Número
128 | Jueves 1 de marzo de
2007 |
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Por Christian Rea Tizcareño y Fernando Mino Para el especialista en demografía y familias Carlos Javier Echarri, investigador de El Colegio de México, se trata de “una ventaja indudable”, dada la tendencia cultural de los mexicanos a la vida gregaria para paliar la falta de un aparato de seguridad social que cobije a, por ejemplo, los adultos mayores. La ley favorece a personas que no tuvieron descendencia que los ayude en la vejez, o a parejas del mismo sexo que han decidido unirse y crear patrimonio común, “se trata de la posibilidad de registrar la sociedad de convivencia y así asegurarse de que no serán echados a la calle cuando la otra persona muera”. Aun cuando es un paso importante en el reconocimiento de la diversidad sexual, la ley no atiende sólo a personas homosexuales. A diferencia de reglamentaciones similares aprobadas en otras partes del mundo —como el Pacto Civil de Solidaridad francés—, la LSC también regula las relaciones entre personas de igual o distinto sexo que no necesariamente comparten vínculos sexuales. “Es importante que no se vea como ‘matrimonio gay, pues no es lo que aprobó la Asamblea Legislativa del DF; la ley no se equipara al matrimonio y tiene una amplitud de aplicación mayor”, dice Carlos Echarri. Si bien, las parejas del mismo sexo son uno de los grupos beneficiados con la nueva norma, el etiquetarla como ‘ley de uniones gays’ favorece la discriminación. “Llamarlas así les da un barniz de discriminación que va a impedir que personas —heterosexuales u homosexuales— que no están buscando un matrimonio, sino registrar una sociedad, se vean impedidas por temor al escarnio en una sociedad que desgraciadamente sigue reproduciendo conductas discriminatorias”. Pueden llegar a ser “convivientes” —término establecido en la ley para designar a quienes firman una sociedad de convivencia—, además de las parejas del mismo sexo, mujeres jefas de familia que cohabitan y se ayudan a cuidar a sus hijos y comparten los gastos domésticos; padrinos y ahijados; ancianos que juntan su pensión a fin de vivir mejor; un cura y un sacristán; dos monjas, o simplemente un par de amigos. Las posibilidades son múltiples, tantas como la diversidad de los acuerdos de convivencia que hoy pueden existir y que hacen difícil establecer un cálculo de potenciales beneficiarios. Si la ley de convivencia se identificó como “ley gay” fue en gran medida por el fuerte activismo de la Iglesia Católica y otros grupos de derecha, con un discurso reciclado de su oposición a cualquier disposición de avanzada en temas de sexualidad y convivencia. Dice Fonseca: “Las críticas son muy viejas. Cuando se discutió el divorcio, la derecha decía ‘se va acabar la sociedad, se va a detener el mundo’. Resulta que llegó el divorcio y no pasó nada, la vida continuó”. En su operación, la ley presenta otras limitaciones: no contempla el derecho al seguro social, o pensiones en caso de muerte de uno de los convivientes, y necesita que el derecho familiar dé certeza jurídica a los hijos de las parejas de personas del mismo sexo. El evento consiguió atraer reflectores y provocó la condena inmediata de la Iglesia Católica. El cardenal Norberto Rivera, arzobispo primado de México, declaró ante la prensa: “Las familias mexicanas están siendo brutalmente expuestas por la perversión de los corazones (sic). No se pueden aceptar las caricaturas que la pseudo cultura nos ofrece”. A favor de la iniciativa se manifestaron intelectuales, artistas, académicos y juristas destacados. El entorno parecía favorable, puesto que la izquierda ya controlaba el poder legislativo y ejecutivo local. No obstante, en 2003 el proyecto se desplomó por falta de voluntad política; luego de ser boicoteada en varias ocasiones por los diputados, el entonces jefe de Gobierno del DF, Andrés Manuel López Obrador, propuso que la decisión emanara de una “consulta ciudadana”. La declaración generó descontento entre organizaciones civiles impulsoras de la ley ante el intento de “someter a la voluntad de la mayoría los derechos elementales de las minorías”. Ese año, en la Marcha del Orgullo Gay, Cinthia, una joven fotógrafa lesbiana, conoció a Elisa. Tiempo después decidieron “quererse, amarse y respetarse”. Gracias a que sus proyectos de vida coincidían, hace año y medio formaron un hogar “equitativo”, en donde comparten, además de la cama, las labores domésticas. Propuestas afines para legalizar estas uniones se han presentado en Puebla, Jalisco y Chihuahua, en donde, a decir de activistas y legisladores, el contexto político es desalentador. En Chihuahua, donde ya se discute en las comisiones del congreso local una propuesta, el gobernador José Reyes Baeza se manifestó en contra y alertó a los legisladores para que no discutieran temas “que propiciarán conflictos sociales”. En Michoacán, Guerrero, Veracruz y Zacatecas asociaciones civiles defensoras de los derechos humanos y diputados piensan que el escenario será distinto. En Veracruz, en marzo se presentará una iniciativa de reformas al Código Civil estatal para incluir el Pacs. En Zacatecas hay pláticas al interior de la fracción del PRD, mayoría en el Congreso estatal, para impulsar una ley de este tipo y en Michoacán ya se discute la ley de convivencia en la Comisión de Grupos Vulnerables, Equidad y Género del Congreso local; según la diputada perredista Citlalli Fernández, podría dictaminarse en los próximos días. Mientras las autoridades del gobierno central se demoran en el establecimiento del procedimiento, las organizaciones que componen la Red Ciudadana y los funcionarios de las delegaciones Iztapalapa, Coyoacán y Venustiano Carranza realizan los preparativos para poner en marcha los primeros registros el día 16 de marzo. Es más, la delegación Iztapalapa ya comenzó a entregar los formatos de solicitud de registro. La actitud de apertura y disponibilidad de estas delegaciones contrasta con la cerrazón de las delegaciones Cuauhtémoc, Gustavo A. Madero y Miguel Hidalgo. Actitud que preocupa porque la lista de espera para convivenciarse suma ya 570 parejas, según un pre registro realizado por la Red Ciudadana en el Zócalo capitalino el 14 de febrero pasado. Estas complicaciones iniciales derivan de trabas burocráticas, pero también de resistencia al cambio, por prejuicios e ignorancia. Para Echarri, con la aplicación comienza la verdadera prueba de civilidad, pues la ley abre camino, pero no soluciona los problemas. El texto legal refleja el reconocimiento de derechos y eso no puede ser un experimento, lo que está sujeto a modificación es la manera de operar, para facilitar el trámite e impulsar que los funcionarios encargados de registrar las sociedades lo hagan con el pleno convencimiento del servicio prestado. En esa labor, la sociedad civil debe estar presente con el mismo empeño que en el impulso al proceso legislativo. “Con todo y leyes de avanzada, no debemos bajar la guardia en la observancia y la exigencia de respeto a los derechos humanos”. |
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