Usted está aquí: sábado 26 de mayo de 2007 Opinión El relegado día de la mujer cineasta

Leonardo García Tsao

El relegado día de la mujer cineasta

Ampliar la imagen La actriz italiana Asia Argento, durante la sesión de fotos de la película Une Vieille Maitresse, de la directora Catherine Breillat, en el festín fílmico francés La actriz italiana Asia Argento, durante la sesión de fotos de la película Une Vieille Maitresse, de la directora Catherine Breillat, en el festín fílmico francés Foto: Reuters

Cannes, 25 de mayo. Como es tradicional, el cine estadunidense ha gozado de una presencia privilegiada en la sección oficial, dentro y fuera de concurso. Lo curioso es que tres realizadores -Abel Ferrara, Julian Schnabel y Gus Van Sant-- lo han logrado con producciones europeas, mientras que lo hollywoodense se ha manifestado con títulos de tan diversa calidad como No Country For Old Men, de los hermanos Coen, Zodiaco, de David Fincher, Death Proof, de Quentin Tarantino, y la concursante de hoy, We Own the Night (La noche nos pertenece), de James Gray.

Debido a alguna razón misteriosa, Gray ha gozado de cierto prestigio en el circuito de festivales con su escasa filmografía: Little Odessa (1994) fue premiada en Venecia y The Yards compitió en Cannes en 2000 (no recuerdo si alguna de ellas se ha exhibido en México). Las tres cintas tratan sobre los efectos de la mafia rusa en alguna ciudad estadunidense y, en el caso de We Own the Night aborda un dilema familiar: el protagonista Bobby Green (Joaquin Phoenix) es hijo y hermano de policías antinarcóticos de Nueva York, pero se niega a informar sobre su contacto con traficantes rusos hasta que la sangre llama. Tras el asesinato de su padre (el siempre impecable Robert Duvall), Green decidirá unirse a la policía. En principio interesante, el thriller desmerece con resoluciones y diálogos dignos de un telefilme. La única secuencia lograda -una persecución automovilística bajo una lluvia torrencial- anuncia que Gray no es un caso totalmente perdido si algún día cuenta con un buen guión.

Es justo reconocer, por otro lado, que este año Cannes se ha cuidado de no incluir en su programa ciertos blockbusters del verano: ni las secuelas de Los piratas del Caribe o Shrek, han encontrado cabida en La Croisette (recuérdese cómo años anteriores se echaba mano de alguna entrega de The Matrix o La guerra de las galaxias para contribuir a su estrategia global de marketing). Si acaso, hay concesiones al entretenimiento hollywoodense como Ocean's Thirteen... pero es, a fin de cuentas, una realización de Steven Soderbergh (otrora ganador de la Palma de Oro) y su estreno mundial cumplió fines de beneficencia para los emigrados de Darfur, una de las causas defendidas por la estrella George Clooney.

Ahora bien, la impresión que ha dejado la sexagésima edición del festival es de cierta discriminación hacia la mujer. Mucho se ha comentado que la neozelandesa Jane Campion haya sido la única mujer invitada a participar en Chacun son cinéma, entre 33 realizadores internacionales (35 en rigor, contando dos pares de hermanos, Coen y Dardenne).

En esa misma tónica se podría discutir por qué se han dejado hasta el final -cuando muchos de los asistentes se han retirado- a las únicas cintas concursantes dirigidas por mujeres: Une vieille maitresse, de la polémica francesa Catherine Breillat, y Mogari no mori, de la japonesa Naomi Kawase. Tal vez sea coincidencia que las secciones paralelas hayan ofrecido otro par de películas, ambas operas primas femeninas: Mutum, de la brasileña Sandra Kogut, en la Quincena de Realizadores, y La novia errante, de la argentina Ana Katz, en Una Cierta Mirada.

A falta de ver aún la cinta japonesa, hasta ahora la más meritoria ha sido Mutum, basada en una novela de Guimaraes Rosa. El título significa mudo en portugués y también es el nombre de la región donde se sitúa la película, en el sertao brasileño. Ahí, en el seno de una familia de campesinos, el niño Thiago es testigo de diversos conflictos que no llega a comprender del todo pero que lo afectan, dada su intuición. Aunque Kogut filma de manera naturalista, sin enfatizar ninguno de los elementos dramáticos, alcanza un sensible registro emocional.

Un detalle climatológico: este año debe haber sido el festival más caluroso en décadas, y no por razones de la celebración sexagenaria. Al parecer, se están cumpliendo los temores de Al Gore, expresados aquí en 2006, con su documental Una verdad incómoda. A mediodía, cuando el sol está pegador, se tiene la impresión de que Cannes es un puerto del Caribe y no de la riviera francesa. A riesgo de sonar como meteorólogo aficionado, el verano europeo amenaza con ser infernal.

 
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