Usted está aquí: miércoles 25 de julio de 2007 Opinión Complicidades y elites

Luis Linares Zapata

Complicidades y elites

Desde que Santiago Creel salió del limbo donde empolló durante casi un sexenio completo, no encuentra el debido acomodo en otro sitio más terrenal. Por un lado, su conciencia personal que lo impele a buscar una inasible reivindicación, y por el otro, el pesado fardo de sus complicidades, errores y omisiones varias le están pasando las cuentas sin contemplación alguna.

Como casi todos los miembros de esas cúpulas decisorias encaramadas sobre partidos y burocracias, el ex secretario de Gobernación, y ahora senador por similares gracias, al fintar con seguir una conducta apegada a individuales posturas y creencias, choca con sus antaños favorecidos y hasta con los mismos correligionarios que lo urgen a comportarse como hombrecito.

Vicente Fox, el rencoroso ranchero nailon que fungía como mandón de gerentes, lo protegió durante largos años de mediocre desempeño, pero le endosó abultadas facturas que pagar. La principal quizá sea la relativa a las perversas relaciones que ambos prohijaron con los medios de comunicación, en especial con Televisa. A ella le hicieron innumerables favores esperando reciprocidad a su debido tiempo. El momento de Fox llegó durante su prolongada vendetta contra Andrés Manuel López Obrador y obtuvo compensaciones varias. Creel, en cambio, no recibió los apoyos pensados ni en su empeño por ser candidato presidencial ni, menos aún, ahora que quiere labrarse un nichito adecuado a sus ambiciones personales.

El cada vez más disfuncional senador de la República oficial debió poner mayor atención a la fallida y triste intentona de Arturo Montiel por hacerse con la candidatura del PRI en la pasada contienda electoral. Televisa fue el conducto eficiente para su defenestración sin atender a sus cuantiosas aportaciones a las utilidades y tesorería de esa empresa de medios.

Siendo Creel un suspirante candidato que circuló entre los fríos abandonos panistas y el cielo de las designaciones por dedazo sahagunesco (a su decir, desde el inodoro, incoloro e insaboro limbo de los inocentes) puso todo su futuro político en las veleidosas fauces de Televisa. Para ello le entregó un apreciable anticipo: un rosario de permisos para instalar casas de juego en todo el país. Un indebido favor de grandes dividendos para los accionistas de Televisa, calculados, según enterados, en algo así como unos 500 millones de dólares. Nada despreciable obsequio para esa empresa, ya de por sí recargada en las simpatías federales y en los inducidos o forzados mordiscos a los erarios de partidos, estados y municipios.

Creel quería, con afán de primerizo, ser el candidato privilegiado de la derecha empresarial y la gente bien que se informa en la televisión. Lo demás se daría por derivada influencia y chisporroteo hacia la chusma. Después de esa hazaña, la misma Presidencia estaría al alcance de una sonrisa estudiada, un desplante valentón para defender a los desvalidos o una monta de cuaco con el traje adecuado. La compra de tiempos para su campaña la tenía, pensó para sí mismo, asegurada con tamaño favor anticipado y con irresponsable cargo a las atribuciones que le derivó el Ejecutivo federal. Creel se equivocó a todo lo largo y ancho de su mediocre desempeño como miembro del ineficiente gabinete de los gerentes. La cruel, cotidiana, terca realidad de las traiciones, envidias e ingratitudes lo ha alcanzado en carne propia y a todo color de pantalla.

Caminando sobre una tierra resquebrajada para sus trasteos de legislador, si quiere sobrevivir, Creel tiene que fincar su presente sobre terrenos diferentes y sacar un talante hasta ahora desconocido. La coordinación de la bancada panista será para él una tarea llena de trampas y sujeta a presiones indebidas por casi todos sus lados. Unas, las más onerosas, le vendrán de sus patrocinadores y, las más comunes, de un Calderón atado a sus propias ilegitimidades y corta imaginación.

Creel no tiene la disposición ni tampoco la experiencia del contacto directo con la gente común, por tanto, apelar a esa clase de apoyo es plegaria insensata. El, como casi todos los miembros de la clase política mexicana de la actualidad, se mueve, oye, dirige sus palabras, convive, otea el horizonte y fija la mira sólo entre los integrantes de los grupos de presión. Más allá de ellos les queda el vacío: ese horrendo y oloroso lugar lleno de rebeldes desagradecidos, nacos, gente floja que rescatar a pesar de no merecerlo. Su quehacer político se desenvuelve en los salones refinados, en las reuniones con expertos, en comedores exclusivos, en telefonazos para tocar sensibilidades refinadas, en comidas, cenas y desayunos con líderes de opinión, con publicistas de imagen y conductores de noticieros o focus group. Es decir, un enjambre de personas y circunstancias que poco le servirán para mantener el equilibrio ahora que Televisa lo tiene en la mira de sus desafectos. Ahora que quieren aflojarle esos arrestos que ha mostrado, con el pudor y cuidado obligado a su entrenamiento de abogado corporativo, para legislar según su opinión y creencias particulares.

La ley Televisa es un coto en el que no pueden inmiscuirse aquellos que, para los masivos intereses de los medios electrónicos (en especial para los de Televisa) pocos, muy pocos, pueden acceder. El mismo presidente del oficialismo debe cuidarse de las pasiones de los televisos y los rencores de sus correligionarios en medios similares, pues ven, recelosos, que quiere aprovecharse de las nubladas circunstancias actuales que dejaron las sentencias y opiniones de la Suprema Corte de Justicia.

Creel, por lo que se ve, no es uno de los invitados al exclusivo banquete y el aviso que le han enviado es terminal. Así son las reglas de la politiquería, ésos son algunos de los costos por rondar el poder decisorio y que contraen los que entran al grosero mundo de las complicidades. Esas son, también, algunas de las consecuencias que recaen sobre los que se alejan de las necesidades y aspiraciones del pueblo a quien no conocen, no tratan, no atienden ni les preocupan sus vicisitudes cotidianas.

 
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