¿Una Europa islámica?
La semana pasada, mientras hacía fila para registrarme en un vuelo de Londres a la ciudad de México, me sorprendió ver detrás del mostrador de la línea aérea a una joven cubierta de la cabeza a los pies con el chador, el tradicional velo negro musulmán. Sólo su delicada cara estaba descubierta y el velo resaltaba unos ojos que pertenecían a Las mil y una noches. Al llegar al mostrador, y notar que su apellido era igual al de una amiga libanesa, le pregunté: ¿de dónde es su apellido? La respuesta me sorprendió: "musulmán". Debiendo haber contestado "árabe, libanés, egipcio o palestino", dijo "musulmán", como si le hubiera preguntado por sus creencias religiosas.
La población musulmana en Europa ha superado los 20 millones y con una tasa de crecimiento mayor que la de ese continente pudiera rebasar los 40 millones en 2020. Adoptando políticas de integración o multiculturalismo, las naciones europeas han permitido en los últimos años la migración indiscriminada de musulmanes. Y mientras los europeos abandonan decepcionados las iglesias cristianas, los islamitas europeos se aferran a su fe con mayor fervor para mantener su identidad cultural y alimentar los lazos con sus países de origen.
El temor a una Europa islámica ha incrementado el endurecimiento de políticos nacionalistas como Jean-Marie Le Pen en Francia, Jörg Haider en Austria, y el asesinado Pim Fortuyn en Holanda. Todos ellos, en unión de intelectuales y provocadores, como Theo van Gogh, pretenden regresar a las tradiciones nacionales. Al diablo con la Unión Europea, claman delirantes frente a millones de seguidores: ¡queremos recobrar nuestra esencia nacional!
Aun sorprendido por la desconcertante respuesta de la joven musulmana en el aeropuerto de Heathrow, y siempre impresionado por el constante crecimiento de la nación islámica en Inglaterra, decidí leer en el largo vuelo de regreso uno de los dos libros que llevaba preparados: Murder in Amsterdam (Asesinato en Amsterdam), que tiene como subtítulo "el asesinato de Theo Van Gogh y los límites de la tolerancia".
Van Gogh fue asesinado por un joven de ascendencia marroquí en protesta por la película Sumisión, que Van Gogh -racista arrogante y provocador, descendiente del pintor- dirigió con guión de Ayaan Hirsi Alí, la bella diputada holandesa de origen somalí, hoy refugiada en Estados Unidos para huir de la amenaza de muerte a que está sujeta en Holanda. La amenaza es una fatwa similar a la que vivió Salman Rushdie, recientemente convertido en caballero del imperio británico en medio de violentas protestas de los musulmanes ingleses.
En el filme de Van Gogh y Hirsi Alí, mujeres desnudas, bajo un transparente velo islámico, muestran pasajes del Corán tatuados en sus cuerpos como protesta por la sumisión de la mujer en la cultura islámica. Ian Buruma, autor de Asesinato en Amsterdam, afirma que el asesino de Van Gogh "es uno más de los jóvenes europeos que adoptaron la causa revolucionaria del Islam"; como los terroristas de Madrid y Londres, y como el grupo de doctores musulmanes que planearon los recientes atentados en Londres y Glasgow. Buruma demuestra que el Islam está a punto de convertirse en la religión principal en países cuyas iglesias han sido abandonadas y convertidas en sitios turísticos o lugares de entretenimiento. Cita convencido a Olivier Roy, el académico francés que no hace mucho advirtió: "el Islam es hoy en día una religión europea".
Cuando las naciones que formaron la Unión Europea se reunieron en Maastricht, los franceses temían que desapareciera su lengua, alma de su nacionalidad. Y los ingleses, conscientes de que su idioma, merced a Estados Unidos y a la globalización, es la lengua universal, se rehusaron a someter la libra esterlina al imperio del euro. Sin embargo, esos mezquinos temores nacionalistas palidecen frente a una amenaza que atenta contra la integridad y seguridad de la Unión Europea: la posibilidad de que los países miembros pierdan su identidad y vean languidecer sus culturas en lo que pudiera ser el teatro de operaciones de la tercera guerra mundial: el "choque de civilizaciones", anunciado por Samuel P. Hungtinton.
Ayaan Hirsi Alí, con su película Sumisión, y Salman Rushdie, con sus Versos satánicos, se convirtieron en enemigos jurados del Islam. Osaron alentar la integración a la cultura europea al margen de los rigores del Islam. Pero el gobierno australiano fue más allá la semana pasada: en un despliegue inusitado de intolerancia, el país que hasta hace poco recibía inmigrantes de todas las naciones, amenazó con deportar a los clérigos musulmanes que pretendan imponer la ley sharia por encima de la legislación nacional.
"Australia es un país laico", declaró el ministro de Finanzas en presencia del primer ministro, "quienes pretendan instaurar un Estado teocrático regido por la ley islámica deben abandonar el país". De pronto, países laicos, inmersos en el nacimiento de una moderna Ilustración, se ven amenazados por una religión firmemente enraizada en el pasado, y hasta hace poco tiempo profesada en otra parte del mundo.