Una niña salamandra, basado en su hija ilegítima
Crean cuento e iconografía emocional sobre Lord Byron
"Mi papá es mi tío, mi mamá es mi tía", empieza el cuento Una niña salamandra, de Jennifer Clement, sobre la relación incestuosa entre el poeta inglés George Gordon Noel Byron, más conocido como Lord Byron (1788-1824), y su media hermana, Augusta Leigh (1783-1851), del cual nació la pequeña Elizabeth Medora Leigh (1814-1849). El libro fue reconocido en el Reino Unido con el premio Canongate en 2001, se publicó en The Herald y también en una antología de cuentos premiados.
En la edición bilingüe (inglés-español) de la editorial mexicana Aldus, al mismo tiempo que Clement cuenta la historia de Libby, también lo hace el pintor Gustavo Monroy mediante 11 grabados y 10 óleos, todos retratos, que se incluyen en el libro.
A Clement siempre le fascinó más Lord Byron como personaje que como poeta. Había leído sobre su relación con los Shelley-Percy y Mary. Luego, descubrió la existencia de la niña que le cautivó al grado de lanzarse a hacer una "gran investigación". Inclusive, tuvo que acudir con libreros especializados y a las bibliotecas.
Elizabeth fue la tercera hija de Augusta, cuyo esposo, el coronel George Leigh, fue su padre oficial. Sin embargo, siempre se especuló que Medora, como también se conoció, fuera el producto de la relación de Lord Byron con su media hermana. Inclusive, el poeta tuvo que salir al exilio como resultado del escándalo en torno a su rompimiento con su esposa Anna Isabella Milbanke y su relación con Augusta.
Ya adolescente, Elizabeth se fugó con el esposo de su hermana mayor, Georgina, de cuya relación nació una hija. Durante varios años la joven y la pequeña Marie fueron mantenidas en lo económico y lo emocional por la exesposa de Byron y su única hija legítima, Ada Lovelace. Fue Ana Isabella quien le dijo a Ada que Medora era su media hermana.
Cuando la editorial Aldus le planteó a Clement la edición, la escritora quiso hacerlo con un pintor mexicano, pero no que ilustrara el cuento, sino que hiciera una obra alrededor de ello. Invitó a Gustavo Monroy que no conocía personalmente, aunque su trabajo sí.
Armado de imágenes, tras leer Una niña salamandra, Monroy también se sumergió en el universo de Byron, sus viajes, algunos de sus textos, en especial sus cartas, porque después de que el poeta dejó su país, no volvió a ver a Augusta. También buscó los retratos de Byron, a la vez que revisó cómo se pintaba en el siglo XIX en Inglaterra. De allí, surgió una "iconografía" del poeta.
Las pinturas que Monroy realizó para el cuento se exhibirán más adelante.