Mujeres, la faceta oculta y más desprotegida de la migración
Cuando hablamos de migración casi inevitablemente volvemos la mirada hacia las largas filas de hombres en el desierto, o las masas de éstos amontonados sobre los barcos que cruzan el Mediterráneo. Casi nunca miramos a las mujeres. Y sin embargo, la migración femenina es un fenómeno que existe, a pesar de no ser casi considerado por la legislación nacional e internacional en la materia. En muchos casos, el fenómeno migratorio femenino ni siquiera aparece en las estadísticas que buscan explicar y analizar tales fenómenos poblacionales. Sin embargo, en los últimos años la mujer, como sujeto social y humano, ha cobrado autonomía no sólo de estudio -puesto que hasta hace poco se le consideraba acompañante (del varón, fuera padre, hijo o esposo)-, sino también autonomía de facto: las mujeres migran solas, de manera que Estados Unidos ya no recibe sólo mexicanos varones.
En declaraciones recientes del Fondo de Población de las Naciones Unidas (UNFPA, La Jornada, 7 de septiembre de 2006) se descubre un dato hasta hace poco años ignorado no sólo por los diferentes campos de estudio sino también por las autoridades migratorias mexicanas y estadunidenses: casi la mitad de los migrantes hacia Estados Unidos en 2005 fueron mujeres.
Las mujeres mexicanas que migran son jóvenes, la mayoría de no más de 30 años, y viajan en búsqueda de trabajo o para reunirse con el esposo, o el padre, que ya está del otro lado. En algunos casos se ha detectado la expulsión de mujeres por razones ligadas a la violencia familiar. Por como se conoce el fenómeno, podríamos decir que hoy, a diferencia de las décadas pasadas, las mujeres no sólo migran hacia el norte, hacia la línea fronteriza, en búsqueda de trabajo en la maquiladora, sino que ya cruzan por su propia cuenta. A diferencia de los hombres, sin embargo, las mujeres en su mayoría encuentran manera de cruzar ya sea con documentos apócrifos o visas de turistas, para luego internarse al país y buscar la residencia.
Ya observadas estas peculiaridades, lo que hay que señalar son las enormes diferencias de trato que reciben las mujeres migrantes con respecto a sus "colegas" de género masculino. Antes que todo, el total estado de desprotección frente los abusos de carácter físico y sexual por parte de coyotes, pero también de los patrones en los lugares de trabajo, de colegas en los recorridos, y de autoridades policiacas. De la misma manera, una vez llegadas al lugar de destino, las mujeres sufren una mayor exposición a los trabajos menos calificados, de mayor esfuerzo, más expuestos y peor pagados (labores domésticas, entretenimiento, prostitución, maquiladora). En fin, en la falsa creencia de que las mujeres son débiles e incapaces de imponer su propia dignidad, tanto en el marco jurídico como en el trato por parte de las autoridades se les asocia siempre, o casi siempre, con la pareja o el padre, creando vínculos de dependencia que las limitan en cuanto a la libertad personal y el ejercicio de sus propios derechos.
Sin embargo, ver a las mujeres migrantes sólo en su viaje hacia el norte y en su exposición a la explotación en el lugar de destino nos haría perder de vista otro aspecto fundamental del fenómeno migratorio femenino. Muchos estudios han tenido el mérito de señalar la participación femenina a partir de las comunidades de origen de los flujos migratorios. Es ahí, en las comunidades que expulsan cada año cientos de hombres hacia el norte, en donde se quedan las mujeres, esposas, hijas o madres, que asumen la responsabilidad del hogar, del cuidado familiar y, en muchos casos, las responsabilidades laborales de cuidar la tierra o las actividades productivas remuneradas que sostienen la familia y la comunidad en su conjunto.
La permanencia en la comunidad de origen, además de condenar a la mujer a la espera y a la asunción plena de todas las responsabilidades familiares, tiene a su vez repercusiones sicológicas importantes. Evelyne Sinquin Feuillye, estudiosa del tema, llama "la otra cara del dólar" las que considera repercusiones que la migración masculina tiene en la vida cotidiana de las mujeres en las comunidades de origen, desde la dispersión del grupo doméstico, caracterizada por el abandono, el aislamiento, la soledad, hasta la sensación de engaño causada por la comunicación virtual permitida por Internet, o por teléfono, pasando por los conflictos entre esposas y madres de migrantes acerca del uso de las remesas, etcétera.
A la luz de lo dicho, resulta de fundamental importancia analizar el tema y adecuar por un lado la legislación vigente, carente hasta ahora de un enfoque de género que proporcione sistemas de protección dirigidos hacia la mujer migrante; por el otro lado, adecuar la visión predominantemente masculina del fenómeno migratorio, que hasta ahora, si bien ha podido denunciar las injusticias que se generan a causa de la migración forzada hacia el norte en búsqueda de mejores condiciones de vida, no ha podido reconocer el esfuerzo de las mujeres que se quedan en las comunidades de origen, de las mujeres que viajan y sueñan también con una vida mejor, de las mujeres que han sufrido abusos en su búsqueda de la felicidad en las tierras de destino.