Es la actividad económica más importante de este municipio chiapaneco; la mitad se dedica a ella
"Nacer y morir como alfarero", la tradición en Amatenango del Valle
Mujeres, la mayoría de las artesanas; consideran sagrada su labor porque les "da de comer"
Ampliar la imagen La venta de artesanías es la actividad económica más importante de Amatenago del Valle, Chiapas Foto: Moysés Zúñiga
Amatenango del Valle, Chis., 7 de abril. Considerada "sagrada", porque "da de comer", la alfarería se ha convertido para la mayoría de los habitantes de este municipio tzeltal en una de sus principales fuentes de ingreso.
"Nacemos alfareros y morimos alfareros como nuestros antepasados", afirma Juliana López Pérez, de 77 años, quien varias veces ha visitado Nueva York, Washington y Minnesota, entre otros lugares de Estados Unidos, y muchas ciudades de México, para exponer sus productos o mostrar cómo los elabora.
Símbolo de los alfareros de Amatenango del Valle, Juliana asegura: "Aquí no hay casa en la que no se trabaje la alfarería", aunque aclara que esta actividad artesanal está reservada para las mujeres; los hombres sólo llevan la leña para cocer las finas y vistosas piezas.
"Desde los 10 años las niñas van aprendiendo a trabajar la alfarería haciendo animalitos, y poco a poco, amasando el barro cada día, dominan las manos para dar forma a piezas que llegan a ser obras de arte", afirma la indígena, a quien hace algunos años las autoridades estatales le mandaron a hacer una estatua colocada a la entrada de San Cristóbal de las Casas, pero el cabildo de Amatenango "ya solicitó que sea trasladada" a este lugar.
Conocido como "la capital de la alfarería", Amatenango del Valle se ubica sobre la carretera Panamericana, entre San Cristóbal de las Casas y Comitán. En paradores a la orilla de la vía se aprecian las palomas y los jaguares de barro que le han dado fama, así como gallos, jarrones, lunas, soles, gansos, macetas, tortugas, ranas, sapos, iguanas, floreros, tigres, armadillos y las máscaras de jaguar, entre otras muchas piezas pintadas, barnizadas o de color natural.
Además, en casi todas las viviendas ubicadas en la cabecera municipal es posible encontrar piezas de alfarería porque no para todas las artesanas hay espacio en los aparadores, los cuales son visitados diariamente por cientos de turistas, pobladores de la zona o comerciantes que venden los productos en distintas partes del estado.
"La alfarería es algo sagrado porque de ahí comemos toda la vida; si se rompe una pieza nos da lástima, nos duele porque es el trabajo del cual compramos frijoles, carne y otros alimentos", afirma Juliana, en cuya casa, como en las demás que se ubican en la cabecera, se observan piezas listas para ser vendidas.
El alcalde José Díaz Zepeda afirma que no existen datos acerca de los ingresos que el municipio obtiene por la venta de las piezas, pero sostiene que la actividad contribuye al sostenimiento de muchas familias porque "medio pueblo" se dedica a ella. El municipio está habitado por cerca de 7 mil personas.
"Aquí la mayoría de la población se dedica a la alfarería, eso nos ha hecho famosos porque los productos se venden en muchas ciudades de Chiapas y otros estados, y a veces se van a otros países", agrega. Según Juliana, el modelo de las palomas -una de las figuras más conocidas- lo copiaron hace años de una pieza traída de Guatemala. "Eran chiquititas y poco a poco las hicimos grandes; ahora se venden mucho", comenta. Otros modelos, como los jaguares o máscaras, han sido creados aquí.
Para la elaboración de sus productos las mujeres extraen el barro de un cerro ubicado en las afueras del poblado. Lo llevan a su casa, lo amasan, lo revuelven con arena o arcilla para darle consistencia, luego moldean y pulen las piezas antes de ponerlas al fuego hecho con leña en los amplios patios.
Alguna vez Juliana mandó construir un horno para cocerlas con gas, pero las piezas no se cocían de la parte superior. De ese fallido experimento sólo quedan la instalación y un depósito de gas abandonados porque se tuvo que volver a la forma tradicional de cocimiento con leña, mucha de la cual es traída de la parte alta en rústicos carros de madera que se deslizan peligrosamente por gravedad sobre la carretera, manejados con lazos por los hombres.
En este poblado la alfarería está reservada para las mujeres. El único varón que ha roto la tradición es Alberto Bautista Gómez, quien desde hace 30 años decidió ser alfarero porque "es menos pesado" y no gasta mucho.
"Me encantó, es maravilloso este trabajo que comencé como juguete a los 14 años. Me gusta más que hacer milpa", dice, mientras con una pequeña piedra que humedece en agua pule una olla con figuras de tigre que la adornan. "Este es un encargo, cuesta 4 mil pesos y me lleva cinco días hacerlo". Alberto es conocido por los jaguares que fabrica, aunque aclara que su esposa, Simona Pérez López, "es la más famosa porque tiene buena mano para hacer las figuras".
-¿Qué se necesita para ser un buen alfarero?
-Tener la mano suave para moldear, porque si se mueven mucho las piezas salen chuecas. Si se tienen buenas ideas y manos suaves salen obras de arte.
A Juliana también le resulta menos pesado moldear piezas que hacer tortillas y comida o asear la casa. "Me gusta ser alfarera, estoy contenta, sentadita, y me gusta porque gana uno dinero", dice y ríe.
"Sólo cuando estamos muy viejitas o nos morimos dejamos de trabajar la alfarería", concluye en tono serio, al recordar que tiene 77 años de edad.