La mayoría, nativos del lugar; somos gente honesta, pobres pero trabajadores, dicen
Defienden habitantes de El 15 la celebridad de su territorio
La construcción data del siglo XVIII; ha sido escenario para películas, señalan
Ampliar la imagen Según el registro histórico, la construcción data del siglo XVIII y ha sido caballeriza, convento y fábrica de zapatos, y desde el porfiriato se habilitó como habitación Foto: Jesús Villaseca
Considerada como una de las vecindades más antiguas de Tepito -se construyó en el siglo XVIII, protegida incluso desde 1981 por el Instituto Nacional de Antropología e Historia (INAH) como monumento histórico- y cuna de célebres personajes en la historia del barrio, El 15 de Peralvillo es asiento de la delincuencia organizada que se ha extendido en la zona, y aunque los habitantes, la mayoría comerciantes, defienden su territorio en el anonimato, voces de nativos se alzan para señalar que "gente nueva" los mantiene como rehenes.
Escenario de películas como el Caifán del barrio o El quinto barrio, esta vecindad, que se encuentra bajo la lupa de las autoridades capitalinas, cuenta en su haber con una larga historia. Primero -recuerdan sus moradores- fue caballeriza, después convento, hasta que en el Porfiriato fue habilitada como vecindad "para la gente de dinero".
"Por aquí pasaban los grandes carruajes de quienes iban para Santana, inclusive uno de los inquilinos fue el entonces presidente interino Manuel M. González", relata don Filiberto Garay, zapatero de oficio, quien recuerda que en sus mejores tiempos el vecindario organizaba grandes fiestas, sobre todo en Navidad, "pero qué esperanzas de que ingresara alguien ajeno".
Desde su taller, en cuya entrada pende la foto de uno de los personajes más pintorescos que ha dado este barrio, el bailarín Arturo Ayala Plascencia, conocido como El Tirantes; este hombre entrado en años ha sido testigo de la decadencia no sólo de su oficio, sino de la vecindad.
"Hasta hace unos años todo era tranquilo, pero se vinieron algunos de El 40, se traspasaron como ocho casas y todo se echó a perder. Los mismos policías saben dónde están los delincuentes, porque ellos mismos vienen a comprar. Por eso no es justo que por unos cuántos nos quieran venir a sacar".
"Si la tiran (la vecindad) me muero de tristeza", dice al señalar que la mayoría de los habitantes son nativos del lugar, dedicados al comercio. "Aquí estamos envejeciendo todos, tenemos una renta congelada, pagamos sólo 3.50 pesos, a dónde más podemos ir", suspira.
Y es que la impasible belleza arquitectónica, aunque ya marchita, de la vecindad -en sus poco más de 7 mil metros cuadrados de superficie se levantan 105 viviendas, distribuidas en seis estrechos callejones, con puertas y ventanas con marcos de cantera y techos altos- contrasta con la incertidumbre en la que viven sus moradores, que ya no duermen por el temor de que al caer la noche lleguen a desalojarlos.
"Somos gente honesta, pobres pero trabajadores", dice doña Juanita, quien nació y ha vivido sus poco más de 70 años en esta vecindad, cuya estructura, con dos accesos, uno por Peralvillo 15, y el otro por Jesús Carranza 28, la convirtió primero en paso de delincuentes, asaltaban en un extremo y huían por el otro, pero que desde hace un par de años han sentado sus reales grupos delictivos.
Un día después del operativo que realizó la procuraduría capitalina, el descontento entre los vecinos es generalizado. Es doña Juanita la que los convoca a hablar de las bondades de la vecindad. En cuestión de minutos en el patio central se arremolinan los primeros curiosos. Las miradas de desconfianza se transforman en amabilidad.
"Todos los de aquí somos comerciantes, ahora quieren utilizar a la delincuencia como pretexto para quitarnos nuestra propiedad", acusa una vecina que exige a la policía que hagan las cosas con precisión. "Empieza a correr el rumor y ya todos nos tachan de gangsters. Te imaginas en el empleo, la gente duda que seamos gente honesta", se lamenta.
"Que vengan a dialogar con nosotros, no a tirar puertas en la noche, porque no todos somos delincuentes, llegan mil (policías) para llevarse a dos o tres", dice una mujer oriunda de Acapulco, pero conocida como La Jarocha, tras inconformarse por los operativos.
Pero no todos se acercan. Al fondo de la vecindad, aquel que da a la calle de Jesús Carranza, los mirones se quedan a lo lejos. Es ahí, cuentan, donde algunas viviendas son utilizadas como bodegas para quemar discos piratas y otras más han sido habilitadas como picaderos. "¡A la chingada! ¡Pa' fuera culeros!", grita una famélica mujer con los brazos picoteados. Imposible entrar.
-Va a ver, no quiso salir -reprocha amablemente doña Juanita a uno de sus vecinos.
-No ve que tengo a m'ijo enfermo.
-Se lo balearon el domingo, aquí mismo en la vecindad, precisa con naturalidad la señora, y continúa su camino.