La gravedad
Puede tener razón el secretario del Trabajo, Javier Lozano, cuando dice que las reformas a la Ley del ISSSTE "no son reversibles". No la tiene si con eso quiere sugerir que con esas enmiendas se alejó del panorama una crisis financiera catastrófica del organismo o que se logró un alivio de consideración para las frágiles finanzas públicas, como anda diciendo el presidente Calderón.
Ni en un aspecto ni en el otro puede el gobierno presumir su victoria y en este sentido la razón que hoy podría asistirle al secretario del Trabajo, de convertirse en credo gubernamental puede pronto volverse una sinrazón con efectos nocivos sobre las relaciones políticas y sociales que todavía sostienen un intercambio pacífico en las pugnas distributivas y de poder que cruzan el escenario nacional. La perspectiva del Estado debería ser la de una clara disposición a asumir la conveniencia de discutir la reforma de las reformas, tanto en el ISSTE como en el IMSS, y no negarse de modo tan dogmático a aceptar como tema a debate la conveniencia de un giro de fondo en la política previsional mexicana, en el rumbo de una universalización de las pensiones y del acceso de los mexicanos a los servicios de salud.
Quizás, con un giro de esta suerte, la ciudadanía estaría más dispuesta a recibir proposiciones de reforma fiscal que no sean la enojosa repetición de las ocurrencias anteriores, de IVA o muerte, con las que se casaron inopinadamente no sólo los panistas sino muchos destacados priístas que, so pretexto de la angustia financiera que en efecto circunda al Estado mexicano, están dispuestos a falsear la realidad internacional y a manipular la información fiscal con que se cuenta. Pero este es un tópico que vendrá pronto, aunque ya aparezca distorsionado por tanta visita foránea, de Greenspan a Gurría, y tan curiosas reuniones que parecen cursillos de cristiandad, en París o en las playas de Jalisco, como la que anuncian los legisladores del PRI.
No podremos avanzar en el tema crucial de las pensiones o del derecho a la salud si no admitimos la gravedad de la situación social del México de hoy. De esta admisión debe partir la deliberación y no al revés: de parche en parche a los síntomas hasta llegar al enredo total, como parece ocurrir ya en el IMSS, donde el inefable director general apenas llegando descubre que los acuerdos anteriores logrados por el gobierno del que también él formaba parte no aliviaron nada y la situación del instituto sigue tan mala como la radiografió Santiago Levy.
De remedio casero a invención tecnocrática, de conversión del cálculo actuarial en realidad inmediata a afirmación autoritaria repetida de que no hay más ruta que la suya, mientras la calle arde, el Estado acendra su pérdida de eficacia y su legitimidad rueda hacia abajo. Mientras tanto, la distancia social entre ricos y no ricos, y entre ellos y los pobres y muy pobres, se transparenta gracias a la urbanización de la pobreza y la desigualdad, en tanto que el universo de la sociedad desprotegida crece y la justicia social se desvanece. Más de la mitad de la población no tiene pensiones ni derecho efectivo a la salud, y aumenta con los días el número de mexicanos que no tiene empleo digno, ni salario de subsistencia, ni protección real de las leyes laborales.
Estos viven en la incertidumbre y el riesgo, y la única certeza que les asiste es la de que mañana estarán peor. Grave es el estado de la cuestión social, de la que no se salva el mundo del trabajo formal, donde la tentación caciquil, de hacendados tardíos, como ocurre con el superdueño del Grupo México, no se esconde más: lo que está sobre la mesa es la conculcación abierta de los derechos de los trabajadores, el sometimiento de sus sindicatos, la jibarización de los derechos sociales fundamentales. Guerra de clases, si es necesario, con tal de que la revolución de los ricos siga su marcha triunfal.
La cuestión, así, no es la irreversibilidad de una ley, sino su evaluación en el contexto de gravedad aguda que define la cuestión social de los mexicanos del nuevo siglo, de la globalización y de la democracia. Y es esto lo que se ha puesto en la picota y reclama que cuanto antes se deje atrás tanta leyenda negra y las dirigencias políticas asuman que la pradera seca es la realidad de todos los días y para todos, sin escape.