Usted está aquí: domingo 25 de marzo de 2007 Opinión La integración: el oro y lo que reluce

Guillermo Almeyra

La integración: el oro y lo que reluce

Son muy importantes los esfuerzos en pro de la integración sudamericana que promueve Venezuela. En particular, para los que reciben una ayuda oportuna, como Bolivia, que carece de todo y, para colmo, enfrenta desastrosas inundaciones, o la misma Argentina, que ha logrado -entre venta de bonos e inversiones directas- cerca de 3 mil millones de dólares (casi 10 por ciento de sus actuales reservas que sigan estando en papel verdolaga). El margen de maniobra que ese apoyo da a los países receptores, frente a sus acreedores y frente a Washington, es invalorable. Pero eso no quiere decir que se deba cerrar los ojos ante la diferencia que existe entre integración bolivariana y negocios fenicios, o entre lo que es oro y lo que, simplemente, reluce bajo la luz de los reflectores oficiales.

Venezuela no pierde al comprar bonos argentinos: simplemente los coloca con ganancia en los bancos internacionales. Lo que da, legítimamente, es un crédito, un aval. Además, gana incluso cuando consigue barata tecnología que no tiene ni encuentra en otros lugares, al menos a ese precio, o que debería pagar políticamente, aunque esa tecnología sea muchas veces obsoleta, o incluso inadecuada y nociva. Si existe urgencia por elevar la producción de alimentos en Venezuela, para no depender de su importación y para remediar la escasez y la consiguiente presión social, puede entonces resultar comprensible que se cierre un ojo ante las inconveniencias del contrato. Por el lado de Caracas, por consiguiente, la crítica debería ser, a este respecto, indulgente, si se tiene en cuenta el estado de necesidad, la falta de capacitación técnica y de formación política de los funcionarios que negocian por el lado venezolano y la perfidia, la falta de visión solidaria (no digamos latinoamericanista) y, en el mejor de los casos, la "viveza criolla" unida al porteñísimo "primero yo" de sus contrapartes argentinos.

Los compañeros argentinos y paraguayos que se oponen a la extensión de la soya por todo el continente, a costa de la fertilidad del suelo, de la expulsión de los campesinos, de la concentración de la riqueza, de los peligros del monocultivo y de la reducción de las cosechas de granos comestibles (trigo, maíz) y del hato vacuno, desplegaron en el acto antimperialista en Mar del Plata, ante Hugo Chávez, una inmensa banderola de ocho metros de largo que decía "Con soya no hay ALBA". Los funcionarios que acompañaban a Kirchner y Chávez evidentemente o son muy cortos de vista, física y políticamente, o no saben leer y no recogieron el mensaje. Como resultado, en la asistencia técnica argentina a Venezuela en el campo de la agroindustria hay un paquete que incluye maquinaria y semillas para desarrollar la soya transgénica, a pesar de que Venezuela prohíbe los transgénicos en su territorio. Y la idea soyera es tan popular en los medios gubernamentales caraqueños que el propio Chávez recomendó irreflexivamente a Evo Morales, ante el boicot de Estados Unidos, vender soya a China (reforzando así, dicho sea de paso, el poder económico y político de los terratenientes soyeros cruceños, secesionistas, y el peso de los oligarcas soyeros brasileños y argentinos que controlan Santa Cruz y se oponen a Evo). Venezuela adquirió también en Argentina vacas lecheras de clima templado, muy eficientes en las llanuras pampeanas, pero que debieron ser llevadas a las montañas tropicales, para las cuales no son aptas. Y compró una tecnología láctea agroindustrial basada en vacas concentradas en establos, con forraje y medicinas importados, totalmente inadecuada para las condiciones venezolanas y que le fue presentada como lo más moderno. En otros campos de la economía y de la vida cultural se pueden agregar múltiples ejemplos semejantes a estos.

Todos ellos prueban que, para que haya una integración real y equitativa, debe haber como mínimo paridad entre los que establecen un contrato de hermandad y buena fe de los que, en el campo de la técnica, están en mejores condiciones aunque en el campo financiero estén en peores. En otras palabras, debe haber comprensión de la necesidad de una integración complementaria, respeto (por, no decir amor) por el hermano, visión ambientalista y no solamente mercantil fenicia en el momento de negociar. Porque lo que aparentemente se gane a consecuencia de una estafa al socio y de la destrucción ambiental en un rincón del continente se pierde en realidad a corto plazo, al lesionar la confianza, el espíritu de unidad y el nivel de vida de los que deben ser aliados inmediatos y deben ser educados en la superación de la visión localista estrecha para poder desarrollar un nacionalismo más elevado, el nacionalismo que supere los chauvinismos actuales y construya una Federación Latinoamericana libre, soberana y al servicio de los pueblos y del ambiente de nuestro continente común.

Para una integración que no sea la del fuerte a costa del débil, reproduciendo en pequeño las relaciones que impone el imperialismo a nuestros países, debe haber integradores con formación solidaria, latinoamericanista, socialista. O sea, es necesario combatir a muerte contra el pragmatismo sin principios y contra la corrupción, elevar el nivel político y cultural de los gobernantes, educar a los mismos protagonistas (como los cooperativistas de Arcor, en Argentina, salvados por los fondos de Venezuela pero a costo de exportar a ese país un modelo de producción inadecuado) en una visión colectiva, continental. Por las mismas razones que los trabajadores organizados de Argentina y de Uruguay no tienen nada que decir ni que ofrecer como alternativa en el problema de la protección del río Uruguay y de las pasteras y dependen del chauvinismo de sus respectivos gobiernos, muchos trabajadores callan al ser salvados por las ayudas venezolanas, en vez de explicar que el negocio no es tan bueno, para los venezolanos, como lo pintan los que lo ofrecen. Es posible comprender el egoísmo. No es posible, en cambio, justificarlo.

 
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