El estilo en Mercedes Iturbe
Mercedes Iturbe fue la sonrisa viva durante su vida en el mundo artístico mexicano, francés y español. Su gracia morena turbaba el sueño de artistas y era el leit-motiv de las conversaciones en las exposiciones, conciertos y tertulias. Presencia única que vencía a todos los motivos de comentario. Mercedes, dueña de una personalidad arrolladora, de las que no se usan, fue el alma de la plástica en el sector público, como funcionaria; en el Salón de la Plástica, en la delegación de México ante la Organización de las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura y en la embajada de México Francia y el Centro Cultural México, en París, hasta conseguir la condecoración de la orden y letras de Francia.
Su trabajo en Francia, en París especialmente, la llevó a promover la obra de mexicanos en ese país y la de franceses en México. En el tintero se le quedaron los planes de repetir este intercambio con la obra de 1910-1960. Todo ello gracias, aparte de una inteligencia vivaz y una capacidad de síntesis notable, a detectar con facilidad el talento de jóvenes artistas y abrirles caminos.
Terminó su carrera, antes de morir inesperadamente el pasado domingo, con importantes funciones en las que brilló en el país; directora del Festival Internacional Cervantino, titular del Instituto de Cultura de Morelos, que les sacó canas verdes, y comisionada de cultura en la participación de México en la Exposición Universal Hannover 2006, así como directora del Museo del Palacio de Bellas Artes, el sexenio pasado.
Por el mundo europeo y mexicano paseó Mercedes su belleza, que era belleza del alma. Cuerpo cimbreño con un mohín gracioso y pícaro en el rostro y una mirada incendiaria, frívola, burbujeante y alegre, en un caminar en que expresaba ligera cadencia sensual en que palpitaban sus ansias de vivir. Fue Mercedes toda vitalidad en lo que realizaba. Desde su juventud en la Facultad de Psicología hasta las alturas en el mundo de la plástica. En su paso por los diferentes escenarios dejó huella.
Siempre fue la misma; nerviosa y alegre como si se le fuera la vida; infantilmente pícara e ingenuamente desenfadada. Solía lucir collares y aretes de colores en su cuerpo, como si fuera una plástica más. Mercedes será recordada por los múltiples amigos y amigas que tuvo, amén de su obra en la que concurren a su vez prólogos a artistas, artículos periodísticos, curaduría de arte popular, etcétera.
Quien esto escribe la recordará en aquellos tiempos en que compartimos corridas de toros y de tertulias posteriores a las corridas y que hablábamos sin acabar de Rafael de Paula, el torero artista, enlazado a pintores ¡Qué tiempos, Mercedes!