Usted está aquí: miércoles 2 de mayo de 2007 Política "Hemos perdido"

Arnoldo Kraus

"Hemos perdido"

Hemos perdido. Es cierto. Hemos perdido los que consideramos que el ser humano ha sido derrotado por el ser humano y los que sabemos que la Tierra y muchos de sus rincones han sido dañados irreversiblemente. Hemos perdido los que entendemos el crudo sabor de la realidad y comprendemos el lamentable y efímero valor de la palabra como medio para diseminar razón y justicia. Hemos perdido esa síntesis de las noticias que van y vienen desde todos los rincones del mundo. "Hemos perdido" son las palabras que repetí con fruición la semana pasada en una conferencia-diálogo que sostuve con los alumnos y alumnas de filosofía de la Universidad La Salle. "Hemos perdido" fueron las palabras sinceras que acuñé para responder a la embestida de los jóvenes alumnos que deseaban, como debe ser, respuestas para algunas de sus inquietudes ante el mal caminar del mundo.

El tema central de la plática y de las siguientes lecturas de la Semana de filosofía giró en torno a la importancia de la bioética en el mundo contemporáneo. Ajeno a las cuadraturas y al rigor que implican las definiciones y las "conferencias magistrales" -ignoro quién inventó ese término, cuyo único propósito es levantar pedestales ególatras e inútiles- dije que la bioética, como señaló Potter desde hace tres décadas, es la ciencia de la supervivencia, no sólo del ser humano, sino de la naturaleza y de la Tierra.

Agregué que la bioética incluye a la ética médica, disciplina que se preocupa por las relaciones de los médicos, la sociedad, y la industria con los pacientes, que se interesa por los vínculos del ser humano con la naturaleza, es decir, con su conservación (o con su destrucción), así como por los problemas derivados de la economía moral, es decir, de la constante reproducción de ricos cada vez más ricos y de pobres cada vez más miserables. La bioética se interesa, a su vez, por los nexos, usualmente macabros, de la mayoría de las formas del poder con el entorno y con "el resto" de los seres humanos, es decir, de la utilización y el usufructo de términos como globalización y de la generación de grupos como el G-8, cuyas metas y resultados, no han mejorado "lo humano" como se pregonó en un principio.

Le incumbe, asimismo, las implicaciones del bioterrorismo, es decir, la creación de sustancias para aniquilar a grandes grupos de poblaciones; le atañe la emergencia del terrorismo, cuyo ideario ha creado nuevos "códigos de ética", donde las viejas escuelas han quedado sepultadas por "la ética" del terrorista que se ha convertido a su vez en la moral de Dios. Estas modificaciones, ya sean religiosas, como las que pregonan algunos islamistas o ciertos estadunidenses, como George W. Bush, o bien, producto de la sociedad entre poder y narcotráfico, son y han sido nefastas para la humanidad.

Dije también que el único antídoto contra el creciente deterioro de la condición humana y del planeta debe provenir de la bioética, y que ésta debe ser secular e incluyente. Repetí que es la juventud -al auditorio acudimos entre cinco y seis despistados adultos que no teníamos mucho que hacer esa tarde- la responsable de detener la marcha de las máquinas que provienen del poder y cuya sordera es inconcebible en medio de "tanto conocimiento". Juventud es sinónimo de rebeldía. Discrepar con el poder y las autoridades, sobre todo en países tan depauperados como el nuestro, es un ejercicio moral, obligatorio y de supervivencia.

"De supervivencia, como pregona la bioética", les respondí a los jóvenes cuando en las preguntas se hablaba de Televisa y de la famosísima frase de Emilio Azcárraga, quien se ufanaba diciendo que "hacía televisión para un país de jodidos", del calentamiento global que amenaza nuestra existencia, de la intolerancia como religión de las religiones, del uso indiscriminado y sin límites de la tecnología, de la iniquidad en la distribución de los medicamentos, de la deforestación en Sumatra que ha causado seis muertos por los ataques de los elefantes que han sido expulsados de su casa, y de un largísimo etcétera que incluye todo lo relacionado con la supervivencia del ser humano y con todo lo que quepa dentro de las dos palabras que tanto repetí: "hemos perdido".

Hemos perdido no es un ejercicio de escepticismo. Es un ejercicio de realidad. ¿Qué es lo que cabe en el espacio que separa las palabras hemos perdido? El ser humano.

 
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