El pulso privatizador de Calderón
Las ansias privatizadoras de la administración federal en turno sólo se comparan con su entusiasmo entreguista a duras penas contenido. Siendo ya decrecientes los rendimientos en imagen que la cruzada de seguridad aporta, a Calderón se le cuecen las habas por cumplirle tanto a sus patrocinadores como al clan ideológico que lo acompaña. Hay urgencia en desatar el proceso enajenador de bienes nacionales y la derecha oficial cuenta con dos personajes de calado para tal aventura: el inolvidable Luis Téllez, ahora a cargo de las obras de infraestructura, y el embozado Jesús (Chucho para sus íntimos) Reyes Heroles (?) con sus ya dilatadas alianzas estratégicas debajo de las enormes alforjas de Pemex. Ellos dos se bastan, qué duda cabe, para liquidar la parte restante del patrimonio aún bajo control del Estado.
Para prueba de la premura y las intenciones privatizantes que acaricia la ultraderecha calderonista, han salido a relucir de nueva cuenta, con la misma simpleza de antaño, razonamientos funcionalistas y extrapolaciones que resultarán, como en el pasado, cimentadas en exageraciones y francas mentiras. Con cinismo rampante ya se hacen cuentas pretendidamente transparentes del programa de concesiones carreteras que la Secretaría de Comunicaciones y Transportes ha formulado para alivio, dicen, de los cuellos de botella que, en efecto, estrangulan el crecimiento económico.
Las tramposas sumas y restas de Téllez vuelven por sus fueros. Similares a otras que hizo cuando anunciaba, a diestra y cobijo de todos los medios de comunicación a su alcance, la tierra prometida de los ejidos desamortizados. Más aún, traen a la memoria aquellas sus cuentas trágicas que presagiaban el caos, la crisis eléctrica que pronosticó para el pasado año 2000 en su fallida encomienda de vender (malbaratar en realidad) la CFE. Ahora, sin ningún remordimiento o pena atrasada, aparece de nueva cuenta citando cifras fantásticas y horizontes inverosímiles que, sin embargo, cree poner al alcance de cualquier ciudadano.
Téllez todavía cree en sus poderes taumatúrgicos de rentas fabulosas y concesiones inocuas visualizadas a la medida de los masivos intereses de sus poderosos padrinos a los cuales debe su encumbrada posición. Ahora, y de nueva cuenta, se siente situado en la altura suficiente para resarcir, con creces y en contantes cuan sonantes cantidades, a todos los que le favorecieron. Y ya han aparecido algunos de los beneficiados, españoles a la voraz reconquista, que ni tardos ni perezosos se han hecho con el contrato para construir una soberbia autopista norteña.
Los demás ganadores no tardarán en mostrar sus colaboradores rostros para, después de un poco rato, dar inicio a la danza de los millones de aquel famoso gran capitán: 160 mil millones de pesos que se aplicarán de inmediato a saldar la cuenta del rescate carretero, ¡puf! Otros 100 mil restantes para las nuevas inversiones. ¡Qué duda puede caber al más pesimista de los mexicanos ante tan maravilloso programa de inversiones en infraestructura de comunicaciones! Y todo ello sin ningún costo para el erario, ¡qué felicidad! ¡Qué contento! El Edén anunciado está por llegar y Téllez es el designado para finiquitar la nueva aventura. Nada detendrá el progreso de la patria.
Lo que en realidad se mueve tras bambalinas es un feroz incremento en la deuda del rescate que, aunque se quiera evaporar, ya se tiene más que documentado. Lo que intenta Téllez con esta operación encubierta es solicitar créditos adicionales en forma de anticipos sobre futuros cobros que harán los concesionarios de las carreteras de paga.
Calderón pretende nombrarse así el gran constructor. Ha decidido hipotecar el uso de vía que los mexicanos del mañana harán cuando viajen por el país. Con todo el cinismo del caso, la oficialidad y sus socios quieren presentarse como los imaginativos salvadores de la penuria presupuestal de hoy a cuenta de las aportaciones que se irán haciendo después que sus interesados promotores hayan abandonado sus puestos. Cuentas alegres parecidas a las que, personeros idénticos a Téllez, hicieron para justificar las Afore: un retiro digno, soñado y de primer mundo, alegan. El desengaño empieza a llegar con los reportes de ganancias abultadas para las administradoras a cargo de las raquíticas pensiones mínimas para los aportantes. Argumentos también idénticos a los esgrimidos para atemperar los inmensos pasivos del IPAB. Cuántas veces se publicitó que estos fardos financieros serían redimidos en un 40 o 50 por ciento (a veces más) por las ventas de la cartera y propiedades que tenía en su panza el Fobaproa. Y ya se sabe, después de varios años, cuánto en realidad lograron cobrar, menos de un peso por cada cien de valor en libros. Un negocio redondo sólo para los hijos de Marta Sahagún.
Estas, y no otras, serán las consecuencias que se tendrán con los planes sobrenaturales de Téllez y compañía. Ya se irán conociendo, con el paso del tiempo, las renegociaciones siempre favorables a los concesionarios de los aforos no cumplidos, de las cuotas y peajes incrementados, de los retiros de concesionarios por quiebra o abandono.
Esperemos, eso sí y con una fe casi redentora, los programas que próximamente desempacará el señor Reyes en Pemex.