La Mezquita Roja
Ampliar la imagen Policías paquistaníes examinan el cadáver de uno de sus compañeros, quien pereció ayer, durante un atentado suicida en el distrito de Dera Ismail Khan. Los atacantes hicieron estallar explosivos en el noroeste de Pakistán, una zona fronteriza con Afganistán, y provocaron la muerte de más de 38 personas Foto: Ap
Bajo la estricta vigilancia del ejército, dos días después de su muerte en el asalto a la Mezquita Roja, miles de personas asistieron, el jueves 12 de julio, al funeral del clérigo Abdul Rashid Ghazi, en Rojhan Mazari, una ciudad en el centro de Pakistán. Su cuerpo fue trasladado en helicóptero y se permitió que Abdul Aziz, su hermano, viajara con el cadáver y pronunciara las oraciones. La voz del muecín se escuchó a lo lejos y cientos lloraron su muerte. Aziz, líder máximo de la Mezquita Roja, detenido por el ejército paquistaní cuando intentaba escapar enfundado en una burka, como cualquiera de las mujeres musulmanas, se encuentra acusado de subversión y traición a la patria. Los familiares de Rashid habían pedido al gobierno del general Pervez Musharraf que su cuerpo fuera enterrado en Islamabad, a un lado de la tumba de su padre; esa había sido su última voluntad. Sin embargo, el Ministerio del Interior negó la petición; su tumba podía convertirse, sin duda, en un lugar de culto.
Aunque el vértigo islámico no es nuevo en Pakistán, la matanza en la Mezquita Roja fue, al parecer, producto de la negligencia y la omisión del mismo general Pervez Musharraf; sus Servicios de Información Militar habían advertido, afirma The New York Times, que los militantes islámicos y las guerrillas de neotalibanes avanzaban por zonas tribales y que, de no tomar medidas urgentes y terminantes, podían ocupar los centros nucleares del país. Los neotalibanes afganos incursionan cada vez más en territorio paquistaní; una cadena de montañas inexpugnables -el Waziristán- que atraviesa un territorio con 2 mil 600 kilómetros de frontera común, desde China y las estribaciones del Himalaya hasta los desiertos de la frontera con Irán. Rudyard Kipling, el escritor inglés, describió esa región con perfecta maestría en su novela El hombre que quiso ser rey.
Musharraf, un aliado imprescindible de Washington en la lucha contra Al Qaeda y su líder, Osama Bin Laden -al parecer oculto entre el Waziristán paquistaní y la frontera afgana- se encuentra atrapado ante las masivas manifestaciones populares de protesta antiestadunidenses y sus deberes o compromisos con el Departamento de Estado en Washington. Su mandato expira el 15 de noviembre y ha confirmado que se presentará a la relección en septiembre; una suerte de ritual parlamentario en que varios partidos sostienen por mayoría su candidatura. A principios de abril, sometió a Mohamed Chaudry, presidente de la Suprema Corte de Justicia, a una investigación porque había puesto en duda el carácter constitucional de la relección.
Musharraf es un invencible defensor del estado de derecho, siempre se atiene a la legalidad que él mismo ha instaurado. "Yo no he despedido a nadie. Todo es según la legalidad. El Consejo Judicial admitió un expediente-acusación contra el señor Chaudry, la investigación se encuentra en proceso aunque no se trata de un juicio" -dijo Musharraf-; "sólo que mientras dure el procedimiento Chaudry verá restringidas sus funciones". Pakistán tiene 150 millones de habitantes y sólo tres o cuatro mil salieron a la calle para protestar contra el autoritarismo, los cuerpos de la policía ensangrentaron entonces las calles de Islamabad.
Pervez Musharraf nació el 11 de agosto de 1943 en Nueva Delhi; tras la división del continente indio, en 1947, su familia se mudó a la ciudad de Karachi, en la nación recién fundada: Pakistán. Su padre, diplomático de carrera, fue nombrado cónsul en Turquía, frecuentó los colegios cristianos de San Patricio en Karachi y el Instituto Forman en la ciudad de Lahore. Después de ingresar a la Academia Militar participó en la segunda guerra indo-paquistaní, el año de 1965; en el fragor de los sangrientos combates, luchó por conquistar el territorio de Cachemira y se le distinguió con la gran medalla del valor. A mediados de 1971 combatió otra vez en la guerra contra la secesión de Bangladesh, el antiguo Pakistán Oriental. Su experiencia en las dos guerras lo llevó a presidir el Alto Mando del Ejército de Pakistán. En octubre de 1999, Musharraf dio un golpe de Estado incruento contra el gobierno de Nawaz Sharif. A partir del 20 de junio de 2001 se convirtió en Presidente Constitucional de Pakistán. «Musharraf hizo un rentable negocio geopolítico», escribía el Frankfurter Allgemeine, «con el 11 de septiembre y la guerra contra los talibanes en Afganistán».
Hamid Karzai, presidente de Afganistán es, para Musharraf, un fantasma de mala sombra. Karzai es el otro aliado incondicional de los Estados Unidfos, ambos se disputan sus privilegios. "Los que no hacen nada contra el terrorismo, como Hasmid Karzai, son los que critican a los que luchamos como nosotros" --dijo Musharraf--, "que tenemos 80 mil hombres en 2.600 kilómetros de frontera. Y los que dicen que el Servicio de Información Militar Paquistaní es un Estado dentro de otro Estado, y que ayudamos a los Talibanes, porque queremos un Afganistán débil, mienten con todo cinismo". Musharraf sostiene que no desea un Afganistán débil, ni le interesa convertir a esa nación en un protectorado, hay un hecho: Karzai está perdiendo la guerra contra los neotalibanes. Bin Laden y el mullah Omar, el jefe de los talibanes, se hallan escondidos en las montañas de Afganistán; Musharraf se niega a creer que hayan pasado a Pakistán, "pero nadie lo puede asegurar, le dijo al Times de Londres, "todo es un juego de adivinanzas. Y tampoco es verdad, como se ha publicado, que hayamos firmado un acuerdo militar con los talibanes en Waziristán; firmamos un acuerdo con jefes tribales y religiosos de la región, para que no dieran refugio a los talibanes. Porque ésta es una lucha no sólo militar, sino política, y esa es la guerra que ha ido perdiendo Karzai".
Musharraf, artífice de la cuerda floja, no admite ni desmiente que la presencia de Estados Unidos en Irak haya sido un cataclismo para la región, insiste en que no hay más camino que las negociaciones, una conferencia con Irán y Siria, que permita superar la violencia suicida de los propios iraquíes, vuelva invisibles a las tropas estadunidenses y se firme un acuerdo de paz.
Una retirada intempestiva es, para Musharraf, inimaginable, porque dejaría un torbellino de inestabilidad que se extendería como una marea incontenible por todo Oriente Medio. Si Irán es el siguiente objetivo militar de Estados Unidos, Musharraf no descarta los horizontes más sombríos. "Nos afectaría a todos" -declaró a Le Monde- ,"también a Pakistán, el sectarismo religioso volvería a tomar el poder, la operación contra el chiísmo iraní la sufrirían por igual los sunitas -la mayoría religiosa de Pakistán. La mayoría de mi pueblo es antiestadunidense, y ese sentimiento nacional se ha acrecentado y se acrecentaría aún más. La alianza estratégica de Pakistán y Washington juega con los naipes del rechazo y la amenaza, una política que ha servido muy bien a Musharraf durante una década.
Sin embargo, no sólo es el rechazo y la amenaza. Musharraf tiene un as poderosísimo en la manga: el poder nuclear de Pakistán. Cuando en marzo de 2006 el presidente Bush firmó en Nueva Delhi un acuerdo de cooperación nuclear con India que -por decirlo así- certificaba el poder nuclear hindú, declaraba sin decirlo que el poder nuclear de Pakistán era cuando mucho tolerado.
Pakistán, la única nación musulmana que posee armamento nuclear, toma una importancia decisiva en nuestros días. "Palestina es el conflicto del conflicto, el corazón de todos los conflictos que conmueven al mundo islámico" -dijo Musharraf-, reivindicar los derechos palestinos es reivindicar los agravios al Islam".
La matanza en la Mezquita Roja ha revelado que un político tan represor y diestro como Pervez Musharraf no puede contener, ni mucho menos derrotar a la furia destructora del Islam extremista y violento. Los atentados suicidas se multiplican en la frontera con Afganistán. El sábado 14 de julio, 24 soldados paquistaníes murieron y otros 34 resultaron heridos en un ataque a un convoy militar en la región de Waziristán del norte, una fortaleza neotalibán en la provincia de la Frontera Noroccidental, donde según el Servicio de Información Militar Paquistaní, se han reagrupado los contingentes de Al Qaeda. En El perdedor radical, ensayo sobre los hombres del terror, Hans Magnus Enzensberger nos pone en alerta: "La forma más pura del terror islámico es el atentado suicida. Ejerce un poder de atracción irresistible sobre el perdedor radical, pues le permite dar rienda suelta a sus delirios de grandeza. Nadie puede decir que es un cobarde. El valor que lo caracteriza es el valor de la desesperación. Su triunfo consiste en que no se le puede castigar, pues el mismo se encarga de hacerlo. El video reivindicativo de Al Qaeda tras los atentados de Madrid de marzo de 2004 lo revela con toda claridad: "Vosotros amais la vida, nosotros amamos la muerte, y por eso venceremos".