Usted está aquí: domingo 11 de marzo de 2007 Cultura Falsa página de diario

Bárbara Jacobs

Falsa página de diario

Querido diario: Me diagnosticaron cataratas y el jueves próximo me operan. He perdido el sesenta por ciento de visión en un ojo. Un día estaba bien y al día siguiente amanecí mal. Tengo mucho miedo. Imagino que me abren el ojo y brota un chorro de sangre. Imagino que me revientan el ojo y me quedo ciega. Pienso en Un perro andaluz, de Buñuel. En la noche me despierto sobresaltada con estas imágenes y estos terrores.

De la gente a mi alrededor operada de ojos no recuerdo más que a los que perdieron por lo menos uno de los ojos. La poeta Ninfa Santos, Amor quiere que mueras; el escultor Ramiz Barquet, El emigrante; el primer teólogo de la liberación, Gregorio Lemercier, Diálogos con Cristo. Los demás, que tratan de darme confianza en que todo va a salir bien, me desesperan. Si no te mueres y quedas bien sólo a medias, ya no hay rectificación que hacer; también tengo presentes a los operados de ojos que salieron bien sólo a medias. La cara te cambia. Si sobrevives, la recuperación es tardada.

Mientras te recuperas en reposo, te animan, puedes oír música y oír lecturas grabadas. Aunque sea sólo de esta manera, por fin podrás conocer las novelas que por extensas nunca has logrado acabar de leer, los tomos además te pesaban como para cargarlos a la banca en el parque en donde te sentabas a leer de joven, el momento para leer Los miserables. Pero me desanimo sola.

No podré leer ni escribir de forma directa. Lo que podré hacer será pensar en James Joyce, en Jorge Luis Borges y en todos los escritores que tuvieron problemas con la vista. "No es tu caso", me dice al oído la voz de alguien que me considera exagerada. Lo que soy es neurótica, porque en lo que pienso no es en lo bueno sino en lo malo.

Me torturo sola. Por ejemplo, no puedo hacer a un lado el recuerdo de que desde muy chica, menor de cinco años, he tenido presente la idea de un tumor en el cerebro y el terror de que a mí se me formara uno. Debo la noción de este horror a la retrógrada educación religiosa de la que fui víctima. Gracias a no sé qué historias que nos contaban, según un pequeño trozo de papel que conservo, me vi en la necesidad de pedirle por escrito a Dios que no me "saliera" un tumor en la cabeza. A partir de entonces, padezco todos los síntomas de un tumor en la cabeza. Migrañas, obnubilación, presión, falta de concentración, desánimo, miedo. Y ahora, semiceguera. Castigo tras castigo.

Ni siquiera el inconsciente me ha traicionado y sacado a la luz en sueños ninguna causa. Otra reflexión torcida que me hago es que si me precedió el rechazo atávico y me persigue la culpa atávica, ¿por qué ahora que se me presenta la posibilidad real de desaparecer tiemblo de miedo? Me desprecio a mí misma por miedosa. O algo peor, por ofrecerme a la conmiseración. Una persona que se respete a sí misma no exhibe sus tormentos. Pero yo, me respete o no, no puedo negar la necesidad que siento de exponerlos. Pienso que solamente así se me va a quitar el miedo. Es un estado contradictorio.

El pánico me despierta en la madrugada y me impulsa a mi estudio. Pero una vez aquí, me paralizo. Veo la oscuridad, me retuerzo las manos, no sé qué estoy haciendo parada en medio del silencio, interior y exterior. Tendría que estar agradecida. Tengo todo. ¿Qué me pasa? ¿A qué obedecen mis ganas de llorar? Toda la gente tiene problemas. Excepto los suicidas y los enajenados, nadie tiene más problemas de los que podría enfrentar. Me empujo hacia el escritorio. Dos o tres horas más tarde respondo. Leo Alicia para niños, versión de José Emilio Pacheco para Era recién salida. Me dejo llevar por Lewis Carroll. Lo obedezco y me fijo bien en las ilustraciones de John Tenniel y admito que, si no hubiera sido porque Carroll me hizo fijarme, yo no me habría fijado.

No habría sabido todo lo que no sé. No sé por qué de niña no leí Alicia para niños, o si lo leí, o si me lo leyeron, por qué no lo recuerdo. Lamento tanto que no hubiera sido el primer libro que leí, el que me hubiera dado luz sobre cómo vivir. En unas horas voy a leer unas páginas sobre mi biblioteca personal en una feria del libro. Entre este martes y sábado escribí diez páginas alrededor del tema. Significa que me abrí paso en la niebla, ¿no? Y que logré concentrarme lo suficiente para armar una exposición coherente, ¿no? Ya amaneció. Oigo el canto de un gallo y el de diferentes pájaros. Significa que todo está bien. Y que sé qué hacer, ¿no? Y que puedo ser feliz, estar contenta.

 
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