Amoz Oz: la integridad
Ignoro cuándo nació mi inquina hacia los políticos. No ignoro las causas: salvo muy honrosas excepciones, la inmensa mayoría son detestables. Y no sólo detestables: se parecen tanto entre sí que sospecho que Dios, o la madre naturaleza, dialogaron para crear una determinante genética que condiciona un subgrupo de seres humanos cuyo destino es la política. Se parecen tanto entre ellos, que no dudo que pronto, gracias al avance en el conocimiento del mapa genético, sabremos que existe un gen, llamémosle miserable, que determinará las condiciones por las cuales algunos humanoides se transforman en políticos. Cuando el gen sea publicitado entenderemos por qué Putin, Bush, Katzav, Fox y Aznar, aunque sean judíos-católicos-latinos-europeos-mexicanos, se parecen tanto entre sí.
Ejemplo fresco es el caso del ex presidente israelí Moshe Katzav, quien después de haber aceptado que acosó, usufructuando su puesto, a varias empleadas de la presidencia fue exonerado y no irá a prisión. Que lástima que el Ministerio de Justicia de Israel lo haya perdonado. Corrupción, impunidad, sobornos, injusticia y amoralidad son algunas de las posibles razones por las cuales este detestable personaje no será inquilino de la cárcel. Así es: se habla de política de mierda y de políticos de mierda.
Katzav sirve de preámbulo para escribir sobre "otro" israelí: Amoz Oz, quien recientemente fue galardonado con el afamado Premio Príncipe de Asturias de las Letras "por la brillantez de su literatura, su contribución a vislumbrar los problemas universales de nuestro tiempo y su defensa de la paz y la lucha contra el fanatismo".
Loado por la excelsitud de sus novelas, quizás la cara más importante ante el mundo de Oz -su apellido original era Klausner- es haber fundado en los años 70 el movimiento pacifista israelí Paz Ahora, cuyas ideas bien se expresan en Contra el fanatismo (Editorial Siruela, 2003), donde reúne tres ensayos.
Contra el fanatismo es un pequeño libro de apenas 15 centímetros de altura y escasas 100 páginas que encierra una dosis inmensa de sabiduría, una mirada laica sobre la filosofía del fanatismo y sus vínculos con la globalización, así como un repaso de la praxis sin praxis de la mayoría de los políticos anencéfalos que dicen gobernar el mundo. En estos admirables escritos Oz reflexiona acerca del triunfo de la sordera del fanatismo, ganador indiscutible en el conflicto entre palestinos e israelíes. Con razón el escritor israelí acuñó el término "el síndrome de Jerusalén" para describir la enfermedad del fanatismo: "Todo el mundo grita, nadie escucha".
Su obsesión por el fanatismo y por pretender iluminar un poco la sordera implícita en ese "modo de ser" no es gratuita: nació en 1939, antes de que se creara el Estado de Israel, y vivió la guerra de Independencia y los inmensos desencuentros y odios que se generaron desde entonces. "Confieso que de niño, en Jerusalén, yo también era un pequeño fanático con el cerebro lavado. Con ínfulas de superioridad moral, chovinista, sordo y ciego a todo discurso que fuera diferente al poderoso discurso sionista de esa época. Yo era un chico que lanzaba piedras, un chico de la intifada judía."
Ya sea por el temprano suicidio de su madre, cuando Oz tenía 12 años, o porque lo aprendió en la tierra de las letras y de las ideas, pronto intuyó que el odio no conduce a nada. Dejó las piedras y se dedicó a escuchar, a escribir y a denunciar a los políticos. Por eso, aunque su obra literaria se estudia en las escuelas de Israel, y, pese a que obtuvo el Premio Israel de Literatura 1998, ha sido increpado por políticos y fanáticos israelíes. Tiene razón cuando denuncia la visión ciega de los totalitarios, para quienes traidor es "aquel que cambia a los ojos de los que no pueden cambiar".
Según Oz, la esencia del fanatismo "reside en el deseo de obligar a los demás a cambiar", y, al igual que Kant, quien señalaba que el mal está determinado ontogénicamente, asegura que el fanatismo forma parte de la naturaleza humana: "es un gen del mal". Si se acepta que el fanatismo "nació" con el hombre y que es anterior al cristianismo, al Islam y al judaísmo hay que concluir con Oz, como recomienda en su libro, que la literatura, el humor y la imaginación puedan mitigar un poco el peso del fanatismo. Quizás así se pueda impedir que la sinrazón, la amoralidad y la política sigan sepultando al ser humano. Sin duda políticos como Katzav son buen acicate para la lucha y para las obsesiones de Oz.
El acta del jurado español reconoce su aportación a "la revelación certera de las realidades más acuciantes y universales de nuestro tiempo, con especial atención tanto a la defensa de la paz entre los pueblos como a la denuncia de todas las expresiones del fanatismo". A esas cualidades agrego su valor por arriesgarse, por denunciar, por no callar y por buscar la paz.