Usted está aquí: viernes 4 de mayo de 2007 Opinión Descomposición en organismos financieros

Editorial

Descomposición en organismos financieros

Paul Wolfowitz, uno de los organizadores de la carnicería y el desastre humano que tienen lugar actualmente en Irak, y todavía presidente del Banco Mundial (BM), ha puesto en evidencia, acaso sin proponérselo, la insostenible posición moral de ese organismo. Unos días después de que el antiguo halcón, reciclado por George W. Bush como alto funcionario internacional, propusiera un plan planetario contra la corrupción que afectaría la soberanía de las naciones pobres y les obstaculizaría los créditos, salieron a la luz las corruptelas del propio Wolfowitz, quien otorgó a su novia, Shaha Ali Riza, un incremento salarial a cambio de no hacer nada; de hecho, en el momento en que le fue subido el sueldo la mujer pasó a trabajar en el Departamento de Estado, en Washington, donde sus percepciones sumadas -las del BM y las del gobierno estadunidense- superaban con mucho a las de su jefa, Condoleezza Rice. A más de un mes de divulgados estos hechos, Wolfowitz sigue aferrado al cargo, se niega a renunciar, echa la culpa de lo sucedido a un reglamento interno "ambiguo y poco claro" y exige al comité interno que lo investiga que "rechace la acusación de que carezco de credibilidad". A estas alturas, sólo el empecinamiento de la Casa Blanca ha permitido al funcionario mantenerse en el puesto. La asociación de empleados de la institución ha pedido su renuncia, y es sabido que los gobiernos europeos se oponen a la permanencia del estadunidense al frente del BM.

Es el caso más grave, pero no el único. Recientemente The Economist dio a conocer, entre otras cosas, que José Angel Gurría, canciller y secretario de Hacienda durante el gobierno de Ernesto Zedillo, y actual secretario general de la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos, gastó casi un millón de dólares, con cargo al organismo, en el remozamiento de su residencia en París, dio trabajo en la institución a su hija y a su yerno, se hizo pagar gastos de viaje en forma indebida y usó su cargo para obtener boletos para llevar a familiares suyos a un partido de futbol. Gurría rechazó parcialmente los señalamientos en una declaración pública, pero su credibilidad quedó en entredicho.

Algo queda claro de estos episodios: la tecnocracia neoliberal, que desde las cúpulas de los organismos internacionales, particularmente los financieros, exige draconianas medidas adicionales de austeridad a países en los que campea la miseria, se procura, para sí y sus allegados, una vida principesca con cargo a las contribuciones que los gobiernos realizan a tales instituciones, es decir, y a fin de cuentas, con dineros públicos.

El doble discurso es particularmente indignante en el caso de Wolfowitz en el BM, porque llegó al puesto con la consigna de la lucha contra la corrupción. Hace unos días, la revista Foreign Policy se preguntaba si "su cruzada contra la corrupción en los países que reciben ayuda del Banco Mundial no será un poco hipócrita, cuando concede a su novia beneficios fuera de las normas".

La resistencia del ex subsecretario de Defensa de Estados Unidos a dejar el cargo ha agudizado la bancarrota moral de una instancia financiera que ha sido corresponsable, junto con las elites oligárquicas locales, de muchas bancarrotas en naciones del tercer mundo, y de catástrofes humanas como las que ha padecido nuestro país en décadas recientes, causadas por el obligado recetario antisocial del BM.

Con estos elementos de contexto resulta inevitable darle la razón al presidente venezolano Hugo Chávez, quien recientemente anunció la intención de su gobierno de abandonar el Banco Mundial y el Fondo Monetario Internacional y de impulsar la iniciativa de creación, junto con Argentina, Bolivia y Ecuador, del Banco del Sur, instancia que responda a las necesidades de la población de esos países, no a los intereses de los capitales financieros internacionales y a los afanes de control mundial del gobierno estadunidense.

 
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