Recibirá la medalla Salvador Toscano al Mérito Cinematográfico, en Bellas Artes
Cazals no se acostumbra a la censura, pero "duermo con ella"
El espectador es fundamental: "él y su emoción completan las películas", afirma
Las Poquianchis, su favorita; "fue la más visceral y en la que todos nos peleamos"
Ampliar la imagen "Cada cinta representa un abismo fascinante", afirma Cazals, con gorra y lentes, durante uno de sus rodajes Foto: Archivo
Si existe algo a lo que Felipe Cazals no se ha acostumbrado en cuatro décadas de realizar cine social y político ("si hiciera hoy otra cinta sería sobre los mineros de Pasta de Conchos") es a la censura: "ya duermo y me baño con ella", afirma.
Aunque acepta que la más fuerte, "la autocensura, se disfraza de muchas maneras: de buen gusto o de educación, adopta muchos disfraces y está relacionada con la autocrítica. La censura está muerta, porque no hay nada más ridículo que un supresor", asegura en entrevista con La Jornada el realizador que recibirá la medalla Salvador Toscano al Mérito Cinematográfico el próximo martes en el Palacio de Bellas Artes, en el contexto de la entrega de los premios Ariel.
Este reconocimiento fue instituido en 1983 por la Cineteca Nacional, la Fundación Carmen Toscano I.A.P. y la Academia Mexicana de Artes y Ciencias Cinematográficas.
Referente cultural
Cazals es referente del cine mexicano. En los años 60 realizó sus primeros cortometrajes; sus dos primeros filmes son La manzana de la discordia (1968) y Familiaridades (1969). En 1970, Cazals se integra al cine industrial con Emiliano Zapata; continuó en el de época con El jardín de la tía Isabel (1971), Relato de un naufragio español en el siglo XVI y aquellos años (1972), recuento épico de los últimos tiempos de la intervención francesa en México. Después regresó al documental con Los que viven donde sopla el viento suave (1973), registro fílmico del estilo de vida de la etnia sonorense de los seris.
Posteriormente, entre 1975 y 1976, dirigió tres obras fundamentales del cine mexicano: Canoa (basada en sucesos reales investigados por el guionista Tomás Pérez Turrent y ganadora del Oso de Plata en el Festival de Berlín); El apando (basada en la novela homónima de José Revueltas), y Las Poquianchis (crónica del auge y caída de sas tristemente célebres lenonas guanajuatenses). En su filmografía figuran, además: La Güera Rodríguez (1977), El año de la peste (1979), Las siete Cucas (1980), Rigo es amor (1981), Bajo la metralla (1982), Los motivos de Luz, Kino, Su Alteza Serenísima (Digna, hasta el último aliento) (2003) y Las vueltas del Citrillo (2004).
Para Cazals, el espectador siempre es fundamental: "Dejamos un espacio para que él lo complete; para que su emoción le haga sentir y ver cosas que no están en la película y se motive al mismo tiempo a la reflexión posterior. Las cintas nunca las haces completas, si no, ¿qué pone el espectador? A mí me acusan de cruel y de violento muchas veces, pero el acto de violencia no está en la pantalla; está en lo que precede o en la conclusión, pero no se ve. Es el espectador, su imaginación y su sentimiento lo que complementa esa secuencia. Te puedo dar miles de ejemplos".
Aunque el realizador ha obtenido premios en festivales internacionales como el de Berlín y San Sebastián, recibir la medalla Salvador Toscano le significa un reconocimiento especial: "es la memoria visual de toda una parte de la historia de México, entonces cuando te la dan es, de alguna forma, como si dijeran que lo que has hecho va quedar como parte de la memoria cinematográfica mexicana. En consecuencia, sería muy agradable que las televisoras comerciales dejaran de mutilar mis películas. Ojalá la medalla Toscano sirviera para decir, 'bueno pues las películas de este señor hay que transmitirlas tal y como fueron hechas'. Y no es censura gubernamental lo que hacen, es incomprensión ¿para que quepan más anuncios comerciales? O es, simple y sencillamente, su criterio moral".
El público, participante
--¿En cuál de sus proyectos completó la historia el público?
--En El apando, por una circunstancia muy especial. Todos en este país sabemos que lo único que no hay que hacer es caer en el bote, porque es el horror parecido a la muerte, porque de él no sales; porque no hay justicia, porque no hay defensa posible, y porque si no tienes lana, pero aun si la tienes, la vas a pasar de un carajo. Además, la novela de José Revueltas -de donde se adaptó la historia-- es una de las obras mejor estructuradas. No en vano se pasó él la mitad de su vida tras los barrotes: sabía lo que era una cárcel, la película transpira ese terror de estar entre los más jodidos y de no tener ninguna esperanza."
Sin embargo, su cinta consentida es Las Poquianchis: "Fue en la que todos los involucrados nos peleamos. Fue la tercera, la más compleja, la más elaborada, con la que tenía que tener más cuidado; la comenzamos viéndonos al blanco de los ojos. Tenía 210 cuartillas de guión -lo cual es una situación anómala-, lo cual quiere decir que tienes tres horas de pantalla y ya estás metido en un lío. Había 28 actrices de aborto y tres versiones de fotografía. Una película que tenía un presupuesto para seis semanas y media de rodaje y que terminé en nueve. Fue la más visceral; los personajes estaban todavía en la cárcel y estábamos hablando de algo irremediable, que es que las hijas de los campesinos se volvieran prostitutas.
--¿Cuáles han sido sus peores miedos?
--Todos. Cada película representa una circunstancia diferente, cada una es un abismo que te fascina, porque aquí la fascinación del abismo es importantísima, porque entre más te asomas, más te inclinas. Hay un valor determinado de riesgo con el que condicionas a tus colaboradores. Hoy, con los nuevos usos de negativos y las nuevas tecnologías, es muy fácil ligar una secuencia a magenta y otra a sepia."
Cazals agrega que uno de sus principales intereses es que el espectador esté "sentado en el filo y sea participativo al borde": "En la actualidad el espectador es un consumidor, ¡es un ente masticador! Cuando sale y le preguntas que le pareció la película te dice 'a toda madre'. Recuerdo que en provincia, cuando estrenamos El apando, al final de la película había una cantidad de cuates parados en sus butacas mentándole la madre a José Carlos Ruiz, porque estaba denunciando a su progenitora".