Hezbollah, abierto a la política: Nasrallah
"Podríamos reconocer a Israel si la mayoría de palestinos lo hace", dice el líder de la agrupación
Ampliar la imagen El ejército libanés bombardeó ayer el campo de refugiados de Nahr el Bared, en el norte de Líbano, país en el que, a un año del ataque de Israel contra Hezbollah, el paisaje de devastación sigue siendo una constante Foto: Ap
Beirut. Su imagen está por doquier en los suburbios de esta ciudad, desplegada en inmensos carteles y espectaculares. Pero nadie sabe dónde vive, trabaja y se esconde.
Es Hassan Nasrallah, hombre que encarna 25 años de resistencia a Israel y la emergencia en Líbano de un gran partido islámico chiíta: el Hezbollah, "el Partido de Dios", en un país multiconfesional, tradicionalmente gobernado por elites cristianas y musulmanas sunitas.
Israel lo declaró ''objetivo militar''. Cada día, desde la guerra iniciada por Tel Aviv contra los combatientes islámicos en el verano de 2006, la aviación israelí sobrevuela el país -a pesar de las protestas de la Fuerza Internacional de Naciones Unidas (Finul), instalada en la frontera sur de Líbano- para tratar de monitorear los movimientos de la milicia chiíta y de su jefe. Esas acciones violan la resolución del Consejo de Seguridad de Naciones Unidas que puso fin al enfrentamiento.
Nasrallah corre el riesgo de morir alcanzado por un misil, como le ocurrió en Gaza, hace tres años, al jeque Ahmed Yassin, líder espiritual de Hamas.
Para reunirnos con Nasrallah cambiamos cinco veces de vehículo en distintos estacionamientos subterráneos. Viajamos encerrados casi una hora en compartimentos ciegos, acomodados en la parte trasera de sucesivas camionetas, para llegar finalmente a una "oficina enterrada", montada para la ocasión, decorada con la bandera libanesa y con el estandarte del partido.
El hombre que nos recibe se muestra más proclive a hablar de política que de combates. Los tiempos han cambiado desde la última guerra. El Hezbollah obligó al ejército israelí a retirarse del sur de Líbano, pero su victoria no fue completa. Quince mil soldados de la ONU, y otros tantos del ejército libanés, ocupan hoy la frontera con Israel limitando los movimientos de la guerrilla, que antes mantenía bases militares en esa zona. Además, las perspectivas de una nueva guerra entre el "Partido de Dios" y el Estado hebreo se han alejado.
"De conformidad con la resolución de la ONU y los acuerdos que firmamos con el gobierno -dice Nasrallah-, hemos entregado esas bases al ejército libanés. Hoy es éste el que asume la seguridad de la frontera... Pero no olvidemos que somos los habitantes de esa región. Si somos agredidos, nos defenderemos y combatiremos..."
Acontecimientos recientes hacen temer una nueva guerra civil en Líbano: asesinatos en serie de políticos pro-occidentales atribuidos a Siria; enfrentamientos callejeros entre la oposición liderada por Hezbollah y la mayoría gubernamental, y com- bates en el norte del país entre el ejército y grupos palestinos afines a Al Qaeda.
Además, la salida del gobierno del Hezbollah y del partido chiíta Amal, en noviembre de 2006, ha hundido el país en una grave crisis política. Reclaman la constitución de un gobierno de unidad nacional, en el cual tendrían la minoría pero con capacidad de bloqueo, y con el apoyo del presidente, el cristiano Emile Lahoud, no permiten que se reúna el Parlamento.
En el marco de "esa guerra civil silenciosa", el hecho que el Hezbollah no se haya desarmado preocupa a muchos. Radwan El Sayyed, consejero del primer ministro Siniora, enfatiza: "Son un partido armado que el Estado no puede controlar. Siguen consiguiendo armas a través de Siria con la idea de resistir a Israel. Pero, ¿cómo puede ser posible con el ejército libanés y la ONU en la frontera sur?
"Hezbollah nunca utilizó sus armas en el marco de conflictos políticos internos -contesta Hassan Nasrallah. Todas las elecciones en las cuales participamos demuestran que nos comprometimos por la vía política. Hacemos todo lo que está en nuestras manos para evitar una guerra civil, para llegar a una solución del conflicto por la vía del diálogo político."
Hezbollah no ha podido deshacerse del calificativo de terrorista que se le pega a la piel desde su surgimiento, a principios de los años 80. Israel acababa de invadir Líbano en plena guerra civil entre cristianos y musulmanes para tratar de desmembrar la estructura militar de la Organización por la Liberación de Palestina asentada en los campos y los barrios de refugiados palestinos llegados al país después de la guerra del 48. El ejército israelí arrasó con las fuerzas de Yasser Arafat, llegó hasta Beirut y ocupó el sur del país, poblado en su mayoría por musulmanes chiítas.
Influidos por la revolución iraní de 1979, jóvenes clérigos islamistas chiítas formados en las escuelas religiosas de Qom, de Irán, y Najaf, de Irak, decidieron entonces lanzarse a la resistencia armada en contra de Israel. En 1982 y 1983 realizaron ataques suicidas contra posiciones militares israelíes y barracas estadunidenses y francesas de la fuerza de intervención. Pero se hicieron famosos también, aunque no hayan reconocido hasta la fecha la paternidad de los hechos, por los secuestros de corte evidentemente terrorista de diplomáticos y periodistas.
Luego del 11 de septiembre de 2001, en plena histeria antislámica, George Bush y varios gobiernos europeos incluyeron a Hezbollah en sus listas de organizaciones terroristas, afirmando, sin pruebas, que ese partido era responsable del atentado de 1994 contra la mutual judía de Buenos Aires (AMIA). Notable excepción, el gobierno de Francia no se alineó a la posición estadunidense
A un año del reciente conflicto, una parte importante de la opinión pública no comparte esta visión del Partido de Dios.
Desde diciembre 2006, miles de militantes y manifestantes se juntan cada semana en la plaza central de la capital, cerca del parlamento resguardado por el ejército fiel al gobierno de Fouad Siniora, el primer ministro prooccidental. En su mayoría son chiítas, seguidores de Hezbollah, pero participan también musulmanes suníes de varios partidos nacionalistas o prosirios y cristianos de la Corriente Patriótica Libre, el partido maronita con más representación en el parlamento.
Para todos ellos, Hezbollah es, antes que todo, el partido de la resistencia contra Israel, que mantuvo una guerrilla tenaz contra el invasor hasta 2000, obligándolo a retirar sus tropas del sur de Líbano ese año e infligió un revés seis años más tarde a su ejército, cuando atacó el sur del Líbano para acabar con la infraestructura militar del Partido de Dios.
A lo largo de esos años, una gran complicidad se forjó alrededor de la idea de resistencia entre Hezbollah, los laicos de izquierda, los comunistas y los nacionalistas árabes, cristianos o musulmanes.
El sepelio de un prestigioso editorialista cristiano, director del diario opositor Al Akhbar, nos dio en marzo pasado oportunidad de presenciar esas convergencias.
Se reunieron, al pie del féretro, políticos que el país no acostumbra ver codo a codo: el director de Al Manar -la cadena televisiva propiedad de Hezbollah- y miembro del consejo político del Partido de Dios, el secretario general del partido comunista, el número dos de la Corriente Patriótica Libre del General maronita Michel Aoun y varios políticos de procedencias diversas.
¿Reconocer a Israel?
Al terminar la ceremonia, Michel Samaha, ex miembro del buró político de las falanges cristianas, que lucharon contra los palestinos durante la guerra civil, explicó:
"Para mí Hezbollah es sinónimo de resistencia...No tenemos que considerarlo como un movimiento chiíta; hay que verlo, siendo libanés, como un movimiento de resistencia. Que ciertos regímenes de la región y Estados Unidos quieran diabolizar a Hezbollah dentro del país y en el mundo será su política, pero ni es la verdad ni corresponde a nuestra convicción."
Uno de los argumentos de Washington para justificar la "diabolización" de la resistencia islámica es su posición histórica frente a Israel. Oficialmente, Hezbollah sigue sin reconocer al Estado israelí y lo considera ilegítimo. Pero los cambios militares ocurridos en la frontera sur parecen moldear poco a poco una posición menos radical del liderazgo hezbollista.
"Si Hamas reconoce un día oficialmente a Israel -le preguntamos a Hassan Nasrallah-, ¿lo reconocerán ustedes?"
"No necesariamente. Eso no me obligaría a hacerlo. Pero no tengo que decidir en lugar de los palestinos, no les digo 'ustedes tienen que expulsarlos, matarlos, tirarlos al mar'. Sencillamente digo que debemos devolver su bien a los palestinos... Pero, pase lo que pase respetaremos la elección y la voluntad del pueblo palestino, cualquier que sea esa elección y esa voluntad."
En términos muy cautos, Nasrallah admite que podría reconocer, de hecho, a Israel si la mayoría de palestinos así lo deciden.
Tampoco el argumento según el cual el Partido de Dios quiere imponer una república islámica inspirada en el modelo iraní cunde en la sociedad libanesa. Desde principios de los años 90, el Partido de Dios presenta candidatos a las elecciones nacionales. De hecho, terminó reconociendo al Estado libanés, cuya constitución organiza la repartición del poder entre las cuatro grandes confesiones libanesas: chiítas, cristianos maronitas, musulmanes suníes y druzos. Hezbollah constituye hoy el tercer grupo en el parlamento libanés.
Hassan Nasrallah nos confía por qué su partido abandonó su proyecto inicial: "Si la inmensa mayoría de los libaneses fuera musulmana hubiéramos, sin duda, obrado en favor de una república islámica... Pero dado el pluralismo y la diversidad comunitaria y religiosa de Líbano, y dado que hay aquí también musulmanes que no desean un Estado islámico, es perfectamente normal que preconicemos otra vía, la de una república popular emanada de elecciones, basada en la justicia y la igualdad, que son valores del islam."
El discurso cada vez más templado de Nasrallah no logra, sin embargo, convencer a la clase dominante musulmana suní y a los sectores cristianos y drusos, anti-sirios y aliados de Washington: "Nadie controla ese dizque partido político, religioso y pro irani", lamenta, por su parte, Radwan El Sayyed.
Relación íntima con Irán
No hay duda de que la relación entre Hezbollah e Irán es íntima. Teherán ha proporcionado a la milicia chiíta la mayoría de los modernos mísiles guíados que acabaron, en 2006, con más de 100 tanques Merkava israelíes. Sus fuerzas de elite han sido adiestradas durante años por los Guardianes de la Revolución iraní en campos de los llanos de la Bekaa, en la frontera con Siria. El financiamiento de que recibe Hezbollah de las fundaciones religiosas de Ali Kamenei -líder de la revolución iraní, reconocido también como líder espiritual por Hezbollah- es un secreto a voces. Los hospitales construidos por Hezbollah en los barrios desamparados del sur de la capital han recibido fuertes donaciones de sus hermanos chiítas iraníes.
Guiándonos entre las ruinas del sur de Beirut, Bilal Naïm, miembro del comité ejecutivo de la organización, reconoce que Teherán ha pagado 600 millones de dólares para la reconstrucción de los barrios y aldeas destruidos por la aviación israelí. Y no le cuesta admitir que el dinero, proveniente de la solidaridad chiíta en el mundo1 financia también al ala militar del partido: "Los poderes o los individuos que financian a Hezbollah, iraníes o árabes, todos saben que poseemos armas, que somos un movimiento de resistencia y que podemos utilizar esos fondos para comprar armas."
Pero el margen de maniobra de Hezbollah frente a su "tutor" es más importante de lo que declaran sus enemigos.
Al dudar de que Hezbollah pueda manifestar puntos de vista diferentes a los del gobierno iraní de Amadinejad, viene respuesta tajante de Hassan Nasrallah:
"¡Por supuesto que sí! La república islámica de Irán es un Estado con sus propios intereses regionales. Puede entrar en conflicto con estados vecinos. ¿Estamos obligados a entrar en conflicto con esos mismos estados? ¡No, no estamos obligados!"
Del 14 al 16 de julio los responsables de las facciones libanesas se reunirán en los suburbios de París, invitados por el presidente Nicolas Sarkozy para hablar de paz. Hezbollah participará en esas conversaciones, a pesar de las reticencias de Washington; 25 años después de su nacimiento, el Partido de Dios obtiene su primer gran reconocimiento internacional.
1 Llamado en árabe khoms, es decir, la quinta parte de los ingresos que cada chiíta islamista debe pagar a las fundaciones de los mulás o ayatolas, quienes lideran las comunidades chiítas dispersas en el mundo (Irán, Irak, Bahrein, Líbano, Estados Unidos, Costa de Marfil, Brasil, Paraguay...).
El autor es periodista francés.