Usted está aquí: miércoles 28 de marzo de 2007 Opinión Años 70: una generación

Teresa del Conde

Años 70: una generación

Al aparecer este texto la exposición La era de las discrepancias 1968-1997 ya se habrá inaugurado en la sede principal del Museo Universitario de Ciencias y Arte (MUCA), en Ciudad Universitaria) reuniendo aproximadamente 250 obras. Agradezco a Olivier Debroise (uno de los cuatro curadores) haberme mostrado los avances del montaje en breve visita guiada, cuando todavía no se verificaba la apertura.

De la exposición y de su volumen habré de ocuparme en otro texto, pero debo decir que los inicios de la temática que abarca -El salón independiente- me hicieron visitar una pequeña y para mí exquisita muestra de cámara montada por las hermanas Ana María y Teresa Pecanins en su galería de Durango 186, que estará vigente hasta finales de abril.

Dentro de su discreción, constituye un complemento aproximativo al Salón Independiente, centrándose en obras seleccionadas de 10 artistas que en los años 60 y 70 formaron parte del establo Pecanins. Tres de ellos no pisan más estos terrenos. Rodolfo Nieto vivió 49 años y falleció en 1985, el colombiano Leonel Góngora murió en 1999 y Kasuya Sakai, pintor y comentarista de arte en la etapa en que Plural fue la revista cultural de Excélsior, dirigida por Octavio Paz hasta el golpe echeverrista de 1976, que derrocó a Julio Scherer como director del diario, terminó sus días en Texas, en 2001.

Para el primer golpe de ojo las gemelas (museógrafas y curadoras) eligieron uno de los cuadros más hermosos, como pintura-pintura del pequeño conjunto, Personaje surgiendo (1974), de Gabriel Ramírez, quien, es sabido, escribe sobre cine como actividad aledaña. Tanto en éste como en el que le está vecino, del mismo autor, hay dejos del grupo COBRA, adaptados a la irrupción de unas especies de mayates o monstruos que asoman en los trazos que parecen espontáneos.

Cerca hay una caja de Alan Glass que aloja pequeñas lamparitas de aceite, miniaturas que encontraba y que se le convertían en motivos centrales, como los tres diminutos corset para muñecas de porcelana que junto a unas varillas de tipo ortopédico forman el escenario de otra caja suya en la sala contigua. Ambos figuran ser escenarios teatrales.

En un letrero que da título al ''teatro" está el nombre del doctor Marie. No se sabe si se alude a Auguste Marie, que reunió una extraordinaria colección de objetos artísticos hechos por enfermos mentales. En ese mismo ámbito, dos pinturas de Ricardo Rocha (época de las ''escrituras" que simulan caracteres orientales), se abren en ángulo en forma de libro, vecinas a la mesa de ping pong de Brian Nissen, un acrílico de 1970, sin algo que ver con Gabriel Orozco, claro está.

La xilografía sobre lino de Phil Bragar se adhirió a la pared con chinches, luce perfecta, es pieza única y está entre las obras más atinadas que le he visto de ese periodo. El desnivel que accede a otra pequeña sala fue destinado a ejemplares de la producción geométrica protagonizada por Kasuya Sakai y por dos atractivas pinturas de Myra Landau, una de las cuales, la mejor, tiene apariencia de tapiz y es un óleo compuesto en ortogonales que se dan cita al centro del cuadro, ofreciendo el aspecto de un pequeño templo de notas musicales, la otra pieza pareciera trazada con gis en un espacio estrecho, es de 1972 y obedece a la cadencia de un ritmo.

Mientras Sakai es hard edge, de colores saturados y lisos, Landau trazó a pulso sus ordenadas y sensibles geometrías, correspondiendo a una idea que planteó en su momento el crítico brasileño Roberto Pontual, que por aquel entonces solía visitarnos, hasta donde recuerdo era crítico, curador, promotor y además escribía poesía. Falleció prematuramente.

A la diestra del vestíbulo se exhiben dos obras de Roger von Gunten, una sobre papel, casi gestual, Sexo en la barranca, que ostenta letreros alusivos, más interesante que la segunda, con apariencia mate, tal que si el acabado estuviera a propósito empolvado por el tiempo.

Al frente las museógrafas efectuaron un espectacular políptico con cuadros de Leonel Góngora, integrando remate en su parte superior. Dos tienen adherencias en collage alusivas a líderes históricos de izquierda o a guerrilla urbana, y en otro panel Góngora incrustó en óvalo un retrato de época.

Algo hace pensar en Francisco Corzas si bien las diferencias entre ambos son obvias. Tal vez ésta sea la pieza más ambiciosa de la muestra, es un Góngora-instalación. Se encuentra flanqueada por un Rodolfo Nieto en el que la máscara de nahual campea sobre espacios de color rojo pitahaya, verdes, etcétera.

Esta pieza de 1970 ofrece a un Nieto joven, audaz y en plena forma, con todo y cierto oaxaqueñismo que nos resulta evidente ahora, debido a las reiteraciones multiplicadas.

La muestra retrotrae a una época que -como la no del todo ejemplificada en la exposición del MUCA- fue pródiga en opciones diversificadísimas, pero también en pintura.

 
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