Usted está aquí: martes 12 de junio de 2007 Espectáculos Emocionarse, una debilidad que Snowshow permite al público

Los clowns de Slava, inteligentes y sensibles, lo peor para el mundo cotidiano

Emocionarse, una debilidad que Snowshow permite al público

Por medio del arte se lleva la fuerza del invierno, la nieve y los trenes al San Rafael

ARTURO CRUZ BARCENAS

Ampliar la imagen Al final, entre música, los payasos arrojan al público pelotas de diversos tamaños. La función ha terminado y algunos ya se han ido, pero en la sala aún muchos juegan como cuando eran niños Al final, entre música, los payasos arrojan al público pelotas de diversos tamaños. La función ha terminado y algunos ya se han ido, pero en la sala aún muchos juegan como cuando eran niños Foto: Carlos Cisneros

Con el espectáculo Slava's Snowshow pueden imaginarse paisajes como los del crudo invierno ruso; sonidos que millones de niños mexicanos ya no escuchan, como los de un ferrocarril avanzando montaña arriba; lo que se ha vivido y se dejó de sentir, como la alegría de ser niño y emocionarse con un globo... Avanza el tren de la vida y se deja atrás todo eso, para ver -como dice el ingenioso hidalgo don Quijote de La Mancha-, las cosas tal como son y no como debieran ser.

En corta temporada, Slava's Snowshow se presenta en el teatro San Rafael, cerca de la estación del Metro San Cosme. El año pasado -afirma un vocero de la empresa Integrus, que trae a los payasos artistas- fue el espectáculo de mayor éxito en México. El boca a boca no falla y los llenos se suceden. Llegan a ver a los clowns personas de todas las edades. Saben que serán testigos de algo memorable.

Los niños interactúan, juegan, entran en comunicación con el elenco porque el tono de la puesta, de los diferentes cuadros inventados por Slava, es propio de su edad. Los demás recordarán, motivados por una emoción compartida, vía el arte, que una vez se fue niño, que es la etapa de la vida donde se vive realmente en el mejor de los mundos posibles.

Un sonido de ferrocarril en una estación recibe a la audiencia. Se escuchan las campanas, los silbatos poderosos, el choque del acero, los rieles chillones. Es tarde-noche y hay nieve alrededor. El paisaje blanco de noche se torna azul, negro, y lo níveo es un atisbo. Avanza el tren, esa bestia poderosa de metal, capaz de cruzar desiertos, estepas y zonas gélidas donde sólo habitan pingüinos.

Aparece Amarillo, un clown que se mueve como en cámara lenta. Lo que realmente pasa es que esa dinámica corporal es presa de la gravedad fuera de esta Tierra. Flotan los entes, cual medusas de la zona abisal. Es el rompimiento de la gravedad terrestre o la entrada en el mundo de los sueños. Cuando se duerme se flota.

La nieve inunda al pueblo donde los payasos se encuentran y buscan comunicarse. En su niñez y adolescencia, Slava construía casas en los árboles y contaba historias a sus amigos. Eso le fue dando contexto, experiencia para bajar esos escenarios de fronda a un teatro como el San Rafael.

Amarillo es atravesado por tres flechas que entraron por el pecho y salieron por la espalda. Su agonía es larga, como el sonido de un disco de 45 rpm puesto a una velocidad de 33. Aparece una cama que en el sueño de la razón es un barco. Una escoba es la punta de la nave. En ese sueño hay verdad y símbolo, luz y sombra. No hay palabras, pero sí lenguaje. Un payaso es algo serio, lo ha demostrado Heinrich Böll, y Campanella cuando dice que el bufón comenzó a bromear en serio, y ahí estaba en su elemento.

Los payasos de Slava son inteligentes y sensibles. Lo que es peor para el mundo de la insensibilidad cotidiana: buscan comunicar, lo cual es peligroso. Sentir y emocionarse es una debilidad en medios donde la fuerza bruta domina sobre las neuronas. Es la hora del fuerte, del músculo. La música sigue y el ferrocarril avanza.

Lo bello es sencillo.

El clown del overol amarillo muere en una escena, pero resucita en otra, donde una especie de telaraña lo va envolviendo cada vez más. Se mete en ese material no por torpe, sino por inocente y cándido. Esa telaraña será en realidad la nieve que cubrirá a todos los presentes. Así finalizará el primer acto.

Un intervalo, que no lo es, de 20 minutos. Los payasos verdes y de sombrero-gorro jugarán con el público. Caminan, brincan por el borde las butacas. Traen paraguas para cubrirse de una lluvia que ellos mismos provocaron. Algunos son mojados y tienen que ser tolerantes. Nadie se muere por una mojadita. De una maleta, Amarillo saca dos globos que flotan a su lado y parecen tener vida. Saca una carta, la parte y la lanza al aire. Al caer los fragmentos de la misiva, el viento lleva hacia el público cientos de papelitos que semejan una lluvia de nieve. La tormenta envuelve a todos. El mensaje quedó en esa carta.

Al final, Amarillo empuja una bola de nieve: las paredes de la escenografía se tornan blancas. Una fuerza desde el fondo del escenario empuja la gran bola blanquecina. Un viento se siente hasta la primera fila, a la segunda... hasta el fondo. Amarillo es lanzado al aire. Por medio del arte se ha sentido la fuerza del invierno, el abrazo frío de la última estación del año.

(No actúa Slava, pero Snowshow es un concepto ahora universal.) Se presenta en el Teatro San Rafael hasta el 24 de junio, funciones de martes a viernes a las 20 horas, los sábados a las 17 y 20:45 horas, y los domingos a las 13:30 y 18 horas. Virginia Fábregas 40, colonia San Rafael. 5592 2532 y 5592 2142. www.manolofabregas.com.

 
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