Ojarasca 122  junio 2007

El país, rehén de las armas

La trampa a la cual ha conducido al país el gobierno panista de Felipe Calderón se sigue ensanchando y profundizando a los ojos y bajo los pies de los mexicanos. Los destinos patrios parecen determinados por lo que decretan o excretan en Estados Unidos su gobierno, sus empresas, sus generales. Esa gente ha decidido convertir a México en algo que no era: un lugar inundado de armas (aunque no precisamente en armas, todavía). ¿Y para que se hacen esas cosas si no es porque se cocina una guerra?

Los arquitectos de nuestro destino en el Pentágono, que ya hicieron de Los Pinos su oficina operativa y de las cárceles su módulo de atención ciudadana, no piensan por supuesto en una confrontación revolucionaria o de liberación. Simplemente nos aplican el expediente Yugoeslavia, con acento colombiano, y que incluye la perturbación criminal de nuestra vida cotidia-na. El mismo Calderón anunció que estamos en guerra (contra el "crimen organizado"), que va para largo y que habrá muchos muertos. O sea, aceptó el proyecto yanqui.

Lo que vemos en 2007 --levantones, ejecuciones, decapitados, encajuelados, ca-cería de policías, en fin, la "guerra" del "enemigo" contra las "instituciones"-- ¿a poco se desató de repente? Queda claro que los bandos de esa "guerra" ya estaban preparados, sobre todo el "enemigo" del gobierno. Mejor sería llamarlos rivales, aunque para muchos son socios, o bien aliados, que ostentan fuerzas de combate con espantosa y lucidora capacidad de fuego.

¿Y quién los arma? Todo el arsenal de narcos y secuestradores es de procedencia estadunidense, comprado legalmente allá y vendido acá al triple de su precio. México ingresó de lleno al mercado negro de la guerra, y ésta apenas comienza.

El periodista José Reveles informa que en el primer semestre de 2006 fueron confiscadas más de ocho mil armas sólo en la frontera con Arizona, mero indicador de un trasiego diario que suma anualmente decenas de miles de rifles, granadas de fragmentación, explosivos y tamaños pistolones.

El edificante espectáculo de violencia que nos recetan los noticieros y los periódicos (hay días que se asesina más gente en México que en Irak), ¿con qué se pertrechó? Pues con toda esa importación ilegal, en buena medida por menudeo. "Cruzan una o dos personas con cuatro o cinco armas a la vez, todo el día y todos los días", cita el reportero declaraciones de un alto jefe poli-ciaco de Phoenix al diario The Arizona Republic.

Según Reveles, "los traficantes de armas no tienen límites; ingresan incluso las de alto poder, similares a las que se emplean en Irak; han sido capaces de emplear a internos de un refugio para desamparados (homeless) en la compra de artículos de guerra, y organizan perfectamente el contrabando hormiga mediante migrantes y familiares que lo hacen por una cuota mínima" (El Financiero, 8 de junio).

El reportaje subraya dos factores que favorecen el fenómeno. Uno, que las leyes estadunidenses son las más permisivas del mundo para la adquisición de armas, y las de México son restrictivas. Excelente combinación para el negocio, pues cruzando la frontera se inflan los precios de chalecos antibalas, municiones y demás equipo de combate que aquí se considera "de uso exclusivo del Ejército".

El segundo factor, determinante para el incremento de tal contrabando, documenta Reveles, es la existencia de 15 mil expendios legales de armas sólo en la franja fronteriza. En 2003 "cesó la prohibición federal contra la compraventa de armas de asalto" en territorio estadunidense. "Desde entonces, un número indeterminado de rifles semiautomáticos, incluidos los AK 47 o 'cuernos de chivo' se pueden adquirir sin documentación de ningún tipo".

Basta ser ciudadano del vecino país y andar de shopping. Como en los años dorados del colonialismo francés, inglés y belga en África, la industria militar proporciona, sin violar las leyes de allá, el armamento para los dos "bandos" de la "guerra" de Calderón. Pues la ayuda militar a México se ha incrementado exponencialmente, al estilo Colombia y sin encontrar los escollos que en Ecuador han hecho que la población quiera echar de su tierra al ejército estadunidense.

Los voceros oficiales ya anunciaron, y luego negaron, y luego aceptaron, y luego negaron, y luego etcétera, que el calderonato quiere un "Plan México" similar al que terminó por dividir y desgraciar al pueblo colombiano. Washington, magnánimo, parece dispuesto y disponible, como documentó David Brooks en La Jornada en pasado mayo.

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Como se ve, hasta este punto del guión no aparece por ningún lado el pueblo mexicano (los de abajo y hasta los de en medio). Y ciertamente no es ahí donde el mercado bélico busca compradores, pues de eso no se trata, y porque la mayoría de los mexicanos somos pacíficos, aun los inconformes. Vamos, ni siquiera los grupos armados insurgentes del sur y el sureste andan de compras.

No obstante, a ellos (en pueblos, ba-rrios y campos) sí se les llevó la guerra hasta la puerta de sus chozas: el Ejército federal abandonó sus cuarteles y está en todo el territorio nacional, en unas partes como tropas regulares, en otras como policías de amplias atribuciones. ¿Y para qué? Oficialmente, para perseguir el movimiento de droga cuyo consumo es promordialmente problema de Estados Unidos, pero que allá no se combate con igual despliegue de rigor pero se vende a buen precio. Lo mismo que con las armas, pero al revés. Lo legal allá es ilegal acá. Bueno para los negocios. Su necesidad de estupefacientes crea una guerra en México, y la arma progresivamente.

En el plan del poder la guerra es una sola. Genera un teatro sangriento arriba y monta una ocupación militar abajo. ¿Cuánto falta para que los empresarios y políticos de Nuevo León o Tamaulipas se declaren impotentes y pidan un protectorado de Washington? ¿Cuántas denuncias más de violaciones documentadas a las garantías individuales van a tirar a la basura los tribunales y la Comisión Nacional de Derechos Humanos?

Así empiezan las pesadillas.

umbral

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