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Nosotros te ayudamos
Tomás Uriarte
Foto: Luciano D’Alessandro |
Juan, Luciano, Bernardo, Felipe, Carlos o Ignacio y muchos más, todos llegaron por la misma razón, la desesperación. En la mayoría de los casos, la búsqueda de ayuda se repitió hasta niveles de desesperanza y ante una posibilidad cada vez más lejana, se toman cursos, se indaga, se tocan puertas y puertas ante la angustia de ver cómo se esfuman las posibilidades de recuperación, sí las hay.
¿Cómo se llama? preguntan. ¿Bebe o se droga? ¿Desde cuándo? ¿Qué es suyo? Hermana, esposo, hijo, padre, sobrino, hija, suele ser la respuesta. No hay tiempo de despedirse. La orden es contundente. De aquí a la enfermaría, para que lo revise el médico. De cuota deben pagar tanto. Las cosas personales –al llegar– deben dejarlas aquí. La próxima visita será en cuarenta y cinco días, es la indicación. Para los de afuera, el dolor, la culpa. Para los de adentro, el infierno.
¡Acuéstate pendejo! ¿Qué me ves hijo de tu puta madre? ¡Ahh! ¡Callado, culero! ¡Ten, para que aprendas, pinche drogadicto! ¡Ahh! A callar cabrones. Silencio o les parto su madre. No le pegues –pide alguno de los internos que va llegando. ¡Desde cuando tienes derecha a ladrar! Te voy a partir la madre para que aprendas a no meterte conmigo, hijo de la chingada –responde el "cuidador".
¡Ahh! No te tapes la cara desgraciado. Baja las manos o te las corto, hijo de puta. Las manos abajo, cabrón. La orden rutinaria. ¿Qué pinche droga escondes? Ninguna, de dónde habría de sacarla. No me respondas o te mando a la chingada. Aquí se duerme con la luz prendida y sin taparse la geta. ¡Ahhh, Ahhh! –los golpes, la escena repetida. ¡Ya no le pegues!
¿Y tú quién eres para meterte? Te voy a madrear a cabronazos. A ver pinche "mortero", ¿ese güey es abogado de estos pendejos? Ponle una madriza. ¡Ahh! Toma para que aprendas. ¡Ahh! ¡Ahhhhh! No le pegues con ese palo, lo vas a matar –interviene alguno de los menos afectados. Otro, ¡culero abogadete! Cierra el hocico. ¡Uhmm! ¡Uhmm!, sácale el trapo la boca –pide otro. ¡Se está ahogando! ¡Chingue a su madre, y tú también! ¡A callar cabrones o los voy a madrear a todos! Llámame a los policías, pinche mortero. Me vas a vigilar a estos cabrones y a ese hijo de la chingada me lo pones de rodillas tres horas. ¿Me entendiste pendejo? Si se dobla le sueltas unos madrazos en el culo o te los pongo yo a ti. Los demás ojetes a la plática, y cuidado y no abran el hocico en las ponencias. No quiero mudos –es la orden, la terapia. ¿Entendieron?
¿Tú, a ver cabrón, pasa al frente, porque no tragas? Es que no puedo, padrino, estoy muy débil, casi no me puedo parar. Tengo la boca muy hinchada y en los dos minutos que nos dan para comer no puedo tragar y no tolero estar de pie. ¿Ah, sí, y por qué? Me han golpeado mucho desde que llegue –la débil respuesta. ¡Pues toma cabrón! ¡Ahh!,¡Ahh! ¡Eres un piche embustero, hijo de la chingada! ¡Ahh!,¡Ahh! Vete a sentar. ¡Quietos cabrones! Déjenlo que se arrastre si no puede caminar, a mí no se me contesta. ¡Callados! Ya saben que está prohibido hablar. Oye carnal, a ese güey lo veo muy mal. Se ve que ha tolerado mal tanto madrazo. ¡Me vale madres! –comentan otros, a lo bajo.
Mas tarde, ¡Órale! ¡Qué madriza te pusieron! Se te reventó la geta con tanto putazo. ¡Quiero escapar! Pero si no puedes tenerte en pie. Si no lo logro me voy a morir –replica casi en un murmullo. ¿Tú, por qué estas aquí? Me trajeron que por "ingobernabilidad", pero cuando salga –indignado, rencoroso, responde– si salgo vivo, de aquí me voy por unas putas "piedras" o lo que encuentre, hasta que no recuerde nada, y en la primera pinche piquera que encuentre me meto. Estoy harto de estos desquiciados de mierda. "Los padrinos", "los policías", "los morteros", quizá dejaron la droga o el alcohol; están más enfermos que nosotros, pero tienen poder. Nadie con un poco de conciencia –continúa agresivo–, golpea, ofende, humilla, destroza, con tanto odio a nadie. No entiendo cómo hay gente que dizque viene de voluntario a colaborar una vez que logra salir vivo. Seguro regresan a desquitarse con los recién llegados de lo que les hicieron a ellos cuando estaban internados.
¿Sabes? Tampoco entiendo a los que traen a sus hijas a esta pocilga, por muy motas o pedas que sean; a dormir en el suelo, a que les vendan moronas de pan
¿Qué les pasa, hijos de su puta madre? ¡Cierra el hocico hijo de la chingada! ¿No sabes que está prohibido hablar? ¡Toma para que aprendas! ¡Ahhh! ¡Ahhhhhh! ¡Tú también, chillón de mierda! ¡Ahh! Déjalo, lo vas a matar. No me repliques hijo de puta. A ver pinches morteros, cuélguenme a este cabrón compadecido y le ponen una buena madriza con esas tablas para que no rezongue. Desde aquí los veo cabrones, si no los madreados serán ustedes, hijos de puta.
"Centro de rehabilitación": maltrato, humillación, castigo, devastación de la autoestima, tortura, pulverización de los más elementales derechos humanos, "terapia intensiva". En este país del contraste, no podía faltar un barrio, con sus canales, sus flores, sus costumbres rurales en plena ciudad. En una calle con cuyo nombre se festeja la fecha de la Independencia –16 de Septiembre– y donde paradójicamente se aloja un monumento a la dependencia. Rehabilitación. Buen trato. Terapia psicológica. Manejo familiar integral. Voluntariado altruista. "Terapia intensiva". Ayuda –autoayuda– grupal, pequeña esperanza. Finalmente lo opuesto, se aplasta, se destroza.
Esta es una historia real, de muchas seguramente iguales. Sirva de testimonio y advertencia a los incautos y desesperados que buscan ayuda para familiares; de pista a las autoridades para identificar delitos y delincuentes que acuden a ocultarse como cuidadores o internos; de horror a los que aún son capaces de sentir piedad, y un llamado a la indignación para aquellos que aún piensen que algo puede hacerse para salvar al hombre
de sí mismo.
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