Usted está aquí: sábado 23 de junio de 2007 Opinión El triunfo que se esfumó

Enrique Calderón A.

El triunfo que se esfumó

Estamos a escasos días de que se cumpla un año de las elecciones federales de 2006 y poco, o más bien nada, tenemos que celebrar, aun después de los años del desgobierno anterior. El país se encuentra nuevamente paralizado, acrecentando el número de desempleados, la pobreza crónica y las diferencias lacerantes de la concentración de la riqueza.

Dedicado de manera casi exclusiva a enfrentar los problemas del narcotráfico y del crimen organizado, mediante operaciones del Ejército y haciendo caso omiso de los señalamientos de analistas de primer nivel, como el doctor Alejandro Nadal, de El Colegio de México, el gobierno de Felipe Calderón pretende gobernar al igual que su antecesor con base en estribillos radiofónicos, como sustitutos a la solución de los problemas reales. La educación, la salud y el desarrollo económico son supuestamente objeto de acuciosos estudios, mientras los problemas crecen. ¿Hacia dónde nos dirigimos? ¿Qué, no tuvo tiempo el actual equipo del Presidente para preparar su programa de gobierno, antes de llegar al poder?

Sin haber sido partidario de López Obrador, como lo he mencionado en artículos anteriores, he estado convencido desde el principio de que en las elecciones de 2006 se cometió un gran fraude en contra suya. Confesiones recientes del mismo Fox, del consejero presidente del Instituto Federal Electoral y de la señora Gordillo, así lo vienen confirmando, al igual que otras informaciones difundidas recientemente, donde se muestra con detalle los comportamientos ilegales e inconstitucionales realizados por funcionarios gubernamentales del más alto nivel, para interferir en el proceso electoral, que hoy deberían estar en la cárcel por ello.

La realidad, sin embargo, no puede ser ignorada. Felipe Calderón es el presidente de facto, y lo seguirá siendo por el periodo que marcan las leyes, no veo otra posibilidad. Donde sí la veo es del otro lado, del lado de López Obrador y de la Alianza del PRD, PT y Convergencia, a quien el sistema tuvo que reconocerle más de 15 millones de votos, es decir, 35 por ciento de los sufragios, sólo medio punto abajo del candidato oficial.

Este hecho, en cualquier país con una democracia real, haría que López Obrador fuese el hombre de mayor influencia política nacional y la primera figura pública del país, con todos los medios de comunicación en espera de sus declaraciones en torno del acontecer nacional, sobre todo ante la creciente y visible debilidad del Presidente y los claros signos de incompetencia e insensibilidad política de sus colaboradores. No tengo la menor duda de que hoy López Obrador podría estar marcando los lineamientos de la política nacional en los grandes temas económicos, sociales y de seguridad nacional. Tampoco me queda duda de que quienes hoy gobiernan, y se sienten dueños y salvadores del país (insolentes y arrogantes), tendrían un comportamiento más recatado y profesional; en general, el país marcharía mejor.

¿Por qué esto no ha sucedido así? ¿Se debe quizás a que falta mucho por hacer en torno de la democracia? ¿Es más bien por la corrupción que sigue dominando las instituciones nacionales? Es claro que mucho de la situación actual se debe a estos motivos, pero la razón principal está en el mismo López Obrador, que no ha podido o no ha querido entender la dimensión del mandato que más de 15 millones de ciudadanos pusieron en sus manos, para dirigir el país, y prefirió en cambio convertirse en un peleador callejero, como lo había sido ya en otros tiempos con relativo éxito.

Pero la dirección política de un país, simplemente no es compatible con la provocación callejera y la estridencia, ni con la denostación, el insulto y la descalificación de los contrarios.

Nada de esto ha agregado a López Obrador un milímetro de estatura ni le ha dado un gramo más a su imagen; por el contrario, lo ha convertido en un personaje irrelevante, seguido por un ejército de ultras que a ningún lado van y a pocos convocan.

Pero ello no puede ser motivo de regocijo, se trata más bien de una verdadera desgracia para la izquierda mexicana, que no fue capaz de tomar el poder luego de seis años de un gobierno de derecha absolutamente desprestigiado, ridiculizado, que había mostrado toda su corrupción, hipocresía e ineptitud.

Mucho se ha dicho en nuestro país que el poder, y aun la posibilidad de tenerlo, suelen marear a los personajes de la política, y lo que hoy tenemos es un caso claro: Calderón, como Fox, no tuvo la preparación necesaria para llegar a la Presidencia, pero López Obrador tampoco. De hecho, esto le debería haber quedado claro desde que siendo jefe de Gobierno decidió lanzarse en aras de esa nueva aventura sin estar preparado para ello, pensando que su sola astucia personal, y el acceso que tenía asegurado en los medios por ser jefe de Gobierno, eran suficientes para enfrentar a los poderes fácticos del sistema. Había olvidado que su acceso mismo a la jefatura de Gobierno requirió que otros le abrieran el camino; la necesidad de tener un líder capaz de aglutinar a la izquierda, como en su tiempo fue Cárdenas, está pendiente.

 
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