Usted está aquí: domingo 17 de junio de 2007 Opinión El género del tiempo

Vilma Fuentes

El género del tiempo

Sentada a la minúscula mesa de un café vecino, en pleno corazón de París, cerca de casa, me asalta el recuerdo del café de Las Américas en avenida Insurgentes, casi al lado de avenida Baja California. Hoy desaparecido, fue durante años una de las raras cafeterías de la ciudad de México abiertas sobre la calle. Desde su amplia sala, se podía mirar la alegre circulación de los peatones entrecruzándose sin curiosidad, a veces con prisas, distraídos o ensimismados, ya lejos del lugar que pisaban, alejándose de su propia sombra como si temieran caminar sobre ella.

Los momentos de mayor encanto de esa cafetería eran los del anochecer: el ruido de los automóviles y camiones parecía amortiguado por la oscuridad y nuestras voces, las de los comensales, se escuchaban sin altibajos como las gotas de un aguacero que cubre con su ritmo cantarino los otros ruidos. Las voces de tabasqueños y campechanos que frecuentaban el café de Las Américas parecían entonar canciones: las oía sin buscar significados ni sentido, saboreando simplemente la indolencia musical de tierras más calientes donde los versos se alargan en suspiros.

Las visiones del café de Las Américas se desvanecen y dejan el espacio a los pasantes que miro desde un bar en la plaza Maubert, célebre antaño por sus truanes como hoy por la moda que impone al París más esnob, donde acostumbro hacer una pausa a media tarde. Miro pasar, como otros días, a la ladrona de cigarros, al clochard de la gorra que vende droga y al que se hace conducir los días que le quedan por un perro, a la vigilante dueña del café Le Metro, cada amanecer más rica y suspicaz, al paranoiaco gerente del supermercado quien descubre ladrones antes de que entren en su tienda, a la guapísima hija de la propietaria del salón de belleza, al asistente de Pierre Soulages, al mesero del restorán japonés, al sacerdote de la Iglesia ortodoxa, al gordo cura de Saint-Nicolas, la iglesia de los integristas, un enloquecido del campanario que no cesa de hacer sonar sin preguntarse por quién doblan.

Los barrios de París poseen un carácter pueblerino... cuando se ha vivido durante 20 años en alguno de ellos. No por ello dejan de conservar su lado cosmopolita: la indiferencia aparente no es sino el respeto a la vida privada. La libertad que da la vida anónima de la ciudad.

Libertad y anonimato de todos esos desconocidos y desconocidas que caminan sobre el bulevar Saint-Germain, de quienes puedo imaginar todo porque nunca sabré nada. A pesar mío, a fuerza de verlos y verlas pasar, descubro diferencias: los hombres fijan con la vista sus pasos, las caras sin expresión observan a veces el interior del café, una vitrina, parecen saber a dónde van sin importarles el camino, hieráticos, avanzan, escondiendo cualquier expresión, encerrados en su tiempo. Los rostros de las mujeres, en cambio, sobre todo cuando caminan a solas, son tan expresivos como una pieza de teatro: manifiestan sus sentimientos, sus metas, sus dudas, sus temores, sus ambiciones. Ponen caras, de rencor o de amor. Las veo pasar y leo en sus rasgos una historia. No tratan de ocultar, desean hacer públicas sus penas y esperanzas. Una jovencita cruza, rápida, como si subiera las escalinatas de Cannes. Otra parece dirigirse al concurso Miss France, Una mujer madura no oculta su poder sobre cientos de empleados... imaginarios. Las mujeres avanzan en otro tiempo, distinto al de sus pasos. Viven en otro tiempo distinto al presente, que no es pasado ni futuro.

No dejan de sorprenderme las ''mujeres de letras" que afirman la existencia de una escritura femenina y reinvindican al mismo tiempo la igualdad de sexos. Personalmente, la pretendida escritura femenina me parece circunstancial, cuando no implica límites personales. ¿Igualdad de sexos? No creo, somos distintos. Pero, estoy convencida, el pensamiento, la escritura, la verdadera, no tiene sexo.

Cuando veo caminar hombres y mujeres desconocidos, el único enigma que se me propone es el del tiempo: ¿es distinto el tiempo del hombre al de la mujer? No hablo del biológico. Tampoco del tiempo metafísico que somos. Hablo sencillamente del sentimiento del tiempo. El único enigma al que acaso podemos asormarnos sin trampas.

Hélas, c'est pas le temps qui passe

C'est nous qui passons

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