Eje Central
El Día de la Mujer
Guillermina cumple hoy cinco años en cama. No ha querido que la llevemos al hospital. Aunque Esteban no está, ella teme desobedecerlo.
"Te prohíbo que vuelvas a salir. Repítelo. ¡Oh, qué la canción! No quiero que me digas qué te duele, sólo que repitas mis órdenes. Sí, otra vez y otra, hasta que se te graben en la cabeza. Aunque eres tan estúpida que a lo mejor no puedes retener algo tan simple. Lo que son las cosas: se te dificulta acordarte de lo que te digo pero en cambio te acuerdas muy bien de largarte con tus amigas. Es la última vez que te lo advierto: no quiero que vuelvas a verlas porque si no... Me vale que sean nuestras compañeras de secundaria. Desde que éramos novios te dije cuánto me disgustaba verte con ellas. ¿Por qué? Pues precisamente porque las conozco y sé que cuando andan en bola son bien entronas."
Guillermina también se asusta de lo que su marido pueda pensar si al volver encuentra a un hombre en el departamento. Por eso no ha accedido a que le traigamos un médico. Ella tiene escrito en la piel lo que le sucedió por haber llamado a un plomero.
"En la mañana, cuando me fui a trabajar, la llave del fregadero estaba bien. Se me hace mucha casualidad que precisamente después de que me salí empezara a escaparse el agua y tuvieras que llamar a un plomero. ¿Por qué no te esperaste a que yo volviera para ir por él? Pues porque no te convenía: el tipo ese te gusta y lo trajiste para revolcarte con él. ¿No es cierto? Entonces acércate. Déjame tocarte para que yo compruebe. No corras, no te muevas, no grites. Y por tu bien, que no se te ocurra meter a nuestra casa a otro pendejo. Si lo haces, no tendrás tiempo ni para arrepentirte de todo lo que me has hecho."
Guillermina está bajo el cuidado de nosotras sus vecinas. Desde que Esteban se fue, dejándola toda herida, nos turnamos para vigilarla, para tranquilizarla cuando escucha un motor, pasos en la escalera, el tintineo de un llavero. A veces hasta el silencio la asusta.
"¿Creíste que estaba dormido? Pues no. Me quedé callado y quieto nada más para tantearte. Sabía que en cuanto me durmiera ibas a agarrar el teléfono. ¿A quién pensabas hablarle? Si no quieres decírmelo allá tú, pero por lo pronto mira lo que hago con el pinche teléfono. Sí, lo destrocé y si quiero puedo hacer lo mismo contigo porque para eso eres mi mujer: para que te use como se me antoje. Ahorita lo que quiero es que me dejes dormir. Hazlo tú también y descansa tranquila. Nadie va a entrar aquí porque la puerta está bien cerrada y mira: yo tengo las llaves. ¿Ves cómo, aunque me hagas enojar, siempre te cuido?"
Guillermina no puede comer. Tiene los labios destrozados y le duelen todos los músculos de la cara. Se la veo muy hinchada y ahora sí, aunque quiera, no podrá negar que Esteban la golpeó otra vez.
"¿Por qué te pegué? Me parece increíble que todavía me lo preguntes. Eres tú y no yo quien debe responder. O qué ¿a poco de veras crees que los patos pueden tirarle a las escopetas? Será en otra
parte. Aquí el que manda soy yo. Cuando estábamos en la secundaria y empezamos a andar juntos te dije muy clarito cómo iban a ser las cosas desde el momento en que nos casáramos y aceptaste muy contenta. De seguro pensaste: le digo a todo que sí y cuando tenga bien amarrado a este chamaco pendejo, hago lo que me dé la gana. Pues te falló. A ver dime ¿quién manda aquí?... Así me gusta... Pero dilo más fuerte, más claro, con esa boquita linda que tanto me gusta besar."
Guillermina lleva tres años sin ver a su familia. Una madrugada Esteban la sacó de la casa de sus suegros, donde vivían, y sin avisarle adónde la llevaba se la trajo a la unidad.
"No es que piense tenerte secuestrada. Te saqué de allá porque no me parece bien que otros se metan en nuestras cosas, y mucho menos tu madre. ¡Pinche vieja! Creyó que nada más porque nos prestaba un cuarto para vivir iba a darme órdenes y a decirme cómo tratarte.
"¿No oíste cómo me reclamó hoy porque te grité? Y tú, en vez de ponerte de mi lado, te hiciste la niña chiquita, empezaste a llorar y a suplicarle a la vieja que te ayudara. ¿En qué necesitas ayuda? No haces nada. Eres una huevona que sólo se rasca la panza de mula. ¡Ni un hijo has podido darme! En cambio yo te lo he dado todo: desde lo que tragas hasta la ropa que te pones. Pero como no te basta con eso ahora volviste a salirme con la mamada de que ibas a buscar trabajo. ¿Ya no te acuerdas lo que hablamos cuando íbamos a casarnos? Te dije que no iba a permitir que trabajaras; que si tenía una mujer era para que estuviera en la casa. Te pareció una prueba de amor muy bonita y de pronto me sales con que es todo lo contrario. ¿Por qué ese cambio? De seguro tu madre y tu hermana Francisca te metieron ideas raras en la cabeza; pero yo te las voy a sacar a patadas. Grita lo que quieras: ya no habrá quien te defienda."
Guillermina dice que no recuerda la dirección ni el teléfono de sus padres. Tal vez sea verdad: el miedo a Esteban la ha hecho olvidarse de muchas cosas, hasta de que es una persona y merece respeto.
"A ver, a ver, a ver: barájamela más despacio. ¿Cómo está eso de que quieres que te respete? ¿A poco te lo falté nomás porque te di una cachetada delante de mis amigos? Si sólo fue una broma. Y, por cierto, ¿de cuándo acá tan delicadita? Cuando estábamos en la secundaria y éramos novios bien que te ponías a jugar conmigo a empellones y a darnos de codazos. Que yo recuerde, nunca dijiste que te estaba faltando al respeto. Entonces, ¿por qué ahora? Pues porque ya te volviste loca. No me digas que no lo has notado. Acércate al espejo y mírate. ¿A poco no tienes cara de loca? Hasta te cuelgan las babas. ¿O son lágrimas? ¿Por qué chillas si ni siquiera te he tocado? Y conste que me controlé. Cuando me saliste con que no te faltara al respeto, por Dios que me dieron ganas de partirte la madre. Me aguanté pero sigo muy tenso. Mejor no le busques, no vaya siendo que esta vez sí se te aparezca el diablo."
Guillermina no me ha permitido que la bañe o al menos que le cambie la ropa manchada de sangre. Dice que no quiere darme molestias. Más bien creo que lo hace por temor a que Esteban la encuentre vestida de una manera distinta a como estaba cuando él se fue.
"Te dije que no te pusieras esa falda tan zancona. Ya estás muy vieja para ponerte semejantes fachas. No te quedaban ni cuando eras joven. Por eso, desde que nos conocimos, te dije que no quería que las usaras. Si pensaste que te lo hice por celos, para que no te vieran otros hombres, estás muy equivocada. Lo hice para evitarte el ridículo. Siempre tuviste unas piernas horribles. Como no quieres reconocerlo, me vas a decir que se te enchuecaron desde aquel domingo que te aticé con un bate. Sí lo hice, ¿y qué? Volvería a hacerlo si otra vez fueras a buscarme al taller. ¿Te imaginas lo que pensaron mis cuates? Por lo menos que soy un mandilón. De seguro estás llorando porque te acordaste de todo lo que pasó aquella noche. Así eres tú: piensas siempre en lo triste, en lo malo. ¿Por qué mejor no recuerdas lo bien que la pasamos cuando te perdoné y nos contentamos?"
Guillermina no quiere llorar. Le digo que no le dé vergüenza, que se desahogue, pero ella nada más se muerde los labios.
"¿Lloras para que te oigan la bola de viejas chismosas que son nuestras vecinas? ¿Lloras para que digan que soy un desgraciado y tú una pobre víctima? ¡Me da igual! Y ya párale porque con eso lo único que vas a conseguir es que vuelva a madrearte. Ya me tenías harto con tus reclamaciones, pero esta vez se te pasó la mano: hasta me preguntaste si tengo otra mujer. Pues fíjate que sí. ¿Y sabes por qué? Ya no me interesas. Siempre, desde que éramos novios, he sido muy claro contigo. Cuando pensamos en casarnos te dije que, con papelito o sin papelito, a la hora en que alguno de los dos ya no sintiera interés por el otro tendría derecho de buscar su felicidad. La chava con la que ando me satisface, procura darme gusto, es toda una mujer. Para que veas que soy parejo, si un día encuentras otro hombre que te guste más que yo, ¡pues adelante! Nada más te pido una cosa: que me lo digas porque si llego a saber o tan siquiera a imaginarme que me engañas ¡no lo cuentas! Aunque me refundan en la cárcel ¡me las pagas! Pero no te preocupes, no creo que nada de eso vaya a suceder. Por principio de cuentas no me late que haya un cabrón que le atore contigo. Ya ni de lejos das el gatazo y en la cama eres una birria. Por eso ya ni te toco. Ahora sí que como dice la canción: contigo no siento nada, en cambio con la otra chavalita... ¿Te cuento? ¿Por qué pones esa cara? No vayas a salirme con que te estoy faltando al respeto. Ya sabes que eso me pone muy nervioso y no respondo chipote con sangre, sea chico o sea grande. ¿A que no te acuerdas que cantábamos eso cuando salíamos de la escuela y nos íbamos a jugar luchitas a San Alvaro? Entonces eras una muchacha muy alegre, muy a todo dar, no que ahora..."
Guillermina hasta por las noches duerme sólo en ratitos. Me di cuenta el lunes, cuando me tocó cuidarla. A cada momento me preguntaba: "¿Estoy muerta? Por favor, dime que estoy muerta". Siempre me hice la dormida para no tener que responderle: "No".