El nuevo sector energético de México
¿Cuáles son los aspectos sustanciales en los que nuestro sector energético debe cambiar? La pregunta es tremenda. Difícil. Compleja. Controvertida. Desde 1992, el gobierno impulsa procesos de privatización. El actual no es la excepción. Pero las enseñanzas internacionales y la oposición interna lo han obligado a ser más prudente.
Ya no se piensa -estoy seguro- en cambiar la Constitución y renunciar al control estatal de los sectores petrolero y eléctrico. Sí, en cambio, en la participación privada. Tengamos cuidado. Una y otra cosas no son lo mismo. Ya hablaremos luego del caso eléctrico, pero en el caso petrolero, es cierto que se tiene la disposición para compartir aún más una renta petrolera que día a día será menos abundante y de más difícil acceso.
No conozco a nadie hoy que -muy en serio y con conocimiento pleno del sector- aliente la venta de Pemex. Ha habido, hay y habrá -siempre y por desgracia- charlatanes. Nacionales y extranjeros. En lo sectores público y privado. En un partido y en otro. Pero quienes realmente han estudiado con cuidado la marcha del sector energía en México y en muchos otros países, no se atreven a proponer la privatización del petróleo.
Creo que luchamos contra viejos fantasmas, al polemizar con esos charlatanes. No. El debate está en otro lado. ¿Qué transformaciones debe experimentar el sector petrolero (lo veremos luego en el eléctrico) para enfrentar los retos que impone su deterioro financiero, tecnológico, productivo y laboral? El debate nacional debe dirigirse a responder esta pregunta. Es insuficiente hablar de la defensa del patrimonio energético nacional, si no se habla también de su transformación, de sus nuevos objetivos y de las políticas para lograrlo. Y esto en tres órdenes fundamentales: 1) el financiero; 2) el tecnológico-productivo; 3) el laboral-gerencial.
En el terreno petrolero lo más urgente es el reforzamiento financiero de Pemex. De otra forma no se tendrá la capacidad para recuperar reservas; mantener o ampliar el nivel de producción de crudo y gas natural y de exportación racional del primero. Transformar y ampliar las capacidades de refinación y de producción de petroquímicos. Y todo -de verdad que todo- con una visión integral de la industria y con un renovado sentido nacionalista. Este reforzamiento financiero resulta obligado para adquirir en el mercado -ahí está, ahí existe y ahí está disponible- la tecnología, tanto para re-trabajar en los yacimientos maduros, como en los nuevos aunque más costos: Coatzacoalcos Profundo, Chicontepec y Aguas Profundas del Golfo de México, incluidas -con terror y temblor, como dirá San Pablo- las limítrofes con Estados Unidos, donde un trato y un acuerdo soberanos con las empresas que ya están ahí, parecen resultar obligados.
Y después de esto o, al menos, junto con esto -nunca antes- lograr virtuosos y ventajosos acuerdos estratégicos (por nuestra tradición, preferentemente con empresas estatales como las de Brasil, Noruega o Venezuela, para sólo citar tres ejemplos), para alentar la capacidad tecnológica y productiva. Pero también la capacidad gerencial, laboral y administrativa de proyectos delicados, de altísimo costo financiero y complejidad técnica sin precedentes. Y aquí el sindicato de Pemex tiene uno de los mayores retos de su historia. ¿Dónde están los equipos humanos de Pemex que enfrentarán esa tarea? ¿Dónde? Todavía hoy no se han dado a conocer los programas para alentarlos y consolidarlos. Sí -en cambio y por todos lados- iniciativas ligeras que proponen la cesión de bloques y zonas del territorio nacional a empresas extranjeras. Con un discurso ambiguo y equívoco, el gobierno mismo parece inducir el ánimo de hacer descansar este cometido en esas empresas.
Pretexta nuestro retraso tecnológico y productivo. Pero también aduce una incapacidad financiera -¡vaya coartada!- luego de que en este sexenio el gobierno se apropió -no me cansaré de decirlo- de 200 mil millones de dólares de hoy, exclusivamente por concepto de derechos de extracción de hidrocarburos... renta petrolera pura. Y si no me creen, obsérvese la extrema ligereza y superficialidad con la que se habla hoy de la urgencia de los proyectos de explotación en aguas profundas del Golfo de México.
En todos lados, incluidos los pasillos y salones de las cámaras de Diputados y de Senadores. No hay duda de que Pemex puede recuperar su fortaleza. Pero sólo lo hará, si la noble paraestatal puede disponer de un volumen creciente de los recursos nacionales (no se nos olvide esto) que genera. Trátese de sus ganancias industriales que, pese a todo, las tiene. Trátese de su renta petrolera la que, al menos durante los próximos 10 años, seguirá siendo jugosa e importante, aunque nunca ya como lo fue gracias a Cantarell, el de nuestra mar querida de siempre.
Termino señalando algo que Perogrullo me aconseja. La condición de posibilidad de este reforzamiento financiero de Pemex con recursos propios -antes que otros- es la plena disposición social y política para una reforma fiscal de fondo. Incluso para una racional autonomía de Pemex. Si durante este sexenio -de forma gradual y progresiva- se logran financiamientos fiscales alternativos a los derechos de extracción para que Pemex disponga -también gradual y progresivamente- de parte de la renta petrolera, no necesitaremos entregar a empresas privadas -nacionales o extranjeras- ni Coatzacoalcos Profundo, ni Chicontepec, ni las Aguas Profundas del Golfo de México. Tampoco las nuevas refinerías. Ni las nuevas plantas petroquímicas. ¡De veras que no!