Directora General: CARMEN LIRA SAADE
Director Fundador: CARLOS PAYAN VELVER  
Domingo 3 de junio de 2007 Num: 639

Portada

Presentación

Bazar de asombros
HUGO GUTIÉRREZ VEGA

Presencia de Carlos
EDUARDO MILÁN

Sin Ruth y sin Valia
NIKÓLAOS KALAS

Carta abierta a don
Paco Amighetti

RICARDO BADA

Sonata para un hombre bueno
JOSÉ MARÍA PÉREZ GAY

Nosotros te ayudamos
TOMÁS URIARTE

Leer

Columnas:
La Casa Sosegada
JAVIER SICILIA

Las Rayas de la Cebra
VERÓNICA MURGUíA

Bemol Sostenido
ALONSO ARREOLA

Cinexcusas
LUIS TOVAR

Corporal
MANUEL STEPHENS

Cabezalcubo
JORGE MOCH

El Mono de Alambre
NOÉ MORALES MUÑOZ

Mentiras Transparentes
FELIPE GARRIDO

Al Vuelo
ROGELIO GUEDEA


Directorio
Núm. anteriores
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Ricardo Bada

Carta abierta a don Paco Amighetti

Querido don Paco:

Me acuerdo con una precisión de lupa de joyero, del día y la hora en que lo conocí, y de por qué lo conocí. Fue el sábado 20 de octubre de 1984, a las ocho de la noche. Yo había llegado ese mismo día procedente de Quito, vía Panamá, para desempeñarme profesionalmente en su país durante un mes. En el mayor aeropuerto de la ecúmene, el Juan Santamaría –versión tica de la torre de Babel–, me recibió la redactora de Radio Universidad encargada de colaborar conmigo: la sabia, dulce y bella Isabel Cristina Arroyo, con quien mantengo amistad hasta hoy. No en vano le debo haberme revelado la poesía de Ana Istarú (que es una hermana del alma) y la obra de tantos escritores ticos que, sin ella, nunca hubiera llegado a leer.

Pero en el momento de mi arribo a Cámaralentolandia, como cariñosa e irrespetuosamente terminé bautizando a su país –¡y bien que se reía usted cuando se lo dije, don Paco!–, en ese momento de mi llegada, pues, al único aborigen que conocía era a Rafael Ángel Herra, quien había dirigido el pabellón tico en la Feria del Libro de Francfort de 1976, dedicada a América Latina, "un continente por descubrir". Así es que, después de descansar un ratico en el hotel, lo llamé por teléfono y él me conminó a que tomara el primer taxi y me fuese a su casa.

Lo recuerdo con una precisión de lupa de joyero, no me importa repetirme: al abrirse la puerta de la casa de Rafael Ángel y darnos un abrazo de bienvenida, por encima de su hombro, al fondo del pasillo, divisé un grabado. Y sabiendo yo que rah había estudiado en Maguncia, conjeturé que se trajo –como trofeo de su paso por las tierras alemanas– un grabado de hap Grieshaber, uno de mis artistas gráficos favoritos. Y así se lo dije: "Conque te trajiste un hap Grieshaber", y él volteó la cabeza, se dio cuenta de que aludía al grabado al fondo del pasillo y sonrió: "No es ningún Grieshaber, ni vino de Alemania. Es algo mejor: es un Amighetti."

Luego me presentó a su esposa, la querida Milena, y ambos me mostraron varios Amighetti que colgaban en las paredes de su casa. Al final, rendidos ante mi admirada estupefacción, no tuvieron más remedio que preguntarme: "¿Querés conocer a don Paco?" Y dicho y hecho, hubo una telefoneada de aviso al 254503, y pocos minutos más tarde estábamos donde usted: "cincuenta varas al norte de La Mejoral".


Parque

Lo que sigue pertenece al reino de lo inefable. Usted y yo nos hicimos amigos de una manera para la que no hay palabras, y menos mal que así es. A usted le encantaba que yo llegara a su casa con cualquier pretexto, porque así además tenía la excusa de ofrecerme un whisky... para acompañarme con otro. Y también le encantaba que recitase poemas de Machado con acento español. Y a mí me volvía loco de contento que me explicara demoradamente, hablando de la manera más pedagógica posible con el lego que soy, cómo es el arte de la xilografía. Y a mí me encabronaba, y lo decía a gritos, que usted no fuese mundialmente conocido. ¡Joder!... Usted sonreía viéndome encabronado. Y me servía otro whisky (y repetía trago, para que yo no bebiese solo) y me pedía que le recitase: "¿Sabe de memoria algo de Miguel Hernández?"

Ay don Paco... Lo mejor de todo fue el día de mi primera despedida de usted (la segunda no estaba programada). Puesto que yo me encontraba en Costa Rica en viaje oficial y mi emisora era la Deutsche Welle, el protocolo exigía presentar mis respetos en la embajada alemana, y no de bluyíns y guayabera. Así que me endosé mi mejor traje, y hasta corbata. Iba decidido a liquidar el trámite protocolario en un cuarto de hora y regresar al hotel, ponerme ropa cómoda e ir a despedirme de usted, primero, y de la familia de Isabel Cristina, después. Pero resultó que el señor embajador le había comprado muchos grabados, era un gran admirador suyo, y además, al enterarse de dónde vivía yo en Alemania, me explicó que en su casa de Colonia, muy cerca de ésta desde donde le escribo, se habían rodado los interiores de varias películas de Rainer Werner Fassbinder. Ay, cómo negarse a tantas tentaciones... ¡y con un embajador!


De la serie La guerra prodigiosa

Y el tiempo se me echó encima. Decidido ahora a ser puntual (siempre trato de serlo), agarré un taxi tal como estaba, y en un rapto de locura le dije al conductor: "Cincuenta varas al norte de La Mejoral." Sabiendo ya que era más moderno decir: "Media cuadra al norte de la Sterling." Pero el taxista me contestó sin inmutarse: "¿Usted vive ahí?" "No", le contesté, "voy a visitar a un amigo." Y él, viéndome tan bien vestido: "Ah, a don José Joaquín Trejos" (el ex presidente vivía, creo recordar, muy cerca de su casa). Y yo, que ni siquiera sabía quién era don José Joaquín Trejos, pero entendí por el tono del taxista que debía ser alguien muy principal en la vida pública, le contesté sin ambages: "No, alguien más importante." Y el taxista, sin dejar lugar a dudas: "Ah, don Paco, el pintor." ¡Cómo nos reímos, usted y yo, cuando se lo conté!

Ocurrió luego que volé a Managua, donde pensaba pasar cinco días y de allí volar a Panamá, otros cinco más, pero los dardos de Eros me alcanzaron en Nicaragua, y me quedé once días, y sólo gracias al arte combinatoria de una compañera genial en una agencia de viajes pude regresar a Europa con el mismo boleto, pero, eso sí, tenía que ser vía San José, ya no Panamá. Y en el avión de Managua a San José me acertó en el pecho otro dardo de Eros, por culpa de una suissesse romande que se sentaba en el asiento de al lado y con quien me pasé el tiempo hablando de Ramuz y de su influencia en Juan Rulfo. La sorprendida Nicolette me miraba como si yo fuese un extraterrestre felizmente encargado de raptarla al espacio sideral.


Sobre los farsantes

Mas lo cierto es que teníamos seis horas de transbordo en San José. Y yo ya le había dicho a usted, desde Managua, que pensaba aprovechar la ocasión para que tuviésemos una segunda despedida. Sólo que usted no estaba preparado para verme llegar del brazo de esa hermosura helvética que parecía una modelo de Burne-Jones: "Ay Ricardo", me dijo, "cómo me alegro de volverlo a tener acá, usted nunca viene sin traer bellezas a mi casa."

Nunca más nos volvimos a ver, don Paco. Todos los años, puntual como un reloj, lo llamaba yo el 1 de junio, para felicitarlo en su cumpleaños, y usted, Géminis como yo, devolvía la llamada nueve días después. También nos telefoneábamos por Navidad o Año Nuevo. Y nos escribíamos, conservo todas sus cartas como oro en paño. Y un día, de la mano del inolvidable y malogrado Dante Polimeni, lo visitó Diny cuando pasó por Costa Rica. Y otro día, de 1990, usted tuvo el capricho de enviarme un regalo que desde entonces me acompaña. Lo colgué directamente frente a mis ojos, en la pared de este mi cuarto de trabajo desde el que le escribo, y en él estamos, de derecha a izquierda, Milena de Herra, usted, Isabel (su esposa de entonces) y yo. Y usted escribió debajo, como título: Ricardo Bada en mi estudio. Y yo supe, al recibir ese regalo, que era muy fuerte lo que nos había unido. Y que usted lo había captado mejor que yo, porque supo plasmarlo en arte. Dios me lo bendiga, don Paco. Y puesto que se trata de su centenario, que así sea per omnia saecula saeculorum.