Crisis en la calle H
El Banco Mundial (BM) es uno de los organismos financieros creados en 1944 por los acuerdos de Bretton Woods, que promovieron Inglaterra y Estados Unidos para planear la recuperación económica de la posguerra. El hermano gemelo es el Fondo Monetario Internacional (FMI), vecino en la ciudad de Washington, donde ambos tienen su sede: uno en la calle H y otro en la calle 19.
El BM pasa por una crisis que protagoniza su presidente Paul Wolfowitz, miembro notorio del movimiento de los llamados neoconservadores, grupo político que influye decisivamente en el gobierno de George W. Bush desde su inicio. Defienden la supremacía militar estadunidense y fraguaron las invasiones de Afganistán e Irak tras los atentados del 11 de septiembre de 2001.
La crisis tiene que ver con un supuesto acto de nepotismo, abuso de autoridad y falta de transparencia en un caso que involucra las remuneraciones salariales de la compañera sentimental de Wolfowitz. Ante esa situación, un grupo de funcionarios del BM ha abierto un procedimiento para que se le investigue y pide que renuncie.
A medida que pasan las semanas se advierte que en este asunto hay varios elementos en juego, además de los actos de Wolfowitz. No se trata sólo de una exhibición más del modo en que actúa ese influyente grupo político que rodea, literalmente, a la Casa Blanca, acostumbrado a no rendir cuentas y actuar con amplios márgenes de libertad e impunidad.
Se trata también de una manifestación del profundo desgaste institucional del Banco que emerge a la superficie y muestra sus graves deficiencias, a la que se suman, naturalmente, las del FMI. Vaya, es el sistema de Bretton Woods en su conjunto, donde se añade la Organización Mundial de Comercio, que está en crisis y ya es un obstáculo para el desarrollo que dice promover.
De modo convencional Estados Unidos nombra al presidente del BM y Europa hace lo propio en el FMI. En el caso de Wolfowitz hay una apreciación muy crítica de su llegada al BM por parte de un antiguo economista principal: Kenneth Rogoff. Ha dicho en un artículo publicado en la prensa que la trayectoria de Wolfowitz en los departamentos de Estado y de Defensa "no le proporcionaba conocimientos ni experiencia" en las áreas económicas y de desarrollo a las que se dedica el BM y que, además, fue nombrado de manera provocadora por un gobierno -el de Bush- "débil en materia de cooperación internacional". Concluye, tajante, señalando que a pesar de que dicen que es muy inteligente, no es concebible que "un proceso de selección abierto, transparente y multilateral hubiera podido escogerle para presidir el Banco".
La crítica de Rogoff abarca el funcionamiento y las políticas de operación del BM y se suman a las que ha hecho Joseph Stiglitz como ex economista en jefe del FMI sobre las grandes deficiencias de las políticas de ajuste que desde ahí se impulsan. A ellas se pueden añadir otras que advierten de actos de corrupción y desvío de recursos que involucran los préstamos que fluyen de ambos organismos, como es el del recién fallecido Boris Yeltsin cuando fue presidente de Rusia.
Respecto de Wolfowitz también se ha sugerido que la campaña por su renuncia, surgida desde dentro del BM, tiene que ver con la reacción para defender los privilegios y ventajas de que gozan los funcionarios. Pero la autoridad real y moral del presidente está ahora cuestionada y su caso se inserta en el mismo ámbito de degradación institucional que llama a reconsiderar profundamente a esa organización.
La crisis del BM y del FMI tiene ahora una nueva expresión. Se trata de la iniciativa del presidente Hugo Chávez de retirar de ambos la membresía de su país, por considerar que coartan las necesidades de desarrollo que dicen promover. Si en verdad se vuelven irrelevantes en términos políticos y económicos para una serie de países, la situación va a exigir una atención impostergable.
Ya el presidente Kirchner, de Argentina, se había enfrentado al Banco y al Fondo luego de la crisis económica de principios de la década sobre la cual han tenido que admitir su enorme responsabilidad. En Sudamérica se están gestando cambios políticos de relevancia que cuestionen las políticas llamadas neoliberales y se promueven alianzas en torno al mercado común regional y la creación de un Banco del Sur para promover proyectos conjuntos de inversión y desarrollo.
El presidente Lula sabe que no puede mantenerse al margen de esta corriente, pues Brasil tiene un liderazgo real en la zona que no está dispuesto a abandonar. Además, puede generar una sacudida adicional, en este caso a las reglas vigentes de regulación comercial con la decisión de romper las limitaciones de una patente de medicina en contra del sida.
Bush no tiene ninguna política articulada en su relación con América Latina, su reciente viaje así lo demostró, y no todos los países tienen una disposición tan subordinada como la que han mostrado los recientes gobiernos mexicanos. Como instrumentos de control político, el BM y el FMI están perdiendo por ahora mucha de su anterior eficacia. Es una buena oportunidad que debe ser aprovechada.