Coplero sin faena **** Jesús Villaseca

En su debut como juez de la Plaza México, el ex matador Gilberto Ruiz Torres se puso ri-gu-ro-sí-si-mo al negarle una merecida oreja a Montoyita y en cambio aprobó un becerro espeluznante que toda la concurrencia repudió hasta desgañitarse. Pero al escamotearle un premios al débil y arrodillarse como un lacayo de la empresa, el nuevo usía oyó mentadas de madre unidas al grito de "¡ratero!" hasta que se retiró a su casa de donde ojalá no vuelva.

Por su parte, Manuel González Montoyita y Manuel Rocha El Rifao se pegaron sendos arrimones con los primeros ejemplares de sus lotes, recibieron tremendas palizas, acabaron con la ropa bañada en sangre, por suerte sólo bovina, y conquistaron al público por su valor, sus detalles de arte y su entrega, rasgos que no tuvo el tercer espada, Alfonso Mateos, que salió en plan de maestrito.

A la quinta función de la temporada asistieron poco más de 300 personas, de las cuales pocas sabían que el empresario Víctor Leal se encuentra gravísimo en España, aquejado de pancreatitis. Antes de partir a su país de origen para atenderse, Leal adquirió para ayer un encierro muy terciado de la ganadería tamaulipeca de Rafael Mendoza, que trajo cuatro ejemplares de excelente presentación pero escasa bravura, un esperpento de bellísimo pelaje con cabeza de pato, y la vaca que desnudó la mala leche del dizque juez.

Con el primero de la tarde, Cantaor, de 435 kilos, cárdeno bragado y cómodo de encornadura, que se durmió bajo el peto sin recargar, Montoyita se lo zumbó en dos tandas por la derecha logrando detalles jaleados. Pero luego de plasmar dos preciosos naturales, al volver a la diestra fue empitonado y la bestia le desgarró la taleguilla y le pasó dos veces por encima pateándolo a discresión. El muchacho se levantó y porfió de nuevo por ambos lados llevándose otra paliza, tras la cual se perfiló para entrar a matar y dejó un estoconazo de efectos instántaneos.

La gente saltó agitando pañuelos y exigiendo la oreja, y el juez, olvidando que de acuerdo con el reglamento el primer trofeo lo concede el público, se acordó de sus años de torero mediocre y con la amargura y el rencor que le quedaron de aquella época se hizo el sordo y miró a otra parte. Sin achicarse, Montoyita se la volvió a rifar con Escultor, también cárdeno y bragado, de 465, un toro hecho y derecho, que se le arrancó de largo a Delfino Campos y tomó una vara en todo lo alto que ahí queda.

Después de sacar al picador al tercio, Montoyita inició una abundante faena muletera. Le corrió la mano por la derecha en una primera tanda que calentó los vacíos tendidos. La segunda fue aún mejor. La tercera mereció el homenaje de la Diana, y allí parecía que el muchacho estaba a punto de escribir poesía cuando comenzó el derrumbe de la obra a medida que el toro se rajaba, antes de morir de dos pinchazos y entera, echado como un manso ante la puerta de toriles.

Bullidor, fresco, sobrado de facultades para banderillear clavando dos pares de calafia y uno al quiebro en tablas, El Rifao no se había dado cuenta de la seriedad de Esteta, segundo de la tarde, un cárdeno de 425 en verdad primoroso, hasta que le dio el primer muletazo y la sonrisa se le transformó en angustia. Para evitar que le ganara el pánico, su apoderado, El Tlaxcala, se le fue encima gritándole desde el callejón: "¡voz y toque, voz y toque" y al ver que su pipulo titubeaba "¡no le dude, cabrón!", instrucciones que surtieron efecto y animaron al diestro a cuajar soberbios derechazos tragando leña que encendieron al público, hasta que sucedió lo inevitable.

Después de un pase de pecho en que El Rifao le perdió la cara, el rumiante le asestó un golpazo en el pecho y lo noqueó. Sin embargo despertó y regresó turulato a la arena para matarlo de pinchazo y media y ser sacado a saludar al tercio como un héroe que había vencido sobre todo a su propio miedo. Después la pérfida fortuna le envió a Coplero, de 370, una vaca negra zaina, y la plaza ardió en indignación contra la autoridad y no permitió sino que El Rifao lo matara sin haberle pegado un trapazo, echándole a perder su debut pero dejando a la afición con ganas de volver a verlo dentro de un año.

Mención aparte merece la banda musical, que sacó a su trompestista estrella a tocar desde el segundo tendido cosechando atronadoras ovaciones.

Sin embargo, cuando la fiesta terminó, la gente seguía gritando: "una, dos, tres, ¡chingue a su madre el juez!".

 
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