La muestra expone una visión de los alcances de la narcocultura: Rosa María Robles
Navajas refleja la decadencia de una sociedad a punto de desaparecer
"Trato los temas espinosos de la sociedad y la manera en que los enfrentamos", dice la artista
Ampliar la imagen Una de las obras que Rosa María Robles presenta en Navajas Foto: Javier Valdez
Culiacan, Sin., 16 de junio. Arriba de todo y sólo debajo del techo, del cielo, está el dinero, los dólares, porque encima de eso no hay nada, dice Rosa María Robles, la escultora culichi que acaba de abrir su exposición de arte-objeto Navajas, en la que aborda la deshumanización, la violencia generada por el narco y la decadencia de una sociedad que, para ella, "está en peligro de extinción".
Ahí, en el Museo de Arte de Sinaloa, el dinero está sólo por debajo del techo, porque, como dice la escultora, arriba de los dólares, no de la moneda nacional, no hay nada: el dinero manda, lo es todo y abre todas las puertas. Por eso cuelgan de lo más alto 12 banderas, con 75 billetes de un dólar cada una, en lo más alto de la exposición.
Navajas está compuesto por 19 temas y cada uno de ellos con diferentes obras. Todos son escandalosamente sórdidos e impactantes: ojos de avestruz servidos limpiamente en un plato, cabezas de estos animales en lugar de grifos en los lavabos, ropa ensangrentada de personas que fueron ejecutadas por sicarios al servicio del narcotráfico, falos rompiendo pantaletas y emergiendo de zapatos y botas, y una gran foto de la autora, desnuda, encima de un escusado, y un feto abandonado en el fondo de un retrete, entre otras obras.
Desde la banqueta del museo y a lo largo del trayecto que se sigue para llegar a las salas donde está la obra de Robles, hay decenas de cobijas en el suelo. Pero lo escalofriante es ver el enorme espejo con el que se inicia la exposición: a un lado, la artista plástica explica que las últimas cobijas que fueron pisadas por aquellos que acudan a Navajas fueron usadas por matones para envolver a sus víctimas, después de ejecutarlas, lo que comúnmente se conoce en Sinaloa como encobijados.
Las mantas tienen mapas que eran rojos y que ahora apestan, e incluyen trozos de cinta adhesiva color café, que en el argot policiaco es llamada cinta canela, usada para atar a los victimados y sujetarlos con los cobertores.
"Tengo trabajando tres años en Navajas y le puse así porque son los temas espinosos y la respuesta que les damos a esos temas, afilados. Somos una sociedad decadente, en vías de extinción y por eso hablo de esta decadencia de nuestro tiempo: la muerte, la desolación, la deshumanización, la violencia y el poder que le hemos otorgado al dinero", apunta la escultora.
Rosa María Robles tiene 20 años en las artes plásticas y ha participado en exposiciones en varias partes del país, así como en España, Rusia y Cuba. Aunque una gran parte de su obra escultórica ha tenido al falo como su personaje principal, en Navajas, exposición con la que por primera vez aborda los problemas sociales, es sólo un invitado más, junto con el narcotráfico y la violencia que genera, y la muerte misma.
"Antes el falo era mi personaje para reflejar el erotismo, el placer, pero ahora en esta exposición es la violencia, por eso hay falos incrustados, rompiéndolo todo, lo femenino, como espinas".
Ahora le interesa llevar su exposición a otras ciudades del país, pero sobre todo al Distrito Federal, y ha iniciado pláticas con algunos representantes de instituciones culturales y promotores para exhibir su más reciente obra.
"Navajas plantea una reflexión profunda sobre la creciente narcocultura, que ha ido invadiendo terrenos en todos los ámbitos de nuestra muy jodida sociedad", manifestó.
Entre la obra expuesta hay un támpax relleno de mariguana, una bacinica bajo un pantalón ensangrentado que perteneció a algún ejecutado, con la leyenda "estás meando fuera de la bacinica"; también hay piezas de lencería con mandíbulas de tiburón y cocodrilo, "que nos sostienen la mirada, que nos esperan, nos devoran, devoran al miembro masculino", explica.
La pieza final de la exposición es una foto gigante de la autora, desnuda, sobre un escusado y un ojo humano en cada mano, cubierta con una cobija también ensangrentada y ese rostro suyo de dolor, de peste y podredumbre.
"Mis ojos están cerrados, pero los ojos humanos, que fueron de una persona ejecutada, observan al público, abiertos".