¿Matar la agricultura?
Del Renacimiento, por lo menos, cuando se prefiguraron las bases del capitalismo actual, viene la insistencia de privilegiar la producción de grandes volúmenes de alimentos con lógica empresarial y matar la agricultura con sus saberes y prácticas, la vía campesina, porque ésta genera libertad, visión crítica y la posibilidad de luchar contra los sistemas que aprovechan incluso las crisis para sojuzgar y lucrar.
Primero fue el despojo de grandes extensiones de los territorios ancestrales de los pueblos. Después, muchos que sembraban cultivos propios fueron expulsados del campo por producir sólo para la comunidad sin entrar al mercado. El capitalismo-ciudad saqueó esos territorios y sumó obreros en las fábricas.
Con la Revolución Verde, gobiernos y empresas engancharon a los campesinos a comprar semillas híbridas, que primero rindieron más pero después apenas, con muchos fertilizantes y plaguicidas químicos. Los suelos se erosionaron y se volvieron drogadictos. Al mismo tiempo se le quitaron subsidios al campo.
Comenzó la guerra por el control de las semillas. Como los campesinos las atesoran desde hace milenios, y las comunidades las mantienen, mejoran, comparten y redistribuyen diversificando su fortaleza, las empresas produjeron semillas de diseño, patentadas, minando la fortaleza diversa de las semillas locales. Se impusieron formas de cultivo y consumo muy homogéneas que promueven la dependencia total de las industrias. Hoy, los transgénicos (que desfiguran las semillas), la Tecnología Terminator (que sólo se cosecha una vez y sus semillas son estériles), y la tecnología Zombie (cuyas semillas serán estériles si no se les aplica un químico que vende la compañía, para recuperarle sus funciones reproductoras), entrañan el control total de las compañías diseñadoras, productoras y patentadoras de semillas.
El capitalismo quiere matar la agricultura por ejercer
un control estrictamente mercantil sobre la producción de los alimentos
y quienes los producen, mientras vuelve a vaciar territorios, expulsa lo
que considera estorbos y aumenta los ejércitos de obreros precarizados.
Es reacomodo empresarial del espacio y control sin miramientos del esfuerzo
humano.
Matar la agricultura se ha vuelto una cruzada. En África, las grandes compañías y famosos hombres de negocios, como Bill Gates y Rockefeller, emprenden la Revolución Verde 2.0 y la promocionan como la gran salvación para el hambre del continente con paquetes tecnológicos que lo último que buscan es la autonomía de los campesinos. Además de sustituir la labor de por sí sesgada de las ONG por el actuar de grandes empresas, su pose altruista no borra la guerra más terrible de la actualidad --los invisibles 4 millones de muertos en ocho años en la República Democrática del Congo--, con el fin de apoderarse de metales como el coltán, utilizado en componentes electrónicos de computadoras y teléfonos celulares, más el oro y los diamantes de siempre.
En India, van 150 mil suicidios de campesinos que se embarcaron en los mismos paquetes tecnológicos de la Revolución Verde 2.0: el esquema de transgénicos, agroquímicos y agiotismo bancario los orillan a ingerir el pesticida y salir del paso.
Según la FAO, "un porcentaje cada vez mayor de los ingresos de las familias campesinas procede de actividades no agrícolas, como el comercio, los servicios y las remesas enviadas por los migrantes. Sin embargo, la agricultura continúa siendo el principal medio de subsistencia para 90% de las familias rurales pobres". Lo escandaloso es que a la FAO le parezca grave que todavía vivan de la agricultura. En su visión deberían haber desaparecido: "los pobres encuentran dificultades para escapar de su situación" , concluye.
En este contexto, el Fondo de Población de Naciones Unidas afirma que en 2008, por primera vez en la historia, más de la mitad de la población mundial, 3 300 millones de personas, vivirán en áreas urbanas. Se calcula que serán 5 mil millones hacia 2030. Entre 2000 y 2030, la población urbana se duplicará en África y Asia.
Según la agencia, este crecimiento surgirá
en ciudades medias y pequeñas, por lo que hay que "fortalecer sus
potencialidades para crecer y alertar a gobiernos, sociedad civil y comunidad
internacional a contribuir creando un cambio sustancial en las condiciones
sociales y ambientales de vida".
¿Suena previsor? Es por lo menos sospechoso que el Fondo intente que aceptemos "el derecho de los pobres a vivir en las ciudades" y abandonemos "el intento de desalentar la migración y de evitar el crecimiento urbano".
Si tal es el diagnóstico de la ONU, es urgente cuestionar públicamente las perspectivas y supuestos que nos orillan a aceptar como irremediable algo que el capitalismo, con toda su voracidad, está provocando: el impulso migratorio es efecto directo del saqueo, el abandono y la devastación de los territorios rurales y del modo de vida campesino a manos de las transnacionales. Eso no lo podemos olvidar. Pero Thoraya A. Obaid, directora ejecutiva del Fondo de Población, nos regaña: "Debemos abandonar ese esquema mental que resiste la urbanización y actuar ahora para emprender un esfuerzo global concertado que ayude a las ciudades a desatar su potencial, uno que dispare crecimiento económico y resuelva los problemas sociales".
Lo urgente es iniciar un amplio debate sobre los efectos que la devastación del campo produce en las ciudades y cómo a su vez el crecimiento urbano creará problemas de sustentabilidad irremontables para campo y ciudad. Y claro, las cifras son alarmantes: "Entre 2000 y 2030, la población urbana de Asia crecerá de 1 360 millones de personas a 2 540 millones, y la de África crecerá de 294 millones a 742 millones. En América Latina y el Caribe pasarán de 394 millones a 609 millones".
Eso es probable, como lo es el "millón de personas que llega a vivir semanalmente a las ciudades" en África y Asia, según cálculos del Fondo de Población. Pero hay que entender, para cualquier acción futura, que dichas cifras no ocurren de la nada. Son el síntoma más evidente de la muerte programada que el capital pretende asestarle al campesinado y a todas sus estrategias de sobrevivencia, creatividad y dignidad humana. La señora Obaid nos dice alegre o cínica: "los dirigentes deben ser pro-activos y con una mirada de gran alcance explotar plenamente las oportunidades que ofrece la urbanización". Tal vez debamos insistir en que abandonarnos a la urbanización es aceptar el suicidio planetario que ningún planificador parece querer ver.
Mientras tanto, más de 1 400 millones de personas,
en las familias y comunidades de todo el mundo, buscan guardar su semilla
cosechada para volverla a sembrar en el siguiente ciclo.