Editorial
Los trabajadores, sin país
La conmemoración de los Mártires de Chicago se realizó, ayer, en una circunstancia particularmente difícil para los trabajadores mexicanos y sus agrupaciones, en medio de una crisis de representatividad política general y ante medidas financieras y anuncios económicos que no pueden ser tomados sino como nubarrones para el conjunto de la nación.
Ha de saludarse, desde luego, el deslinde definitivo del jefe del Ejecutivo federal de los actos conmemorativos. Es intrínseca e institucionalmente sano que la figura presidencial renuncie a todo protagonismo el 1º de mayo -un lugar que ni Vicente Fox se resignaba a perder-, y además es claro desde hace más de una década que, ante los obreros, la función principal del responsable máximo de la política económica nacional no puede ser otra que la de escuchar reclamos y denuestos sin duda justificados: el ciclo de presidencias neoliberales inaugurado por Miguel de la Madrid se ha desinteresado de manera cada vez más patente de la suerte de los asalariados. Hasta el momento, para los gobernantes en turno la vida de los trabajadores carece de relevancia, salvo cuando se trata de extraer votos, en favor del oficialismo, de organismos sindicales antidemocráticos y clientelares. Reflejos de ese desinterés son la pronunciada caída del poder adquisitivo del salario, indicador que no ha repuntado desde principios de los años 80, la implacable contención salarial vigente desde entonces, y el arrasamiento de conquistas, derechos y asociaciones laborales, uno de los hilos de la continuidad que va de los años del delamadridismo al presente. No hay ni ha habido, en el seno del grupo oligárquico que detenta el poder, un debate serio en el que estén representados los intereses patronales y los laborales. La disputa reside más bien en determinar a qué patrones beneficiar más: si a los nacionales o a los extranjeros.
El movimiento obrero, por su parte, se debate entre la crisis de liderazgo y de consenso que exhibe el sindicalismo independiente -el cual no acierta a definir una propuesta de país- y los remanentes del charrismo priísta, cuya representación más clara ha pasado de la agonizante CTM al Sindicato Nacional de Trabajadores de la Educación, convertido en máquina de hacer dinero para sus dirigentes y en parcela de sufragios para el mejor postor.
Con este telón de fondo llueven, por añadidura, malas noticias para los trabajadores. Por una parte, el Banco de México anunció el viernes pasado un incremento de un cuarto de punto en la tasa de referencia para préstamos, a lo que técnicamente denominó una "medida preventiva" para mantener a raya la inflación. Dicho en forma simple, la decisión implica que habrá menos crédito, menos inversiones y, por consiguiente, una generación de puestos de trabajo menor a la esperada. A su vez, la Secretaría de Hacienda y Crédito Público redujo la perspectiva oficial de crecimiento económico para este año de 3.7 a 3.3 por ciento, lo que habrá de traducirse, también, en menos empleos. Los anuncios respectivos, dados a conocer en medio de una pugna cada vez más visible entre los titulares de ambas dependencias, Guillermo Ortiz y Agustín Carstens, respectivamente, auguran una prolongación del estancamiento económico que padeció el país a lo largo de todo el sexenio foxista y representan la puntilla final a las expectativas de quienes creyeron en la consigna electoral que proyectaba a Felipe Calderón Hinojosa como el "presidente del empleo".
El panorama de acoso a las instituciones de seguridad social, ofensivas antilaborales y salarios mínimos mensuales de menos de 140 dólares contrasta con la circunstancia del vituperado gobierno venezolano, que ha logrado tasas de crecimiento económico superiores a 10 por ciento, ha cancelado la totalidad de su deuda con los organismos financieros internacionales y anunció ayer un incremento de 20 por ciento al salario mínimo, lo que coloca ese indicador en más de 285 dólares, es decir, más del doble que el mexicano.
Nadie ignora que, aparte de la voluntad política, el factor que ha permitido al gobierno de Hugo Chávez tales logros es el excedente de su factura petrolera, derivado de los altos precios internacionales del crudo. Pero el gobierno de México se ha beneficiado en igual medida de ese fenómeno y hasta la fecha no hay más rastros de ese dinero imprevisto que obras faraónicas como la megabiblioteca, programas plagados de corruptelas como Enciclomedia y embustes demagógicos como el Seguro Popular.
Para los gobiernos foxistas, como sus similares del priísmo postrero, el bienestar de los trabajadores no es prioritario. Los asalariados mexicanos siguen viviendo la disyuntiva de pasar al sector informal o irse del país. El grupo que detenta el poder ha sido incapaz o no ha querido construir uno en el que tengan cabida los trabajadores.