Usted está aquí: domingo 1 de abril de 2007 Opinión La reflexión pensionada

Rolando Cordera Campos

La reflexión pensionada

No se necesita ser un oposicionista contumaz, mucho menos un aguafiestas profesional, para advertir sobre la inconveniencia de festejar la reforma a la Ley del ISSSTE. Celebrar, pueden hacerlo quienes ganaron la votación, y con ellos el Presidente declarar abierta la nueva era de las reformas históricas o el triunfo definitivo del Estado sobre su secular penuria financiera, gracias a las delicias del cálculo actuarial, pero lo que queda por delante en esta materia es enorme y no debía soslayarse por esta victoria un tanto empañada por la manera poco parlamentaria como se logró.

México es ya una sociedad urbana poblada de jóvenes adultos, que en su mayoría no tienen trabajo seguro ni formal, ni acceso a la educación superior, la salud o la seguridad social. Y son estos jóvenes quienes entrada la segunda mitad del siglo demandarán pensiones y atención especializada y adecuada a su vejez. Y hoy no tienen derecho a ello, ni se los otorgan las novísimas leyes del ISSSTE o el IMSS, como ocurre hoy con muchos que ya no son jóvenes pero tampoco pertenecen a esas instituciones ni cuentan con recursos para contratar seguros privados.

Estos mexicanos viven en la precariedad, y la inseguridad marca la pauta de su vida cotidiana. Para ellos no hay nada que celebrar ni futuro promisorio al que arrimarse. Se trata de la indefensión actual y de un porvenir bien definido por el cálculo de las probabilidades: "la neta no hay futuro", como decía un estrujante documental de los años 80.

Una sociedad que no cuida ni atiende a sus viejos de hoy, todavía muy pocos, no estará preparada para atender a los de mañana. Y la nuestra no lo está porque su Estado no tiene recursos ni instituciones capaces de hacerlo, y porque sus elites prefieren negar la dura perspectiva así como la realidad actual del envejecimiento. Así se demostró con la grotesca campaña contra las pensiones para los adultos mayores promovida por el Gobierno del Distrito Federal encabezado por Andrés Manuel López Obrador, y así se muestra a diario en las cruzadas de espots de estos días, dirigidos a vilipendiar a los servidores públicos mintiendo sobre el monto de sus retiros o presentándolos como los culpables principales de una crisis fiscal gigantesca que en buena medida es todavía una crisis actuarial.

Nada se ha dicho de las cuotas quincenales que no fueron constituidas en reservas oportunamente ni documentadas como deuda del Estado con sus servidores, ni hubo tiempo para que con la calma y prudencia requeridas se tomara nota en el Congreso del debate internacional sobre el tema, muy lejos del festejo o la autosatisfacción, como bien lo dijo la presidenta chilena unos días antes. Prisa sospechosa y celebración patética, en busca de una imagen que puede desplomarse en cualquier momento.

Para afrontar un futuro hostil para las mayorías que envejecen se requiere mucho más que alianzas de ocasión como la que llevó a la reforma pensionaria. Mucho más, también, que el extraño revisionismo histórico en que se ha embarcado el licenciado Calderón al declarar a México un país carente de liderazgo por décadas, para de esta manera convocar a los atribulados empresarios mexicanos a hacerse cargo de este déficit inventado.

Sin duda, la fórmula neoliberal de la que es parte esta reforma pone sobre la mesa la cuestión central del déficit de Estado que aqueja a la democracia mexicana y que se expresa con crudeza en el discurso sin compás del gobierno actual, triste y ominosa continuación del desatino permanente en que nos sumió el anterior. Por eso, e independientemente de su necesidad ingente o de sus aciertos técnicos, que están por verse, la reforma del ISSSTE no abre el camino para encarar la crisis profunda del Estado, que corroe la convivencia y amenaza la continuidad del intercambio democrático.

Un Estado creíble por participativo y legítimo por democrático, que recaude mucho y sepa gastar bien y con equidad, no puede descansar en el pase a retiro de la reflexión y de la crítica. Y ambas se echaron de menos esta semana.

 
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