Usted está aquí: lunes 30 de abril de 2007 Opinión El papel de la feria de arte en la definición de lo contemporáneo

José Manuel Springer

El papel de la feria de arte en la definición de lo contemporáneo

El mundo del arte anda agitado, la razón es una feria de arte; un lugar donde se dan cita 80 galerías mexicanas y extranjeras para ofrecer productos artísticos, cuya etiqueta de venta es el ser contemporáneos. Llama la atención el torbellino, la apertura de exposiciones en museos públicos, galerías nuevas, comerciales y sin fines de lucro, las actividades paralelas, una exposición en un estacionamiento -Estacionarte- y las celebraciones sociales con los que los comerciantes del arte, artistas, curadores y público intentan llevarse una rebanada del pastel: la venta de obra, una exposición, la posibilidad de una chamba.

¿Qué hay detrás de la feria de arte, epicentro de todo este movimiento? Nuevamente, es la presencia del mercado, la tendencia global del libre cambio de bienes lo que mueve a este sector de la cultura. Es el mercado el que determina qué es la producción contemporánea, más allá de las particularidades regionales. Zélika García, directora de la feria Maco, señala que para seleccionar a los participantes se formó un comité integrado por cuatro galerías: la OMR, de México; The Happy Lion, de Los Angeles; Nara Roesler, de Sao Paulo, y Luis Adelantado de España. Lo contemporáneo se define desde fuera, desde el mercado y sin siquiera el concurso del mismo comité, que nunca tuvo una reunión frente a frente para determinar a los participantes y resolvió vía correos electrónicos.

La situación de la influencia del mercado sobre la cultura, de sí preocupante, no debería llamar a sorpresa. Desde hace más de una década los mecanismos comerciales corporativos, las ferias de arte, las bienales, los concursos, han sido los responsables de dictar los valores artísticos y estéticos que definen la producción artística. La distribución y sus mecanismos de mercadotecnia son los que guían a los coleccionistas, privados e institucionales, sobre la rentabilidad y representatividad de los productos artísticos. Los medios de comunicación repiten únicamente el guión. En anuncios de radio se compara a México con centros de arte como Londres o Nueva York, exaltando la envidiable posición de la capital mexicana como nuevo centro del arte contemporáneo.

Ante estos hechos, es importante reflexionar sobre cómo es que la mano invisible del mercado articula y dirige la producción y el consumo del arte. Por principio, hay que contrastar el papel de la imagen artística en un mundo crecientemente dominado por tecnologías de la imagen. La posición del arte es contradictoria en la actualidad, pues es la única expresión de origen aristocrático de la imagen que subsiste en un entorno mediático de imágenes posnacional. Los públicos que se acercan al arte, que en México siguen siendo una elite, ven el arte como otro producto de marca y de exclusividad. Ante la falta de una política de coleccionismo en las instituciones públicas -los museos mexicanos no cuentan con presupuesto para adquirir obras representativas de nuestra historia y contemporaneidad- los discursos del arte son interpretados en términos de valores de mercado. La estética actual y su inserción en la historia se definen desde los precios alcanzados en subastas y por medio del currículo generado por los artistas en su participación en ferias, bienales y concursos.

Por tanto, resulta entendible que un mercado potencial como el mexicano, carente de referentes estéticos locales, conducido por el espectáculo de la feria, y ayuno de reflexión, se sienta llamado a subirse al tren de la globalidad impulsado por la fiebre del consumo generada en los circuitos internacionales. Mientras el arte de mercado siga siendo el representante de los intereses de una clase dominante (como señala el crítico John Berger) y la política pública de museos y exposiciones sea subsidiaria de las leyes de la oferta y la demanda, seguiremos viendo una situación fragmentada. Por un lado, el gran público seguirá tomando como referentes simbólicos al imaginario producido por las trasnacionales de la imagen (cine, televisión por cable, etcétera), lo cual mantendrá al arte como un ámbito de exclusión, donde se representa la diferenciación y desigualdad de la sociedad, y, por otro lado, la posibilidad de recuperar la historia propia, local, regional, por medio de la imagen, continuará en el estado de marginalidad y despojo en el que la han postrado las nuevas tecnologías de imagen, y las raquíticas políticas públicas educativas y de exhibición.

El papel rector del mercado es algo que difícilmente se podrá modificar. Por tanto, es necesario que exista una política pública con respecto a la producción y distribución artística que genere un equilibrio. Es indispensable generar actos que revisen y puntualicen la lectura de la historia y de la actualidad desde las perspectivas locales y regionales (Revelaciones, la exposición del Antiguo Colegio de San Ildefonso o La era de la discrepancia, en el MUCA UNAM, son ejemplos de lo anterior) a fin de no caer en esa agitación inconsecuente que genera la feria.

 
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