Irak: la muerte como costumbre
Después de más de cuatro años de leer diariamente sobre un tema, las noticias dejan de ser noticias. Se convierten en costumbre. Desde que se inició la guerra, la invasión o la aventura de George W. Bush y buena parte de sus habitantes, la realidad es que la batahola en Irak no ha cedido. Batahola desde fuera, muerte desde dentro. Mientras para los iraquíes los asesinatos cotidianos se han convertido en durísima realidad, Irak y sus muertos han adquirido un espacio "normal" en los mass media. El peligro inminente es que continúe indefinidamente siendo noticia, sin tope, sin que los decesos duelan ni sorprendan, y sin que los crímenes de unos por otros conlleve alguna utilidad, como sería la paz, si acaso las masacres de inocentes pudiesen merecer ese calificativo.
En el Irak del sátrapa Hussein era más claro quiénes eran los unos y quiénes los otros. En el Irak de Bush, como en "las dos Españas" de Miguel de Unamuno, no es fácil dirimir quiénes son los "los hunos y quienes los hotros". Las únicas certezas son que la guerra y las ejecuciones no parecen acabar, que en Irak la guerra civil y el conflicto entre los invasores y los oriundos ha cobrado, según estimaciones de revistas médicas, más de 600 mil vidas, y que gracias a Bush y a sus aliados hoy el mundo es más inseguro que ayer, pero seguramente menos inseguro que mañana.
La realidad, por más que se intente deformarla, por más discursos e ideas que pretendan modificarla, es prístina: no permite demasiadas mentiras ni demasiadas manos. En el futuro la historia enmarcará apropiadamente la fotografía de las Azores (2003), donde el trío formado por George W. Bush, Tony Blair y José María Aznar anuncia la invasión a Irak. Bueno sería que la historia o la humanidad, o la razón o la ética o la Tierra, tuviesen la oportunidad de exigir a ese trío que posase nuevamente hoy, después de cuatro años, en el mismo sitio.
A pesar de la guerra civil, después de que se han constatado hasta el cansancio las mentiras de la administración estadunidense acerca de las amenazas por las armas de Hussein, es inexplicable la contumacia de Bush y de la tercera parte de los habitantes de Estados Unidos. Encuestas recientes revelan que 32 por ciento sigue creyendo en la guerra y en el ideario de su presidente.
Con motivo del inicio del quinto año del conflicto, George W. Bush pidió el envío de otros 21 mil soldados para alcanzar finalmente el éxito: "nuestra nueva estrategia se encuentra sólo en sus primeras etapas; llevará meses, no días ni semanas, obtener resultados. Hace falta más tiempo, durante el que tendremos días buenos y malos". Queda en el limbo, al que se refiere Bush, cuando dice "hace falta más tiempo".
La tozudez del presidente de Estados Unidos y de quienes aún lo apoyan es infinita. Es claro que el número de muertos por la guerra civil se incrementará en proporción al tiempo del conflicto, y que los daños de todo tipo también aumentarán en relación directa con el envío de más soldados. Me parece que el corolario es obvio: entre más se prolongue el conflicto y más tropas haya, mayor será la cifra de víctimas y terroristas. El problema es inmenso: ¿cómo salir de Irak con menos muertos estadunidenses y cómo enmendar a escala de todo el orbe y, sobre todo, en el mundo islámico los estropicios heredados por Bush y su non grata coalición? Lamentablemente, desde (y por) las invasiones a Afganistán e Irak, las voces laicas del mundo árabe han perdido fuerza y presencia.