Navegaciones
Prohibidos los pobres
La infamia de La Moncloa
Un mexicano más
Ampliar la imagen Foto: José Manuel Vidal, en www.lasc.es/X_CONGRESO/ congreso.htm
Desde siempre los nómadas ponen muy nerviosos a los gobiernos. Tal vez eso explique los destinos distintos (el sometimiento o el exterminio) que tuvieron, a manos de los conquistadores europeos, las culturas mesoamericanas y andinas sedentarias, por un lado, y los grupos de población móvil del norte y el sur del continente, por el otro. El horror a los que viajan se puso de manifiesto también en las persecuciones atroces contra los gitanos que tuvieron lugar en casi todos los países del viejo continente, donde el imaginario colectivo de los payos los tiene todavía por ladrones, malvivientes y hechiceros. Frente a estas fobias de poco sirve recordar que el Homo sapiens no empezó siendo mexicano ni francés ni sudanés ni ruso, que prácticamente todas las naciones contemporáneas tienen por ancestros y fundadores a unos que en su momento fueron forasteros y recién llegados, que los pasaportes y los himnos nacionales se inventaron hace diez minutos en escala histórica y que el mundo ha sido, es y seguirá siendo, a menos que ocurra algo realmente grave, un hervor sin sosiego de migraciones humanas.
Pero las autoridades se ponen nerviosas a la vista del que llega y lo miran en clave de enemigo: invasor, vagabundo, prostituta o malhechor en potencia, presencia perniciosa para las tradiciones y los valores de la Patria. A menos que el fuereño lleve en mano el boleto de regreso, lo que lo convierte en mero turista (y a veces, ni así), el extranjero es sospechoso de algo y víctima fácil para el maltrato. La discriminación y la privación de derechos se vuelven disposiciones legales. Miren, si no, la reciente disposición española que prohíbe el ingreso de latinoamericanos pobres a territorio peninsular: en abril pasado algún subordinado de Rodríguez Zapatero, si no es que éste mismo, decretó que los viajeros procedentes de este lado del Atlántico deberán presentar a su llegada a España un mínimo de 513 euros, mostrar boleto de retorno a su país, demostrar ingresos fijos mensuales por 570 euros, estados de cuenta bancarios y, en un descuido, copia del doctorado en economía. "En el caso de que se compruebe que un extranjero carece de recursos económicos suficientes para el tiempo que desea permanecer en España y para continuar su viaje, o no dispone del billete de regreso, se denegará su entrada en territorio español", expresa la disposición del Ministerio de la Presidencia que entró en vigor en mayo.
La medida es una ingratitud porque en Latinoamérica ha sido norma no poner trabas a los hermanos peninsulares que deciden radicar en ellas; es una canallada porque la mayor parte de los americanos que viajan a la así llamada madre patria lo hacen precisamente porque no tienen esos 570 euros y no porque quieran ir a tostarse en Marbella; es, además, una idiotez, porque en la década pasada (1995-2005) la llegada de trabajadores migrantes impulsó en 3.2 por ciento el crecimiento del PIB per cápita, y que sin ese flujo humano el indicador correspondiente se habría desplomado 0.6 por ciento, a decir de Caixa Catalunya.
Cuando yo llegaba a España me sentía como en casa. Ahora empezaba a planear un viaje a la Península pero no me esperaba que las autoridades de allá fueran a plasmar en restricciones migratorias el racismo antilatinoamericano que se deja sentir en algunos entornos deplorables de la sociedad. Me queda claro que, si quiero ahorrarme el riesgo de una humillación y una deportación fulminante, como las que fueron perpetradas contra la mexicana Rosario Joya Cepeda, debo abstenerme de visitar España. Creo que todo latinoamericano con afanes meramente turísticos debería, por elemental solidaridad con los menos favorecidos, olvidarse de viajar a tierras españolas en tanto no lleguen tiempos mejores y gobernantes menos hostiles. Igual puede uno reunirse de este lado del charco con la gente que quiere y que, española o no, resida en la Península. España y su gente son mucho más grandes y perdurables que los funcionarios xenófobos, racistas y con cerebro de piojo que decidieron prohibir a los pobres el ingreso a ese territorio entrañable.
La mezquindad de La Moncloa no justifica la de la Casa Blanca, por más que algunos piensen que a los europeos -españoles incluidos- les fue servida una sopa de su propio chocolate: el secretario de Seguridad Nacional de Estados Unidos, Michael Chertoff, anunció nuevas dificultades para los viajeros procedentes de Europa. Está por implantarse un "permiso electrónico de ingreso" a territorio estadunidense que habrá de ser solicitado 48 horas antes del viaje y previa respuesta a uno de esos cuestionarios bobalicones típicos de consulado gringo, en los que uno debe escribir sostenidamente "no" cuando se le pregunta: "¿Es usted drogadicto o comunista? ¿Ha vendido misiles al gobierno de Corea del Norte? ¿Se apellida usted Bin Laden?" Por esta vez, la medida no busca impedir el ingreso de pobres, como es el caso de la infame disposición española, sino de terroristas, pero no por ello deja de ser lamentable y sospecho que no va a disuadir ni a detener a alguien dispuesto a viajar a Estados Unidos para cometer un crimen. En todo caso, demuestra que la guerra anti migración es de todos contra todos. Desde luego, los más perjudicados no son los turistas ni los terroristas ni los hombres de negocios, sino los jodidos de la Tierra.
http://www.lasc.es/X_CONGRESO/congreso.htm
http://www.cointegrate.org/beta/noticia.php?boton=NOT&codigo=91
http://www.jornada.unam.mx/2006/08/29/034a1mun.php
http://www.jornada.unam.mx/2007/06/08/index.php?section=sociedad&article=052n1soc
http://www.consumer.es/web/es/viajes/2007/04/02/161392.php
http://www.elmundo.es/elmundo/2007/06/10/internacional/1181490463.html
http://www.jornada.unam.mx/2006/03/28/035a1mun.php
Tal vez el tema de esta entrega no sea casual. El martes este navegante recibió su carta de naturalización y formalizó así lo que tenía claro desde hace mucho: México es y será su puerto de llegada y destino, su obsesión, su vértigo, su encabronamiento y su esperanza.
Qué paradoja: ex guatemalteco, declarado mexicano por gobierno de michoacano que compórtase como oficial estadunidense en Irak. (Recapacita, Felipe: ya hasta podemos presumir de bajas colaterales en esta guerra en la que nos has metido y que, según tú mismo reconoces, no tiene ningún futuro.)
El documento es sólo eso. La nacionalidad del que firma está, sobre todo, en la causa compartida de construir un país más habitable, en su hija, en las mamás, los papás, los amores y los muchos hermanos y hermanas que México le ha dado, en su barrio bicicletero, en ustedes, sea cual sea su nacionalidad, en el parto gozoso de estas navegaciones y en otro montón de querencias que no caben aquí ni en el periódico completo.