Variantes de la izquierda
En la última década, América Latina ha pasado por una experiencia inédita o poco común en su historia. Al menos en ocho países, partidos políticos que se definen a sí mismos como organizaciones de izquierda han obtenido triunfos electorales que los han colocado a la cabeza de sus gobiernos. Algunos de ellos, como el Partido Socialista de Chile, ostentan tradiciones que se remontan a las profundidades del siglo XX; otros, como el frente que dirige Evo Morales en Bolivia, son resultado de alianzas y reacomodos muy recientes, inesperados y, en cierta manera, explosivos. Por sus programas, sus ideologías y sus estilos de gobierno, las organizaciones de izquierda en el continente ofrecen un panorama tan diverso que resulta prácticamente imposible buscar definiciones de lo que podrían tener en común y, menos aún, precisar cuál de todas sus variantes adquirirá con el tiempo una presencia más central, más arquetípica, por decirlo de alguna manera.
Extremos: de un lado, el régimen autoritario y de Estado que domina a Cuba desde hace ya casi medio siglo, cuyos pasos parecen definir cada vez más el destino que aguarda a Venezuela; del otro, el proyecto que articula Michelle Bachelet desde La Moneda, un intento de conjugar algo que ha sido imposible de conciliar en el pasado, un régimen democrático basado en el afán de erradicar la pobreza y la desigualdad sociales sin menospreciar la economía de mercado. A primera vista, esta nueva geografía política parecería inspirada en un involuntario replay de esa historia europea que bifurcó a la izquierda en dos frentes casi (o sin el casi) irreconciliables a lo largo de la guerra fría. Por una parte, la experiencia socialdemocrática que produjo el Estado de bienestar y las sociedades de conocimiento en Europa occidental; por la otra, el trauma de los regímenes estalinistas y posestalinistas en Europa del este, que acabaron naufragando con la caída del Muro de Berlín en 1989. Pero no es así. La mayor parte de la izquierda actual latinoamericana se mueve en un espectro que no apunta necesariamente (con excepción de Venezuela) a reproducir el modelo cubano, pero tampoco, desafortunadamente, el proyecto pluralista que hoy se gesta en Chile y Uruguay.
Antes que nada, una lección del siglo XX. Tanto la izquierda como la derecha producen franjas de acción que pueden ser democráticas o autoritarias. Suena banal, pero no lo es. Ninguno de los territorios que definen los espacios básicos de la política contemporánea está exento de los peligros del maximalismo. Por ejemplo, visto en miniescala, el fundamentalismo de una organización de ultraderecha como Provida en México no es menos peligroso para el orden democrático como los "Pancho Villa" o quienes alientan hoy el retorno de las guerrillas.
Grosso modo se distinguen tres variantes:
1) La izquierda de Estado, autoritaria, que representa en cierta manera una actualización del viejo estalinismo: Cuba y todo indica que Chávez abrazará cada vez más esta utopía regresiva. Gobernados por un líder burocrático, o mejor dicho, por un caudillo inamovible, estos regímenes tienden a colapsar o desfigurar el proceso democrático a tal grado que su consenso acaba fraguándose como una homologación idéntica entre el Estado y la sociedad. Les es común el hipernacionalismo, así como un espíritu cuasi patriarcal en la conducción política. Pero no hay que confundirse. No se trata de regímenes necesariamente condenados a la extinción. ¿Qué espera a Cuba en los años próximos? La vía que siguió Rusia después de la caída de Gorbachov no le es improbable. Pero también lo es un destino como el de China o Vietnam, que requeriría de reformas económicas radicales sin alterar el orden político monolítico.
2) La izquierda populista. Es la variante más difundida de todas, tanto en Nicaragua como en Ecuador, en Bolivia como en otros países. Atada casi siempre a un "sujeto social", representa una rara mezcla entre el antiguo nacionalismo populista (neocardenismo, neoperonismo, etc.) y la definición del "electorado" como el referente general de una política que puede dar los vuelcos más imprevistos. Basada en poderosas maquinarias clientelares, puede tener efectos radicales muy vistosos, pero alienta esencialmente la ciudadanía de "baja intensidad" de la que ha hablado Guillermo O'Donnell.
3) La izquierda democrática. Parte del principio de que el Estado es un ordenamiento esencialmente neutral, y el mercado un sitio de socialización inevitable si se quiere preservar un régimen de naturaleza plural. En este esquema, combatir la pobreza significa esencialmente aumentar la productividad del aparato económico sobre la base de una intervención regulada de la esfera pública, y propiciar la democracia implica elevar el grado de autonomía política de la diversidad de sujetos sociales.
¿Dónde quedaría el experimento brasileño encabezado por Lula en este esquema?