Siguen las becerradas en la Plaza México, en ausencia de autoridades y público
Pepe López, único torero ante bravo encierro del hierro de Felipe González
Hilda Tenorio estuvo en barrera de primera fila
En el callejón, un inspector borracho
Ampliar la imagen El michoacano Pepe López pudo haber sido el triunfador de ayer, pero falló con la espada Foto: Jesús Villaseca
En la tercera función de la primera temporada de becerradas de la Plaza México, la empresa de Víctor Curro Leal trajo un insignificante pero bravo encierro de la ganadería de Felipe González para la terna formada por el michoacano José Antonio López, el palentino (de Palencia, España) Juan José Vian López y el distritofederalense Manuel de Jesús Olivares Sánchez, con pésimos y desalentadores resultados.
Ex integrante del grupo de niños toreros que dirigía Pepe San Martín y del cual formaban parte Joselito Adame e Hilda Tenorio (que ayer estaba en barrera de primera fila), Pepe López hizo lo más interesante de la tarde al enroscarse en torno de la cintura al corrido en cuarto lugar, templándolo con la muleta por el lado izquierdo con la mano abajo y los pies muy juntos. Por desgracia, no sólo no logró cuajarle la faena sino que para colmo de males lo pinchó y perdió no sólo la vuelta al ruedo sino la ocasión de salir a saludar al tercio.
Pero si Pepe, que no pasa de ser todavía un pálido boceto, fue el mejor de los tres, imagínense como habrán estado El Palentino y Olivares. Ante el segundo de la tarde, un perrito que no obstante resultó bravísimo, el ibérico efectuó la única suerte que lo distingue -recibir al bicho en los medios, cuando éste sale por la puerta de toriles, y atraerlo a su cuerpo muy erguido, escondiendo el capote tras la espalda, para abrirlo y pegarle una gaonera al momento de la reunión-, y, lo que es imperdonable, la ejecutó mal.
Del resto de su labor lo más piadoso es guardar silencio, porque el jovenazo de 27 años ya se pasó de tueste y más le convendría irse buscando un trabajito en Repsol o en alguno de los bancos baturros que hay en México. De paso, debería sugerirle a Olivares que lo acompañara a presentar su respectiva solicitud, porque si uno está acabado, el otro parece más verde que una esmeralda colombiana y no tiene sitio, clase ni afición, y tampoco conecta: a todas luces escogió mal su camino en esta vida pero está muy a tiempo de rectificar.
Al cabo de una semana profusa en noticias sobre la fiereza de los toros de lidia en ambos lados del charco -en Mérida falleció el empresario Andrés García Lavín a consecuencia de las lesiones que le causó el vuelo de Pajarito, mientras en Pamplona decenas de villamelones de todo el mundo sufrían graves cornadas-, nadie fue ayer a la México, salvo trescientos despistados, los cabales de José Cueli, un turista japonés, así como el actor y ganadero Gonzalo Vega y su tierna y guapa hija, la actricita Marimar, sin mencionar a las dos docenas de animalistas que ante la puerta principal del coso estuvieron gritando un rato y exigiendo (sin saberlo ellos mismos) la desaparición del toro bravo como especie, que es lo único que conseguirían los que se oponen a las corridas: la extinción de una variedad singular de reses que nadie criaría si no pudiera comercializarla, y que tampoco sobreviviría en el cautiverio de los zoológicos.
Así que después de ese ataque a la biodiversidad en grado de tentativa, saltaron a la arena cuatro becerros y dos novillos bien hechos del antiguo encaste de Coaxamalucan, que en otra época eran intoreables, y que hoy, después de pasar por las manos de los Felipes González, padre e hijo, poseen bravura y nobleza y prometen seguir mejorando. Pero si aparte de la borrachera que traía el ayudante del inspector del callejón, que daba tumbos en digna representación del gobierno panista de la delegación Benito Juárez, no había en el ruedo nada digno de mencionar, en las barreras de sombra había un quinteto de egresados del ITAM, orgullosamente calderonistas, por demás representativos del actual grupo en el poder.
En un derroche de supina ignorancia, cuando El Palentino toreaba por gaoneras dijeron que eran verónicas, pero al ver el nombre de la ganadería uno de ellos preguntó: "Güey, ¿quién era Felipe González? ¿Un rey de España?". A lo que otro le aclaró: "No seas tarado, güey. Es el príncipe Felipe de Asturias". Poco después uno más relató que un torero le había dado un autógrafo en Texcoco, pero "cómo se nota que el güey no estudió, su letra era de puros palitos, como de niño". Y cuando entre todos recordaron la célebre frase "coopelas o cuello", uno comentó: "Pinche (Jorge) Lozano (Alarcón), ya lo echaron de cabeza". Pero la cumbre llegaría cuando el que parecía abogado dijo: "en este pinche país lo único que funciona bien es el IFE, güey". Olé por el arte, como decían los antiguos.