Gomosos, dandys y lagartijos
Con esos términos se definieron, en el siglo XIX, a los hombres preocupados en vestir impecablemente, siempre a la moda y con prendas finas. Durante alguna época del virreinato les llamaron donceles, término que bautizó una calle del ahora llamado Centro Histórico, antigua ciudad de México, por haber habitado en ella jóvenes de altos recursos y pretensiones, descendientes de los conquistadores, lo cual les hacía creerse merecedores de múltiples prebendas por parte de la corona española, además de las cuantiosas herencias que recibieron tanto de tierras e inmuebles como de indios. Se dice que es la calle con el nombre más añejo, pues data de fines del siglo XVI.
Estos donceles se distinguían por su elegancia en el vestir que, amén de los ropajes, incluía alhajas que adornaban el encaje del corbatín, broches de perla y piedras finas en el sombrero, anillos, collares y cadenas; algunos llegaban al extremo de adornar las casacas con joyas, y desde luego el mango de las espadas y puñales que portaban de adorno, a diferencia de sus padres y abuelos que los usaron para conquistar la capital azteca.
Las familias opulentas buscaron obtener títulos nobiliarios y mayorazgos y edificaron suntuosas residencias, muchas de ellas verdaderos palacios; varios se conservaron y aún los podemos admirar, como el que está ubicado en la esquina de Isabel la Católica y Venustiano Carranza, que mandó construir don Miguel de Berrio y Zaldívar, marqués de Jaral, heredero de cuantiosa fortuna que acrecentó casándose con doña Ana María de la Campa y Coss, condesa de San Mateo Valparaíso, mujer de familia igualmente opulenta y aristocrática.
Como era de esperarse, para edificar su residencia contrataron a uno de los mejores arquitectos de la época, don Francisco Guerrero y Torres, quien diseñó una mansión de proporciones palaciegas, utilizando los materiales que caracterizaron el estilo barroco en la ciudad de México: el colorido tezontle, para los paramentos, y como bello contraste para la decoración de marcos de puertas y ventanas y las ornamentaciones, la elegante chiluca, esa cantera en tonos gris plata, que es dúctil para labrar y a la vez resistente al paso del tiempo.
La fachada presenta dos niveles principales, entresuelo y torreón. El portón principal, que da a Isabel la Católica, de finas maderas bien labradas adornada con chapetones, está bordeado por pilastras que descansan sobre elaborados pedestales, adosadas a un panel con molduras ondulantes. El balcón principal es un lujo, enmarcado por pilastras de orden jónico, igualmente adosadas a sensuales molduras ondulantes y una ornamentada ménsula en el arco rebajado. Descansa sobre un óvalo rodeado de relieves fitomorfos y sostenido por dos ángeles que enmarcaban el escudo familiar.
El interior no desmerece: se distribuye alrededor de dos patios; el principal, de grandes dimensiones, destaca por tener sus corredores sostenidos sólo por tres arcos, que se cruzan en sus riñones, en los que se lee una inscripción con datos sobre la edificación, pero el plato fuerte del palacete es, sin duda, la doble escalera que se localiza entre los dos patios. Con gracia se entrecruzan las rampas con desarrollo helicoidal y sus desembarques son independientes, correspondiendo cada uno de ellos, en los altos, al patio del que arranca; una genial audacia arquitectónica muy bien lograda por Guerrero y Torres.
Con toda seguridad el marqués debe haber sido esmerado en el vestir, como lo han sido sus descendientes que continúan, muchos de ellos, adquiriendo sus atuendos en una de las pocas tiendas de ropa y artículos finos para "caballero" que sobreviven en el Centro Histórico: Artículos ingleses, que continúa en su sede original de 5 de Mayo 19-B. La fundó en 1936 don Eduardo Martínez de Velazco Ovando, quien en su apellidos lleva la alcurnia; actualmente está al frente su nieto Alvaro Escalante y Martínez de Velazco, doncel apuesto, de tipo europeo, güerito, como decimos aquí, atiende y orienta con finura a los fieles clientes de toda la vida y a los nuevos que aspiran a ser propios y elegantes.
Les voy a dar una probadita de la mercancía: casimires de lino, cashmere, vicuña, tweeds y de seda con !fragmentos de diamante!; la presentación es en cajas que semejan joyeros. Le hacen a la medida las camisas de las telas más finas; hay toda clase de accesorios: mancuernas, bastones, cachuchas, tirantes, brochas de afeitar, olorosos jabones, cepillos para cabello y ropa, de pelo de jabalí y de nutria. La decoración, como tiene que ser, es con tartanes y retratos de reinas y reyes ingleses, los estantes y mobiliario son los originales, incluido el aparato de teléfono.
Un sitio encantador que nos lleva al pasado, visita muy grata, aunque no se compre nada, !vale soñar!