Usted está aquí: domingo 18 de marzo de 2007 Opinión Liderazgos y caudillismos

Antonio Gershenson

Liderazgos y caudillismos

En estos días se ha estado escribiendo sobre el hecho de que una persona dirige movimientos importantes e incluso su país. Históricamente, en México se ha hablado de caudillos, y no sólo aquí. En Venezuela se habla de la era "de los caudillos", de los cuales algunos llevaron adelante reformas similares a las que en México encabezó Benito Juárez, precisamente conocidas como la Reforma. Partidos u otras formas de organización, en varios de estos casos, han quedado en un segundo plano, y a veces ni eso.

En diferentes países, esa dirección unipersonal, o casi, se ha dado en revoluciones u otros cambios importantes. Este concepto presupone que el líder cuenta con un apoyo popular importante. No se aplica, por lo tanto, a casos como el de Porfirio Díaz, en que quienes mandan más bien son dictadores. A partir de experiencias europeas, se ha usado el término "bonapartismo", con algo de común con el término "caudillismo". Estos términos a menudo desafían ideas como las de "buenos y malos". Y cuando se habla de liderazgo, entendemos que no necesariamente se trata de caudillos.

Así, para la gente que los seguía, eran decisivos líderes como Hidalgo, Morelos, el mismo Benito Juárez, cuyo natalicio celebramos en unos días, el 21 de marzo; Madero y otros líderes de la Revolución Mexicana, y Lázaro Cárdenas, cuyo acto tal vez más relevante, la expropiación petrolera, cumple 69 años hoy 18 de marzo. Todos ellos jugaron un papel importante en nuestra historia y todos tuvieron, también, un gran apoyo popular.

En estos días se ha discutido, en este contexto, el caso de Andrés Manuel López Obrador. Y lo primero que debemos decir al respecto es que este fenómeno de liderazgo no es un fenómeno individual, sino un proceso social. Las multitudes que han llenado el Zócalo y calles aledañas, las principales plazas del país y muchas otras, son las que generan este liderazgo. Y mucha gente más que sin asistir a estos actos se ha manifestado a favor de López Obrador.

Si en este proceso unos u otros partidos han jugado un papel mayor o menor, ha dependido en buena medida de estas mismas organizaciones. Han jugado un papel decisivo en la formación de los grupos parlamentarios de izquierda, pero el principal arrastre ha sido del líder del movimiento.

Quienes ven la democracia en función sólo de sus formas, en ocasiones han planteado que este liderazgo no es democrático. Ignoran toda nuestra historia. Creen que sólo hay que copiar las formas, por ejemplo, europeas, cuando que en la realidad aquí han pesado más la guerra sucia, el dinero en la publicidad, especialmente por televisión, y el fraude electoral, que las formalidades democráticas que tenemos.

La realidad es que, en los momentos decisivos, sólo hay dos opciones. Así fue en 2006 y esa realidad no ha cambiado. Por un lado, los partidos de derecha, y por otro el movimiento de izquierda encabezado por López Obrador. ¿Contaron en esta realidad partidos pequeños no asociados u otras opciones? Creo que la respuesta es evidente.

La construcción de la democracia se hace en el curso de este movimiento. Es la participación cada vez más organizada, en la que quienes tienen actividades comunes e intereses comunes van generando alternativas, en su ámbito y cada vez en un ámbito más general. Es importante que puedan impulsar tales alternativas, sin que éstas se diluyan o se olviden.

Los principales pasos de este movimiento se han visto rodeados de un proceso de discusión muy intenso sobre diferentes cuestiones importantes. Falta un buen trecho del camino por recorrer, pero este proceso es precisamente el que va abriendo más espacios de participación.

 
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