El fantasma de Curro
Curro Romero fue un gran maestro de estética torera al despojar de toda significación sensualista, al toreo sevillano durante 40 años y dejar sobre el ruedo manzanilla de la Real Mestranza de Caballería su verónica de terciopelo en la que expresaba la emoción de su duende torero, que era encantamiento puro, al sugestionar a quienes lo contemplábamos, trasplantados a la vida espiritual.
Esa vida espiritual que los andaluces heredaron de los árabes y que la feria torera que se inició este domingo pasado de resurrección, se sintió con más fuerza. Ese fantasma, que Curro Romero dejó como herencia, sin que aparezca alguien que tome la estafeta de ese toreo singular. Espíritu que es la gracia y la belleza matizadas por la muerte representadas por los pitones de los toros, símbolo de las fuerzas brutas de la naturaleza incontrolables. Eso que los andaluces llaman; Gracia en gracia de Dios.
Sevilla y los sevillanos, fundamentalmente artistas, crean lo típico de sus costumbres, una de las cuales era que Curro partiera plaza con su aroma a romero en la primera corrida de feria, el domingo de resurrección. A pesar de que este año estuvieron en el cartel Ponce y El Juli, la ausencia de Curro se volvió presencia que dejó de lado a las figuras actuales.
Se dice que los sevillanos se suelen pasar la vida de la mejor manera posible. Algo que representó Curro Romero que sólo trabajaba seis días al año. Seis corridas, seis verónicas, y se pasó la vida siendo la leyenda torera viviente en los ruedos. El torero que junto con Rafael de Paula con una verónica se alzaban por encima de todas las faenas del año. El culto de este decoro estético se expresaba a la sombra del buen humor, conservando tradiciones, creándolas o recreándolas, en ansia inagotable de belleza, lleno del misterio de la inmortalidad.