La Moncloa y Los Pinos
Socialistas y "populares" proseguirán en España su pleito eterno y se acusarán mutuamente de las peores canalladas y bajezas. Antier, para no ir más lejos, el organismo llamado José María Aznar calificó de "enemigo de la libertad" al gobierno de José Luis Rodríguez Zapatero, expresión que Bush emplea nada menos que contra los gobernantes de su eje del Mal. Fue en un encuentro del grupo de pensadores de la caverna que dirige el propio Aznar y en el curso del cual se dijeron cosas contra los inmigrantes, contra los musulmanes, contra la Revolución Francesa, contra la modernidad, contra el multiculturalismo, contra Marx y contra Freud, entre otros enemigos de la pureza occidental y apostólica. Por su lado, Mariano Rajoy dijo que no quería hablar de Alianza de Civilizaciones y aseguró que el gobierno del PSOE "ha agotado todos sus proyectos y todo su crédito". Sin que fuera réplica, el socialista José Bono dijo que Rajoy es "muy certero en sus errores", calificó de vergonzosas e indignantes sus actitudes ante el conflicto vasco, afirmó que los "populares "se creen los dueños de la calle y quieren expulsar de ella a los que no somos de su pensamiento único" y describió al Partido Popular como "patéticamente unido en torno a un líder que no tiene". Ah: y de paso, Bono asentó: "no soy un reaccionario; seré socialista hasta que me muera".
Hay, sin embargo, un tema por el cual los "populares" y los socialistas peninsulares -y el conjunto de la clase política, y las corporaciones mediáticas- no van a pelearse nunca entre ellos: la política del Estado español hacia México.
Se puede entender la alianza forjada entre Aznar y Fox, tan amplia y desenfadada que hasta alcanzó para que el madrileño diera, con la bendición del guanajuatense, un empujón proselitista a la campaña de Felipe Calderón. Los ex cristeros de provincia que formaron al ex y a su sucesor veían en Franco la luz de Hispanoamérica; Aznar, por su parte, es hijo político de Fraga, y Fraga era de Franco. Resulta escandaloso, sin embargo, que los herederos -así sea remotos- de la República derrotada vayan, con la reacción mexicana, mucho más allá de las cortesías diplomáticas, se muestren tan entusiastas en la tarea de dar legitimidad a un régimen que la tiene muy escasa y declaren, como lo hizo Rodríguez Zapatero, su "respaldo total" a cosas de Calderón tan desafortunadas, erráticas y contraproducentes como la militarización del combate al narcotráfico. No es fácil comprender tanta calidez entre gobiernos con políticas sociales tan opuestas entre sí -compárense, por ejemplo, las propuestas de ambos en materia de derechos reproductivos y de género- como las del PSOE moderno y las del PAN cavernario.
Una clave de estos amoríos viene de tiempo atrás y reside en las entregas a las autoridades españolas de cualquier individuo residente en México -español o mexicano- que sea reclamado por ellas como presunto etarra. Pero el adhesivo más importante entre La Moncloa y Los Pinos, ideologías y policías aparte, es la lana, la pasta, la plata: las crecientes inversiones españolas en México valen mucho más que una misa y más, incluso, que un puntapié a los principios.
La defensa irrestricta de los intereses empresariales peninsulares en el mundo debió ser parte de los pactos de transición celebrados tras la muerte del Criminalísimo, y en virtud de los cuales los franquistas dejaron de serlo de dientes para afuera, y los socialistas, más honestos ellos, dejaron de serlo de verdad.
Lo más curioso es que nadie, en las izquierdas civiles y políticas mexicanas, amenaza las inversiones peninsulares. ¿Tanto les habrá quemado el hocico el boliviano Evo Morales que ahora hasta le soplan al jocoque mexicano? No hay, por cierto, fundamento de realidad para la imagen tan distorsionada que en los círculos progresistas de aquel lado suele tenerse de los sectores políticos mexicanos con orientación social: es común que se describa a las izquierdas mexicanas como primitivas, antidemocráticas, autoritarias, propensas a violentar la ley y hasta fundamentalistas, un retrato que corresponde más bien -dicho sea sin desconocer las miserias perredistas, petistas, convergentes, fapistas y convencionistas- a "populares" peninsulares y a panistas mexicanos.
Hay razones de la inversión que la Razón no entiende. Súbdito del Rey, siga su camino. Una década de éstas volveremos a hablar el mismo idioma.