Niños héroes
Del 19 al 21 de mayo pasados se llevó a cabo en Juriquilla, Querétaro, la etapa final de la primera Olimpiada Mexicana de Historia, que organiza la Academia Mexicana de Ciencias (AMC), con el apoyo de Fundación Televisa. Los 88 concursantes, provenientes de 14 estados de la República, con edades de entre 14 y 16 años, se habían destacado de 54 mil que se presentaron en casi todas las entidades federativas a la primera etapa, que tuvo lugar en marzo. Un grupo de siete investigadores de El Colegio de México, la UNAM y el CIDE ha sido responsable del diseño y contenido de los cuestionarios que se aplicaron en las tres etapas previas a la selección final. Cuatro de estos investigadores recibieron en su momento el premio a la Investigación Científica que otorga la AMC. El éxito espectacular que ha tenido la academia en la organización de las olimpiadas de Matemáticas, Biología, Química y Geografía, en las que participan cientos de miles de niños y adolescentes de todo el país, impulsó la intención de extender esta experiencia a la historia de México. El objetivo central de los organizadores es fomentar el amor por el estudio de la historia, pero también responden a la intuición de que en nuestro país existe una enorme curiosidad espontánea, y no siempre debidamente cultivada, por nuestro pasado remoto y reciente. En los primeros días de julio se llevará a cabo el concurso televisado en el que participan los cinco finalistas, y tendremos al o a la ganadora.
El número de participantes, así como su esfuerzo y el que hicieron muchos de sus maestros por mantenerse en la liza, asistir a los lugares donde se aplicaron los cuestionarios, y prepararse para poner a prueba sus conocimientos y su disposición para la comprensión de la historia, confirmó nuestra intuición. Nuestro objetivo no era evaluar el estado de la enseñanza de esa disciplina en las escuelas del país, por consiguiente, los programas y los libros de texto de la SEP -o por ella autorizados-, fueron un referente importante, pero quisimos llevar a los concursantes a poner en práctica su propia iniciativa, prepararse más allá de lo que pide la escuela, y ampliar sus conocimientos acicateados por la competencia y por el gusto de saber más, siempre más.
Nuestro propósito no es juzgar cómo se está enseñando la historia de México en la escuela, pero los resultados de las tres distintas etapas nos impusieron muchas reflexiones de distinta naturaleza. Una de ellas tiene que ver con los estragos que ha causado la drástica reducción de las horas de clase de historia de México en los programas de primaria y de secundaria, o la casi eliminación de los temas del México prehispánico de los programas de estudio de la secundaria -una decisión peregrina que de manera inevitable evoca la hispanofilia distintiva del Partido Acción Nacional-. Asimismo, podríamos debatir los porqués de la desproporción entre hombres y mujeres en el total de concursantes: en Juriquilla las adolescentes eran apenas la tercera parte del grupo; o los buenísimo resultados de un estado pobre como Hidalgo, frente a los no tan buenos de un estado rico como Aguascalientes.
En los ensayos que escribieron los 88 concursantes de Juriquilla, en que nos contaron la historia de su familia o de su comunidad, pudimos leer las trayectorias individuales y anónimas de una sociedad cambiante, muchas de ellas de origen rural y, desde luego, muy modesto; también identificamos pistas de cuál puede ser el perfil de los mexicanos que nacieron al inicio de los años 90, de su fe en la educación como vía de redención social, de su confianza casi ciega en el mérito individual; pero sobre todo vimos una palpitante avidez por salir adelante, por imponerse a la adversidad de su medio.
Los privilegios que gozan los líderes y los maestros del SNTE -entre ellos horarios reducidos-, o los anuncios de nuevas movilizaciones de la CNTE, son parte integral de las dificultades que deben enfrentar los niños mexicanos. Los concursantes de la Olimpiada Mexicana de Historia son verdaderos niños héroes, porque también han superado los obstáculos que interponen dos organizaciones que han formado la pinza mortal en la que están atrapadas la educación pública básica y la educación media. Es una ironía que estos gremios que se decían enemigos hayan terminado hermanados en las consecuencias de sus acciones, pues mucho ha ganado el interés privado del magisterio con movilizaciones, bloqueos, afiliaciones partidistas, pero el costo lo han pagado sobre todo los millones de niños y de adolescentes, que son rehenes de maestros cuya verdadera profesión es la política. Las agendas del SNTE y de la CNTE están plenas de temas que son materia de los partidos políticos o de los legisladores, en cambio la formación escolar de los niños y adolescentes no figura entre sus prioridades. Los maestros eran héroes cuando creían en el saber; dejaron de serlo cuando empezaron a creer sólo en el poder.