A propósito de un diálogo intercultural
Hace cosa de un mes terminó la visita de la otra campaña a la sierra tarahumara. Estuvieron ahí los comandantes David, Susana y Eduardo en ese recorrido por el país que les tomará el año. Anduvieron conociendo los diversos pueblos indios del norte y dándose a conocer. Lo que resultó fue un intercambio de sueños de futuro y pesadillas del presente. Se iba dando un diálogo intercultural, tan deslumbrante a veces, que había que asimilar esa semana pausadamente, detalladamente, ponderadamente, para evitar soñar algo irreal, para ver lo sucedido con algo de distancia temporal.
Se va diciendo que el tema está en desuso, que no anda en la cresta de las novedades. Precisamente por ello nos resulta vital considerarlo. No en vano es un tema de futuro.
Se encontraron allá, en la Sierra Madre Occidental del norte mexicano, pueblos tan similares como diferentes, con corazones, valores y utopías tan cercanos que habrían de coincidir, pero con geografías, historias y luchas tan diversas que habrían de diferir. Frecuentes fueron al inicio los desconciertos mutuos. Las costumbres, los ritmos o las palabras no se ajustaban, no bastaban para interpretar unívocamente los hechos, o valorar lo que iba sucediendo. Por dar algún ejemplo, hubo momentos en los que la manera rarámuri de iniciar toda reunión, cuando la gente ya se ha reunido, y terminarla cuando la gente se va, aboliendo así radicalmente los horarios, resultaba descortés, casi ofensiva para los visitantes. En otros momentos la participación que les ofrecían los anfitriones, o la colaboración que les pedían en una reunión a los zapatistas, no empataba con las expectativas de la visita. Hubo también valoraciones implícitas, tan obvias para las partes que no suponían clarificación y que por falta de ella causaron tensión. Todos los obstáculos se fueron removiendo, uno tras otro, en un verdadero diálogo que constó más de hechos que de palabras, las cuales sólo complementariamente apoyaron el diálogo. Y así, aunque las palabras llegaron a azorar por su calidad humana, por su rigurosa cortesía, por su oportunidad precisa y por su incesante franqueza directa, sólo iba a clarificar los hechos sucedidos. Y siempre lo lograron.
Caminaron así, pueblos del sureste y del norte, un camino muy nuevo para todos en el que cada paso hacía crecer las cordialidades y asumir las diferencias. Se iba aceptando así la realidad diversa con verdad, desde la propia entraña. Se construía así en respetos mutuos una fraternidad más cierta, más cercana, más para siempre.
Las luchas, sus tácticas, sus metas permanecieron diferentes, aunque convergentes ahora. Lo que se ignoraba del otro se sabe ya y no es para distanciar. Igual quedan irremediablemente diferentes sus experiencias históricas, tan hondas como haber sufrido o no las 'reducciones' de la conquista que arrebataron toda autonomía a los más pero no a todos. Tales diferencias se narraron, se esclarecieron, se confrontaron y se asumieron como diferencias que quedan ahí. Igualmente se constató que los pueblos indios van coincidiendo en un destino y una lucha común en la que cada cual aportará lo suyo desde los saberes propios, saberes que necesariamente quedan enraizados en las propias historias.
Junto a la estación del tren que llevó de regreso a los delegados hacia Sinaloa, la despedida final, después de una semana de aprendizajes mutuos, fue tan cordial, tan natural, tan plena, como sólo suelen terminar los encuentros entre amistades viejas. Habían pasado sólo siete días y habían bastado para calar hondo en las identidades, las diferencias y las convergencias, en los aprecios y respetos mutuos, en entendimientos y enriquecimientos entre diversos pueblos tan diferentes y tan semejantes.
Guardo algunas convicciones luego de este encuentro del que doy testimonio. El diálogo intercultural, hoy tan indispensable para México, sólo se dará en hechos. Las palabras sólo clarificarán la verdad única que consiste en los hechos. Tal diálogo se va dando y creciendo en el caminar de la otra campaña porque sus delegados caminan aprendiendo. Se va dando entre pueblos desde los traicionados acuerdos de San Andrés, que fueron palabras y firmas sin hechos. Los pueblos indios siguen a su paso pese al desdén oficial que los acalla. Los temerosos gobiernos sólo acosan con ejércitos porque nada saben de diálogos interculturales.