Usted está aquí: lunes 7 de mayo de 2007 Capital Ciudad Perdida

Ciudad Perdida

Miguel Angel Velázquez

Metamorfosis en el PRD

Llega a la mayoría de edad sin definirse

Su proceso fundacional, uno de los lastres

Antes de que se cumplan dos décadas de la existencia del Partido de la Revolución Democrática, para bien o para mal, la organización habrá sufrido la metamorfosis de sus propios pecados, y en una de esas tal vez quede como cucaracha.

Faltan dos años -acaban de cumplir 18- y no termina de ser un partido. Presa de líderes mareados, como René Arce, o de corruptos, como René Bejarano, el PRD subsiste porque la gente quiere, porque frente a la derecha ladrona e intolerante, el espectro político no deja opciones. Porque no hay de otra.

La voluntad manifiesta de mucha gente, inyecta a ese partido la sangre que le permite sobrevivir, pero son sus líderes los que le hincan el colmillo en la yugular para mermarlo, para mantenerlo siempre al borde de la muerte política.

Pero aún con las innegables desviaciones, las corruptelas y las traiciones, la gente ha perdonado, y sea como fuere, lo sabe víctima de dos fraudes -el de 2006, el más obvio y escandaloso- y le reitera, con necedad histórica, su deseo de que las cosas, en este país, cambien para bien de las mayorías, bajo la perspectiva de un gobierno con orientación de izquierda.

A ese PRD le han dado su voto. No a esa izquierda blandengue que en bien de la modernidad traiciona sus ideales, ni a la que propone la corrupción como método inefable para alcanzar el poder. La búsqueda de una revolución democrática pretende, más bien, hallar las formas para reconciliar los horizontes perdidos de justicia e igualdad, sin doblar las corvas frente a la seducción del mercado de conciencias.

Aunque aún ahora, frente a todas las tentaciones, el PRD continúa unido, no significa que los ideales permanezcan como los pilares de su accionar. Ese no llegar, el fraude explicado desde los errores internos y no desde la fuerza corruptora del enemigo, ha desesperado a los más ambiciosos que buscan el atajo hacia el poder en caminos cada vez más lejanos a los principios de ese partido.

Para el PRD no hay otro destino que el que marcan las elecciones intermedias. Antes de eso, deberá definir sus horizontes. Por lo pronto, el miedo a la ruptura ha inmovilizado a las dirigencias cobardes, y al mismo tiempo niega la posibilidad de obtener consensos favorables en militancias frescas, lo que implica el constante desgarre entre liderazgos, y el olvido de las urgencias de la militancia, que cada vez cuenta menos en las decisiones del partido.

La transformación de ese conjunto de tribus en un partido político real tendrá que pasar, necesariamente, por un proceso inmediato, sin tardanzas, para deshacerse del lastre que obtuvo de otro proceso, el fundacional, pero que la embestida brutal de la derecha ha terminado por corromper en algunos casos.

Llegar a la cita de la elección intermedia con sangre nueva, y revestidos del blindaje que da una ideología sin confusiones, tal vez arriesgue los paraísos de poder cupular que tanto desean los desesperados, pero seguramente ganará, tarde o temprano la lucha que promete justicia.

No se necesita una izquierda que aliada a sus enemigos de clase, como la española, engañe y traicione para conservar el poder, alimentando la injusticia y la corrupción. La metamorfosis duele, significa cambio, el riesgo está en que tanto puede ser involutiva, qué tanto el síndrome de Gregorio Samsa le podría ganar a la voluntad de los perredistas de abandonar la forma clientelar para transformarse en una institución política. Eso es cuestión de ellos, y en eso les va la vida.

Los encuerados

Pasaban las siete de la mañana y una voz, prácticamente inentendible, rebotó en las viejas piedras del Zócalo. La gente -20 mil dicen las cifras oficiales- se empezó a quitar la ropa. Todo estaba listo para la foto. Fuera del cuadro que reunió a ese cúmulo de gente, en los alrededores otros cientos, ¿o miles?, que no pudieron entrar, pretendían romper las vallas instaladas por la policía. No lo lograron, pero que a una sola voz: ¿A qué venimos?, a encuerarnos ¿no?, ¿entonces? Y se liberaron de la ropa, de los prejuicios y saltaron, corrieron, se burlaron de todos, de ellos mismos y rieron, tal vez como nunca. Eso no salió en la foto, y tal vez eso es lo que le hace falta al PRD: encuerarse...

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